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Actualizado: 02/05/2024 23:14

Sector privado, Mipymes, Cuba

El emergente sector privado en Cuba no es el enemigo: lo es el totalitarismo

Un tema que despierta pasiones, especialmente en los extremos

“Nada era del individuo, a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo”. George Orwell, 1984.

El totalitarismo es el enemigo natural del sector privado y por supuesto de todas las demás libertades.

Cuando Fidel Castro desplegó la “Ofensiva Revolucionaria”, en 1968, para nacionalizar las pequeñas empresas privadas restantes, en aquel entonces alrededor de 58.000, su objetivo en mente no era tanto desproveer al ciudadano de todo vestigio del pasado capitalista, sino de sus ya pocas libertades individuales. El control total del Estado no solo en el orden político sino en el económico, un segundo paso claramente para apuntalar el primero.

El difunto dictador entendía que replicar el sistema estalinista en la isla le resultaría más efectivo en el control del ciudadano, para mantenerse en el poder, que ese otro modelo autoritario impuesto por las distintas dictaduras de derecha de América Latina, las cuales eran retadas más fácilmente desde la sociedad civil y las armas. Estas otras dictaduras terminaron siendo derrotadas en un relativo corto plazo para, en su lugar, dar paso a la democracia.

El trabajador cubano así, sin otro sustento que el escueto salario devengado en grises oficinas estatales entraba en un mecanismo de control prácticamente total de su vida a través del Partido Comunista (PC) y sus organizaciones de masas afiliadas, la burocracia gubernamental y el Departamento de Seguridad del Estado. El marco perfecto para el chantaje y la coacción, de forma que cada uno cargaba con un “expediente laboral” por el resto de sus días, forzado a la obediencia y en muchos casos, la “militancia”, como único camino a la promoción en el cargo y la promesa de un mejor nivel de vida.

Marchas políticas, reuniones del sindicato, MTT, UJC, PCC, FMC, brigadas de acción rápida, vigilancia nocturna colectiva, actos de reafirmación revolucionaria, matutinos, actos de repudio y muchas otras actividades destinadas a comprometer al obrero, pero más que todo a controlarlo hasta en los detalles de su vida privada. Otra de sus características, fue convertir a tus compañeros de trabajos, vecinos y hasta familiares, en el policía que te atiende.

La aceptación reciente del sector privado por parte del Estado ha sido, por tanto, una derrota que ha aceptado a regañadientes. Si por una parte lo permite (tolera), por la otra boicotea su avance con medidas draconianas y lo estigmatiza y culpabiliza en el discurso público. Lo considera subversivo. Va contra su esencia totalitaria. Sabe que emigrar hacia la empresa privada, ya sea una pyme o al cuentapropismo, es un acto de disenso en voz baja. Una protesta en silencio contra la ineficiencia estatal y sus tentáculos de control.

Estos nuevos actores de la economía cubana han nacido entre un fuego cruzado donde, por un lado, la nomenclatura los tolera y sabotea su potencial progreso; y por el otro un sector importante del exilio los estigmatiza como orgánicos al Estado y testaferros de GAESA. Y es innegable que un grupo lo sea, y en mi criterio lo legítimo sería primero, identificarlos y luego denunciarlos y boicotearlos desde la sociedad civil. Pero meterlos a todos en el mismo saco no me parece justo ni oportuno.

Es un tema que despierta pasiones, especialmente en los extremos. La reunión entre dueños de mipymes en Cuba y empresarios cubanoamericanos, coordinada en gran medida por Joe García y celebrada recientemente en Miami, ha generado reacciones curiosas y divertidas, siendo el luchador anticastrista Santiago Álvarez una especie de manzana de la discordia: desde Miami se ha llegado a insinuar que es un agente de la Seguridad del Estado cubano; mientras, desde la isla, que ha sido el mismo Álvarez —a quien el régimen cataloga como terrorista—, en complicidad con el Departamento de Estado, los encargados de sabotear el evento.

Hoy las cifras indican que los empleados en el sector privado en Cuba (1,6 millones) sobrepasan a los que aún continúan en el sector gubernamental (1,17 millones). Asumir que la mayoría responden al conglomerado militar es un contrasentido.

En este marco, es que surge un debate ríspido en el espacio público, donde un grupo considerable de actores políticos y activistas acusan a quienes apoyan a la emergente empresa privada en Cuba de empoderar a la clase política cubana, cuando en realidad se intenta precisamente lo contrario: disminuir en lo posible el dominio gubernamental sobre el individuo e intentar crecer la sociedad civil y fortalecerla. Esta, que, si bien no es enteramente libre de la égida del gobierno, al menos tiene mayores cuotas de libertad. Hay muchas más probabilidades de que se articulen acciones cívicas desde estos espacios menos controlados por el Estado, que desde el sindicato de la salud o de la educación, dos de los sectores más explotados por el régimen de la isla. Los únicos conatos de huelga o protesta de brazos caídos han sido protagonizados precisamente por los cuentapropistas. Ningún acto de oposición ha sido ejecutado desde el conglomerado estatal.

Muchos de los que han llegado a la conclusión de que apuntalar la sociedad civil mediante el apoyo a los actores privados es la única variable que podríamos operar, lo hacen por desgaste y por descarte.

Las sanciones internacionales parecen más un deseo que algo realizable, y cada día más una quimera. La Unión Europea está lejos de adoptar una posición común al respecto. Es, de hecho, el mayor inversor extranjero en el país.

Si a eso le sumas aliados poderosos como China y Rusia, y las votaciones en Naciones Unidas en contra del embargo estadounidense al régimen castrista que invariablemente resultan abrumadoras, el panorama no luce favorable para estos fines. De hecho, Cuba acaba de ser reelegida al Consejo de Derechos Humanos de este organismo, a pesar de las denuncias contra la represión del Gobierno Castro-Canelista.

Por otro lado, las denuncias en distintas tribunas, las protestas en las redes y algunas manifestaciones aisladas en el país, no parecen tener mayor impacto en el mejoramiento de las cosas; siendo legítimas y necesarias, no han representado, sin embargo, un reto para la nomenclatura, aunque queramos pensar y repetir lo contrario. Se debe, eso sí, seguir alzando la voz por aquellos que no pueden, por los presos políticos injustamente encarcelados y ante cualquier injusticia que se cometa en la isla. Nada de esto debe pasar desapercibido.

El otro argumento esgrimido en múltiples plataformas es la presunta complicidad de quien sea favorable al apoyo del sector privado en Cuba, de contribuir a reproducir conscientemente en la isla el modelo de “capitalismo de compinches” que funciona en Rusia (algo que, declaro, sería condenable), pero por paradójico que parezca incluso la Rusia de hoy, bajo la bota de Putin, tendría más posibilidades de lograr la democracia que en la Unión Soviética de ayer, bajo las garras del politburó. Durante esta etapa han ocurrido múltiples manifestaciones en contra del poder, llegándolo a retar seriamente en la figura y liderazgo de Alexei Navalny, algo impensable en el régimen estalinista del pasado. Además, hay entre nuestro país y Rusia varias diferencias importantes. Una de ellas es que tenemos una historia republicana; mientras los rusos transitaron del feudalismo al estalinismo. La isla, además, cuenta con un exilio poderoso a solo 90 millas. Y hoy el país, por lamentable que suene, se parece más a Corea del Norte y a Eritrea, que a Rusia o China.

Quienes afirman que para que sea legítimo este apoyo tienen que primero cumplirse condiciones mínimas justas, libertad de pensamiento y movimiento, pluripartidismo y elecciones libres; es decir, la democracia (algo que, concordamos, es la república ideal), están sugiriendo algo así como que para darle la medicina al enfermo debemos esperar a que sane. En todo caso, el debate que debiésemos estar teniendo es sobre cómo llegar a ese lugar formidable, a esa patria anhelada y soñada por Martí: “Con todos y para el bien de todos”. Ya son demasiados años desandando caminos.

El emergente sector privado en Cuba no es el enemigo; es, en todo caso, otro aliado natural de las libertades. Una pieza vital en el rompecabezas que es el construir la democracia en un lugar donde las vidas de los ciudadanos han estado por tantos años enteramente controladas por el Estado.

© cubaencuentro

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