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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Béisbol: Clásico Mundial

La Esquina Caliente de Miami

En la capital del exilio nadie se mostró indiferente con el equipo de la Isla: A favor, en contra y una mezcla de ambas cosas.

Como una piedra caída encima de un avispero, así se vivió el Clásico Mundial de Béisbol en Miami. Los cubanos mostraron su proverbial afinidad para no encontrar un acuerdo sobre un tema que a todos importa, porque toca una fibra importantísima de nuestra nacionalidad.

Mucho antes de que se lanzara la primera bola del evento, las discusiones llenaron los corrillos cubanos de la ciudad y a la pregunta inicial de si el equipo vendría o no, se pasó a la de si sería capaz de luchar cuerpo a cuerpo con los profesionales de Grandes Ligas.

Entre estas dos interrogantes se produjeron subtramas —negativa inicial de permitir la entrada de parte del gobierno de Estados Unidos, entre otras—, como flujos y reflujos que captaron la atención de la comunidad exiliada.

Una vez que la escuadra cubana comenzó su recorrido en el Clásico, los cubanos del otro lado de la Florida se dividieron en tres grandes grupos: los deseosos de ver ganar a sus compatriotas, quienes querían verlos perder repetidamente y aquellos que no sabían hacia qué lado inclinar la balanza de los sentimientos encontrados.

La imagen de este tercer grupo fue mejor definida por un camionero de Hialeah, quien expresó: "En mi corazón quiero ver ganar a los muchachos, pero sé que allá en Cuba los van a utilizar para hacer política, entonces no quiero que ganen''.

Sentimientos contrahechos

No hubo un cuarto grupo, no hubo desinteresados, ni gente en la frontera del desconocimiento. ¿Qué cubano es ajeno al béisbol? Las peñas beisboleras se sucedieron una tras otra y hasta un canal local, América TV, creó un programa especial llamado La Esquina Caliente —conducido por el conocido periodista y narrador Yiki Quintana—, en el que se vertieron opiniones de todos lados.

En un mismo núcleo familiar se enfrentaron padres con hijos, esposas con esposos, generaciones jóvenes con exiliados de más años; en los centros de trabajo las discusiones giraban en torno a los cubanos en el Clásico.

Y ciudadanos del resto de las nacionalidades que pueblan el Miami multicultural —algunas también familiares al béisbol— contemplaban con asombro cómo un juego podía despertar tantos sentimientos contrahechos y conflictivos.

Por supuesto que la sombra política permeó la percepción del evento, lo que se vio en el tipo de recibimiento que el gobierno de La Habana prodigó a los peloteros.

Mientras Cuba avanzaba en el Clásico frente a potencias como Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana —plagadas de jugadores millonarios de Grandes Ligas—, se hacía evidente e imposible de reconocer la garra de un equipo cuyo cartel de amateur es, por supuesto, totalmente cuestionable.

Aunque Japón se llevó el trofeo de pura plata de 30 libras de peso como campeón del evento, el hecho de que Cuba avanzara a la final era premio suficiente para un equipo al que nadie daba como favorito y al que todos señalaban como firme candidato a ser eliminado en la segunda ronda.

Al final, en mayor o menor medida, nadie podía quitarles el mérito.

Estos mismos peloteros hablarán cosas que no gustarán a nadie, pero al final son tan víctimas como todos. Dentro de unos años, si no es que eligen un mejor camino, deambularán por las calles de la Isla como la mayoría de los excelentes jugadores que les antecedieron: sombras que sobreviven.

Pero ahora, desde el punto de vista deportivo —de los otros es mejor no saber nada—, hay que darles el mérito que merecen y dejar que disfruten los 15 minutos de fama que recordarán toda una vida.

Como dijo un viejo cubano de más de 80 años y republicano de toda una vida, poco antes de la discusión del campeonato ante Japón: "Odio a Fidel Castro y lo que esos muchachos representan… pero ya que han llegado tan lejos, pues quiero verlos ganar''.

© cubaencuentro

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