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A debate

En torno a un nombre

¿No es motivo de orgullo para cualquier comunidad que un centro universitario de EE UU lleve el nombre de uno de sus hijos?

El hecho de que el nuevo edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) haya sido nombrado Rafael Díaz-Balart Hall, le ha parecido un horror a alguna gente, una indignidad, decretan enfáticos y enfurecidos.

Pero, vayamos por partes. ¿No debería ser motivo de satisfacción y orgullo para cualquier comunidad que la escuela de leyes de una prestigiosa universidad norteamericana lleve el nombre de uno de sus hijos? ¿Cuál es la razón entonces por la que algunos emigrados han montado en santa ira ante tamaño honor dispensado a uno de su tribu?

Por falta de méritos no será, pues Rafael José Díaz-Balart (1899-1985) se graduó de Doctor en Derecho por la Universidad de La Habana en 1919, fue nombrado juez del municipio de Palma Soriano (entonces provincia de Oriente) y, cuatro años después, ganó por oposición el cargo de notario público del municipio de Banes, donde fue electo concejal, presidente del Ayuntamiento y finalmente alcalde.

Más tarde fue electo congresista y ejerció su profesión de abogado en la ciudad de Holguín y, posteriormente, en La Habana, donde fundó el reconocido bufete de abogados "Díaz-Balart, Díaz-Balart y Amador". Luego, también por oposición, obtuvo el puesto de registrador de la propiedad, lo cual se considera un gran logro para los abogados en países de derecho civil, incluyendo la Cuba republicana.

Exiliado del régimen de Fidel Castro desde el mismo año 1959, se matriculó en la Facultad de Leyes de la Universidad Complutense de Madrid para, en 1965, a los 66 años de edad, obtener el título de Doctor en Derecho de ese alto centro de estudios.

Por el procedimiento mediante el cual la Escuela de Leyes de FIU terminó llamándose Rafael José Díaz-Balart, imagino que tampoco, pues ocurrió por aprobación de la legislatura de Florida como una forma de homenajear la labor de Mario Díaz-Balart (nieto de Rafael José), que fue decisiva en la creación de esa facultad cuando era senador estatal. Durante muchos años los legisladores negros pidieron una facultad de derecho para la "Florida A and M University", una universidad mayoritariamente afroamericana en Tallahassee.

También en el sur de Florida se pidió lo mismo para FIU durante años, pero el viejo establishment político y académico del estado pudo mantener ambas comunidades separadas y divididas respecto al tema, y de esa forma impidió la aprobación de ambas facultades.

¿Razones políticas e ideológicas?

Sin embargo, Mario logró unir a los legisladores y los líderes cívicos de esas comunidades, y se obtuvo el triunfo de ambas facultades de derecho. Por ese triunfo es que el senador estatal demócrata Skip Campbell presentó la ley, que fue finalmente aprobada para nombrar el edificio.

La razón detrás de la santa ira podría ser entonces de índole política e ideológica. Algunos parecen no perdonar la vinculación de Rafael José Díaz-Balart con el gobierno de Fulgencio Batista y Zaldívar, que su hijo Rafael Lincoln fuera el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes de Cuba durante ese gobierno y que se pronunciara, en mayo de 1955, contra la ley de amnistía a favor de Fidel Castro y demás asaltantes del cuartel Moncada, en un discurso del cual resultaron tristemente proféticas la siguientes palabras:

"Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno. Fidel Castro y su grupo sólo quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en 20 años".

Y es que nuestra historia (quizá toda historia) está llena de esas paradojas en que los buenos han resultado malísimos y los malos no tanto, o al menos no tanto como los han pintado. Machado fue sin dudas un dictador, pero dejó desde el Capitolio hasta la Carretera Central. Batista fue sin dudas un dictador, pero dejó desde el conjunto de la Plaza Cívica (que ahora llaman "de la Revolución") hasta el hotel Jagua de Cienfuegos, por no hablar del imponente sanatorio para tuberculosos en las alturas de Topes de Collantes, en el Escambray (vaya, para los que gustan hablar de logros de salud en Cuba).

Mientras, Castro se va del baile sin haber dejado una obra perdurable, excepto ruinas en todos los sentidos, y muchísimos más muertos que Machado y Batista juntos. Lo paradójico aquí es que se quiera vetar la memoria de alguien por haber sido batistiano, como si eso que llaman la "diáspora isleña" no estuviera llena de castristas o ex castristas, en Miami más que ningún otro lugar, ocupando buenas posiciones y en muchos casos orgullosos de ser castristas o de haberlo sido.

Es más, a veces da la impresión de que el haber estado o medrado en las cercanías del poder de los Castro es una especie de pasaporte al éxito y la fama en el exterior. Más aún: ¿no se ha venido desarrollando durante los últimos meses en Miami toda una próspera industria televisiva en que se vende, y se compra, de manera cuasi simpática, la imagen de la peculiar (por decir algo) familia real cubana, quiero decir, castrista?

La verdad es que en Miami, en ciertos círculos —más amplios de lo que cualquiera diría—, se llega a veces al absurdo de odiar más a Batista que a Castro. Pero bueno, estamos hablando sólo de un jurista que ocupó posiciones en el gobierno batistiano, como también la ocupó gente tan respetable e intelectualmente brillante como Gastón Baquero y Juan J. Remos, por poner dos ejemplos. Así que, digo yo, si vamos a vetar por esqueletos en el closet de las alianzas políticas, empecemos por el closet, ¡y sobre todo por los esqueletos!, de las alianzas con el castrismo.

Radicalismo e incoherencia

Ese mayor odio por Batista que por Castro, aun entre anticastristas, es algo que se ha evidenciado en la reciente conmemoración del aniversario 50 del ataque a Palacio para eliminar a Fulgencio Batista, aquel 13 de marzo de 1957. Un tema que, desde mi punto de vista, pone de manifiesto la incoherencia moral de muchos en el exilio.

He podido ver (confieso que con cierto asombro que a estas alturas del juego no debería permitirme) cómo columnistas y hacedores de opinión han celebrado como algo positivo, alborozados casi, el que hubiera podido tenerse éxito en la acción comando para matar a Batista como solución, dicen, al problema de Cuba.

Pero, ¡oh milagro!, esos mismos columnistas y hacedores de opinión se miden mucho a la hora de la solución para el problema, este sí, de Cuba por los últimos 47 años, y te hablan no de matar a Castro, no, qué va, nada de eso, sino del levantamiento del embargo o de cualquier otra medida que mínimamente dañe, no ya su salud, sino su bolsillo.

Es decir, era bueno el antibatistianismo radical, pero no es bueno el anticastrismo radical. Incoherencia moral e intelectual, que aumenta en proporciones cuando se tiene en cuenta que si bien Batista dio un golpe de Estado y violentó el ritmo constitucional de la República, también lo es que dejó intacta la sociedad civil, no robó a nadie su propiedad, nadie escapaba de la Isla en balsa y la prensa siguió siendo absolutamente libre (tanto, que la revolución castrista se hizo más en la revista Bohemia que en la misma Sierra Maestra).

Y por si fuera poco, el país vivía un boom económico donde el peso cubano se cotizaba a 10 centavos por encima del dólar. Pero, más importante que todo eso, es que sí existió la posibilidad real de salir de Batista mediante el diálogo y la negociación y las elecciones, quizá no limpias, pero elecciones.

Todo esto en comparación con Castro, que no es un dictador como lo sería Batista (nos atenemos aquí al significado clásico del término), sino un tirano que ha destruido todos y cada uno de los elementos de la sociedad civil, la economía y la vida civilizada, tal y como se entiende en Occidente, y ha llevado la Isla a niveles de Haití o Corea del Norte, y no ha dado (ni dará) la más mínima oportunidad de diálogo o apertura o algo que se le parezca.

¿El abuelo o los nietos?

En el mismo discurso de 1955 en que se oponía en solitario a la amnistía de Castro y su grupo, Rafael Lincoln Díaz-Balart decía también lo siguiente: "Desgraciadamente hay quienes, desde nuestro propio gobierno, tampoco desean soluciones democráticas y electorales, porque saben que no pueden ser electos ni concejales en el más pequeño de nuestros municipios".

Por ventura se imagina alguien a Carlos Lage, o a cualquier otro de esos presuntos reformistas que a toda hora detectan dentro del régimen de Fidel Castro los cubanólogos nuestros de cada día, pronunciando semejantes palabras dentro de eso que allí denominan Asamblea del Poder Popular.

Pero la verdad es que la santa ira que algunos sienten porque la Escuela de Derecho de FIU haya sido nombrada Rafael José Díaz-Balart, no obedecería probablemente a los vínculos de dicha figura con el gobierno de Batista, ni siquiera al alto puesto que ocupara su hijo durante ese gobierno y a su firme oposición a la amnistía por los sucesos del Moncada, sino que —sospecho— obedecería más bien a la posición política e ideológica de sus nietos en el presente: los congresistas Lincoln y Mario Díaz-Balart.

Esos que, junto a los también congresistas Ileana Ros-Lehtinen y Albio Sires, y a los senadores Mel Martínez y Bob Menéndez, republicanos unos y demócratas otros, cubanoamericanos todos, son los responsables primeros de que la democracia norteamericana mantenga aún en el estatus de Estado-paria a la tiranía comunista de Cuba. Responsables, en tanto representantes elegidos —aunque a algunos les pese— por la inmensa mayoría de la comunidad exiliada, que no se conformaría con menos que las libertades todas para su país de origen.

© cubaencuentro

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