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Niños, Cambios, Educación

Besando a la rana apropiada

La sociedad cubana comienza a vivir de manera visible dos formas diferentes de acceso a la educación

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Desde hace unos días circula por la web —Revolico incluido— el anuncio de una guardería infantil privada en La Habana. Su dueña se llama Zulema Rosales y supuestamente es la hija del General Rosales del Toro. Esto último no puedo confirmarlo, pues no conozco a esta persona, ni a la familia del General, ni al General. No sé si son buenas o malas personas, si son trabajadoras o haraganas o si son honestas o no. Por tanto, nada de esto es una valoración personal.

Tampoco hace falta que lo sea, pues sea hija de quien sea, habría que asumir que Zulema Rosales es una persona afortunada, pues la guardería reside en una casa espaciosa de dos niveles del reparto Kohly. Un barrio que siempre estuvo protegido, primero por haber albergado a una clase media alta que encontró refugio en sus buenas condiciones ambientales, sus calles retorcidas y los entornos ajardinados. Luego porque esas mismas casas fueron repartidas a los nuevos miembros de la clase política, quienes siguieron gozando de la misma intimidad vecinal, pero apuntalada por guardias y cierres de calles de lo que fue desde entonces un suburbio segregado y misterioso de la ciudad.

La página web y otras informaciones de la guardería indican perfiles varios que van desde servicios regulares hasta cuidados por horas, todo con el personal más calificado, de manera que el cliente “sentirá la satisfacción de ver el desarrollo en la educación de sus pequeños”. Alguien comentaba que el costo es de 85 CUC mensuales por pequeño, lo que de ser así ubicaría la tarifa en un nivel medio alto en América Latina. Pero cerca de cuatro veces el salario medio cubano.

La noticia mueve mis reflexiones en dos direcciones.

La primera se refiere a lo que significa traspasar la actividad anunciada a manos privadas. Pues de lo que hablamos no es del simple cuidado de niños, sino de una actividad de educación inicial. Un tipo de actividad educativa que no es obligatoria, pero sí conveniente y que en Cuba se define para niños desde 0 a 6 años. Y la actividad educativa se ha proclamado durante décadas como un espacio público —más estrictamente, estatal— y cuyo acceso igualitario, universal y gratuito ha sido un punto fuerte del consenso social.

Obsérvese que no objeto a priori una u otra manera de concebir la provisión del servicio educacional. Obviamente yo tengo mis convicciones y preferencias al respecto, pero eso no es ahora lo importante. Lo que es importante es que se están transfiriendo pedazos de la responsabilidad pública al sector privado, sin que exista un mínimo de transparencia sobre el tema para que la sociedad cubana pueda decidir lo que quiere en debate abierto y plural.

Y en este sentido la guardería de Zulema es solo un caso entre muchos otros, que incluye la existencia de escuelas privadas sostenidas por organismos internacionales a la que asisten en tropel alegre las crías de los nuevos ricos. De manera que la sociedad comienza a vivir de manera visible dos formas diferentes de acceso a la educación. En la parte de arriba, los hijos de los ganadores netos de la restauración capitalista en planteles y guarderías privadas; y en una muy extensa parte de abajo los herederos de la pobreza, en un sistema educacional en ruinas, con maestros mal pagados y pésimas instalaciones. Unos van más para arriba y otros van más para abajo.

Esta privatización vergonzante en que se restaura el capitalismo negándolo y jurando lealtad a un sistema decrépito al que los dirigentes cubanos —curiosamente al igual que los neoliberales— se obstinan en llamar socialismo, es la peor de las privatizaciones. Entre otras razones, porque se realiza sin normas claras que establezcan los requisitos infraestructurales, éticos, de personal y metodológicos imprescindibles para que alguien pueda asumir por su cuenta la provisión de educación. Más que una normación, lo que existe es una permisividad, pues esta guardería infantil se instala a la sombra del reglamento medieval que autoriza el trabajo privado en el cuidado de niños. Pero, ¿que pasaría si al amparo del permiso para cuidar enfermos, alguien —con los misma fortuna que Zulema— decide fundar una clínica?

La segunda reflexión se refiere a la suerte y sus circunstancias. Pues si algo hay que reconocerle a Zulema es su peculiar buena suerte. Tiene suerte en tener a su disposición una casa de dos plantas, ajardinada y en un barrio exclusivo, en un país donde la gente común más afortunada conseguía un apartamento en Alamar tras trabajar durante varios años construyendo edificios para todos los fines que se les ocurrieran al comandante. Es afortunada en tener internet, una página web y un correo electrónico en un país donde el servicio, se dice, no se oferta en los hogares. Es una bienaventurada neta (¿y nata?) de poder adquirir juguetes, muebles y televisores de plasma en una sociedad atenazada por la pobreza. Y ha tenido mucha, mucha suerte en que le permitan un negocio particular de legalidad tan discutible en un país donde multan y persiguen ancianos que rellenan fosforeras y a la exdelegada Sirley Avila por vender mangos de una mata de su propiedad. Reconozcamos que es suerte, pero no cualquier tipo de suerte, sino la predestinación que acompaña a los chicos de la élite postrevolucionaria.

Y es que un caso como el de Zulema habla del verdadero sentido de la actualización “sin prisa pero sin pausa”, un proceso de restauración capitalista en beneficio de una élite en transformación burguesa. Y que como tal requiere del estado para poder realizar su acumulación originaria a sus expensas y de paso protegerse de los competidores externos.

Todo eso son Zulema Rosales y su guardería. No es simplemente cualquier suerte, repito, es la que se deriva de su posición social. Y cada vez más, posición clasista. Y por ende una suerte clasista que atesora nuestra burguesía en formación.

Es curioso que en una de las paredes de la guardería hay un papel tapiz que hace alusión al cuento El Principe Rana de los hermanos Grimm. El texto, en inglés, advierte que antes de llegar a la rana apropiada que se convierte en príncipe al influjo de un beso de amor, hay que besar a muchas ranas.

Zulema Rosales no tuvo que hacerlo. Desde el principio pudo besar a la rana apropiada.


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