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Actualizado: 13/05/2024 11:29

La fortuna de Castro

¿Cómo es posible acumular tantos millones de despreciables billetes verdes, sin que nadie ni siquiera lo sospeche?

La verdad, señores, es que no entiendo cómo la revista Forbes pudo sacar la cuenta de la fortuna personal de Fidel Castro y decir que asciende a 900 millones de dólares, contantes y sonantes. Tal vez ni el mismo Comandante sepa cuánto tiene, al igual que el Rico McPato que nos regaló Walt Disney, un palmípedo capitalista que explotaba el trabajo ajeno y tenía un excelente sentido para sacarle el doble a su dinero.

Aquel personaje era un tío abominable, según nos demostró Ariel Dorfmann en su Para leer al Pato Donald; un tacaño cuya frase preferida podría ahora repetirse: el tiempo es monetiza. Debo confesar, sin embargo, que cuando era niño el Rico McPato me parecía simpático, sobre todo por su franqueza y enemistad con aquel otro pato millonario, el Rockerduck, con el que ingeniosamente competía, mientras en las noches nadaba en una alberca hecha de puras piezas de oro.

Para vencerlo, Rico McPato se aprovechaba de las invenciones de su primo, un pavo loco, rubio y de sombrero verde, que se llamaba Gyro Gearloose, en español Sin Tornillos. Gracias a su fortuna y al cerebro fantasioso del pavo, el tío lograba vencer una y otra vez a los Chicos Malos, unos ladrones que intentaban robarle su dinero. Nunca supe, ni se dijo, a cuánto ascendía el valor del oro mcpatiano, pero eso era lo de menos. La riqueza no se mide solamente por lo que ya se posee, sino por la capacidad para seguir multiplicándose de manera irreversible e infinita.

Suponiendo, sin conceder, que la revista Forbes sacó bien la cuenta de la hacienda personal del Rico McCastro, mi primera pregunta sería: ¿cómo es posible acumular tantos millones de despreciables billetes verdes, sin que nadie ni siquiera lo sospeche? Trato inútilmente de entenderlo.

En primer lugar, no obedece a una herencia, porque en Cuba se ha estatizado hasta el derecho a soñar. Nadie puede heredar ni siquiera un pequeño criadero de patos en la azotea de una casa. Aunque de familia burguesa y terrateniente, Castro seguramente —es una suposición— también confiscó las tierras de sus padres y las puso al servicio de la Reforma Agraria. En consecuencia, quedó como la mayoría de todos nosotros los cubanos, sin plumas y cacareando.

Por otra parte, no hay manera de que sus lejanos ancestros o paisanos de Galicia le hubieran mandado tantos billones de pesetas —escondidas quizás en latas de chorizo El Miño—; incalculables remesas de duros con los que se podrían pagar todos los caldos gallegos que eventualmente se comerían varias generaciones.

Según las estadísticas más recientes, el ingreso per cápita en esa provincia española es del orden de los veintidós mil a veintitrés mil euros anuales, es decir, que si tal hubiera sido el mismo ingreso de sus familiares en 1959, y si esos altruistas gallegos se lo hubieran enviado todo hasta 2005 a Castro, peseta a peseta, durante los últimos 46 años, y si el Comandante no hubiera gastado jamás un maravedí; si mi abuela fuera bicicleta, por esa vía la fortuna del Rico McCastro no superaría el millón de dólares norteamericanos.

Sin rendir cuentas a nadie

Intento entonces otra explicación. El Comandante, que accedió en 1959 al cargo público de primer ministro y luego se ha eternizado al frente del gobierno y el Estado durante lustros y decenios, se adjudicó desde el principio un modestísimo sueldo de trescientos pesos cubanos al mes que nunca se aumentó y, religiosamente, los fue ahorrando durante casi medio siglo.

Nunca ha pagado renta a la Reforma Urbana, ni luz, ni teléfono, ni comida alguna, ni se ha comprado un par de botas rusas por la libreta de abastecimientos, porque su vida es espartana y guerrillera. Esos trescientos pesos fueron depositados en una pequeña cuenta de un banco, tal vez en Birán, nunca en Suiza, válgame Dios. Pero supongamos que el salario fue de quinientos, o de mil pesos mensuales, o más, como debería corresponder a un mandatario. Ni así. El Comandante no pudo convertirse en el Rico McCastro gracias a sus ahorros, derivados de un trabajo duro y honesto.

Mi última explicación es que la revista Forbes miente descaradamente. Se trata, una vez más, de una manipulación del imperialismo para desprestigiar a un revolucionario de humilde uniforme verde olivo, que ni siquiera tiene para comprarse cuchillas de afeitar. En este caso creo que el Rico McCastro podría demostrar su inocencia.

Al igual que se hace en numerosos países civilizados, el Comandante podría publicar en el Granma el estado actual de su patrimonio, señalando cuáles son sus limitadas posesiones, cuentas de bancos y otros bienes, si los posee, y poniéndose a disposición de una auditoria independiente, calificada y objetiva.

Se trata de una práctica universal, a la que se somete la propia reina Isabel de Inglaterra, que informa anualmente a sus súbditos a cuánto asciende y cuál es la composición de su capital. Así lo hacen en México —que no es ningún modelo de transparencia— los funcionarios públicos e incluso los candidatos presidenciales. También se requiere en Estados Unidos, de donde procede tanta difamación, conforme al discurso castrista.

No obstante, temo que por ahora no podré saber la verdad acerca de la fortuna de Fidel Castro. De la misma manera que el Patriarca de García Márquez, que no recordaba cuándo había llegado al Poder; o el pato millonario de Disney, a quien sólo le interesaba el dominio de la riqueza, el Rico McCastro no le rinde cuentas a nadie. Hasta un día.

© cubaencuentro

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