Actualizado: 30/04/2024 23:28
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Política, Transición, Éxodo

Evocación de los abuelos

Cuba somos todos, un hecho concreto, real, que no lo cambia ninguna idea, ningún discurso. La otra, la expectativa numantina, nadie la quiere

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Estando aún en Cuba asistía a un llamado Circulo Social donde se reunían los abuelos del barrio. Allí jugaban domino, se bañaban en el mar, hacían deportes como frontenis y ping pong. Como estamos hablando del republicano Miramar, renombrado municipio Playa, la mayoría de ellos vivían en buenas casas, tenían o habían tenido automóviles y eran médicos, ingenieros, abogados y exfuncionarios del régimen jubilados. Había algo que los unía más allá de la edad: el pasado profesional memorable, los años dedicados al proceso comunista. Los unía a casi todos la ausencia de sus hijos y nietos. A pesar de viajar al extranjero con frecuencia, o recibir a sus seres queridos de vez en cuando de visita en la Isla, flotaba en los rostros de la mayoría un imperceptible halo que pudiera llamarse soledad, nostalgia, o resignación.

Conocí a quien llamaban el Hambre-Nuevo, porque decía haber llegado a los noventa comiendo solo dos huevos duros al día. Y al Vasco, cuya hija le enviaba las pelotas desde Miami para que con sus ochenta años se batiera de tú a tú con los pocos jóvenes que lo retaban en la cancha. Otro tenía una coleta al estilo mosquetero, y con sus casi ocho décadas confesó que no se cortaría el pelo hasta que el Máximo Líder no pasara a otro nivel de la existencia —debe haberlo hecho. Un frustrado pelotero que se ganó la Universidad de Villanueva solo con sus habilidades beisboleras. Un día llegué temprano y no había ningún abuelo. Alguien que todavía estaba allí me dijo algo que no he olvidado: cuando veas que no hay nadie en el Círculo es que estamos para la funeraria o el cementerio. El pelotero había muerto.

Lo que relato sucedió hace más de veinticinco años. Recién comenzaba a salirse del tristemente poco olvidado Período Especial. Los abuelos del Círculo alquilaban sus bellas mansiones, y sus carros. Y la mayoría recibía de su familia “moneda del enemigo”. A pesar de eso, seguían teniendo esa sombra que, como a Mauricio Babilonia acompañaban mariposas, a ellos los seguían sin darle respiro unos grillos que sin llamarse Pepito les recomía las conciencias. No importa cuán famosos o productivos hubieran sido durante su vida laboral. Ni cuanto aportaron al proceso involucionario, gracias a lo cual obtuvieron esas casas “abandonadas por la burguesía”, y los automóviles, “asignados por el estado”. Les faltaba algo. Y no era nada material.

Aquellos abuelos habían quedado atrás para “guardar la retaguardia”. Algunos tendrían la esperanza de un cambio, una mejoría que permitiera si no el regreso de sus hijos y nietos, largas estancias en la tierra que los vio nacer. O como sucede en la mayor parte del mundo con los emigrantes: los pequeños pasan las vacaciones en la tierra de sus mayores. Hoy el deterioro de la calidad de vida no solo desaconseja cualquier retorno, incluso temporal. El destruido fondo habitacional se vende a precio de ganga. De aquel Circulo Social, cuentan, han desaparecido los puentes y las escaleras, la cafetería junto al mar está en ruinas, y las famosas canchas de frontenis, herencia insular del Jaialai peninsular, es una escombrera.

Ha pasado el tiempo. La prensa oficial —lo sé, es una redundancia— no puede ocultar que Cuba se desangra de sus hijos más jóvenes y mejor preparados. Algunos periodistas con cierta dignidad lo reportan. Pero deben guardar la ropa: la culpa es del “bloqueo” y los incentivos del Imperio. Por supuesto, los cubanos en esta orilla tenemos algunos beneficios que otros emigrantes no poseen. Hay varias razones. El espacio no alcanza para narrar sesenta años de luchas para crear la comunidad pujante en lo cultural, económico y político que somos hoy en la Florida. Los estímulos son por un tiempo. Más temprano que tarde, todo cubano que se respete debe aprender a trabajar, y a trabajar bien.

Una emigración muy ligada al elemento político

Cualquier gobierno que tenga un poco de preocupación por el futuro del país estaría más que inquieto porque casi medio millón de ciudadanos lo abandone en apenas tres años. La fase martiana de que cuando las personas emigran los gobiernos sobran no parece tener efecto en La Habana. En una sociedad normal, ese sería un tema de obligada reflexión parlamentaria. Se pudiera argumentar que en otros países del área también hay una emigración masiva. Caravanas de miles cruzan toda Centroamérica para llegar a la frontera sur norteamericana. Pero hay sutiles diferencias. Una de ellas es que la emigración cubana está muy ligada al elemento político, y al diferendo Cuba-Estados Unidos. Cualquier mexicano, boliviano o argentino podría volver a su país, invertir allí, comprar una casa, votar en las elecciones, y regresar a donde salió.

Los cubanos hemos perdido un país. Y eso parece no estar muy claro a los hermanos de Latinoamérica, para no ir hasta Europa. A pesar de que las canibalezcas leyes que antes se apropiaban de las casas y hasta de los tenedores de quienes emigraban han flexibilizado sus humillantes procederes, basta que alguien opine, escriba, se haga notar en el exilio para pasar a la categoría de “ex cubano”. Los “de acá” no tenemos derecho a votar, a invertir en Cuba sin la interferencia del régimen, a que nos devuelvan la jubilación por los años trabajados en la Isla. Los cubanos necesitamos un pasaporte —uno de los más caros y más malos del mundo por hechura e inutilidad— para entrar al país… quienes no estén en la “lista negra”.

Paradójicamente, no habrá una Cuba futura sin “ex cubanos” y sin la “gusanera de Miami”. No la hay ahora mismo. Si el exilio cerrara el grifo de los miles de millones de dólares, y los viajes a Cuba se cancelaran solo por seis meses, el comunismo insular colapsaría en breve. Esa medida, que sí calificaría como verdadero bloqueo, La Habana sabe que no se adoptará. Somos muy emocionales y familiares para permitir que una abuela o una madre pase hambre, calores y desnudeces. Y por eso la estrategia ha sido abrir las grandes alamedas volcánicas por donde pase el Hombre Nuevo Emigrante. A más “gusanos” trabajando en factorías, más compañeros defendiendo los enormes vientres involucionarios. Lo del régimen contra el exilio no es personal: es solo business.

La estrategia del gobierno Biden —este escribidor está en desacuerdo con la mayoría de sus políticas exteriores— ha sido no hacer nada. Es una teoría del cambio. No hay nada más práctico que una buena teoría si funciona. La contradicción interna del sistema lo lleva a la implosión por ser inviable. Toda presión externa, al contrario, daría coherencia y energía al régimen. En palabras de un psicólogo famoso: dejar que la Torre de Pisa caiga por su propio peso. Probablemente partiendo el último de los hermanos, no habrá piedra que sostenga la inclinada estructura.

Y ese es otro conflicto de la Continuidad. Pueden tener puesto el freno para el inevitable cambio, y al mismo tiempo, solo en sus manos está organizar una verdadera transición a la democracia sin violencia, que es el reclamo de la mayoría de los cubanos fuera y dentro de la Isla. Una ideología no vale para nada si no es capaz de articular los intereses varios de toda la Nación. Cuba somos todos. Y ese hecho concreto, real, no lo cambia ninguna idea, ningún discurso porque la otra, la expectativa numantina, nadie la quiere. Ni siquiera aquellos abuelos que en la playa, jugando al dominó o hablando de sus nietos, esperaban el turno celestial. Mientras, el insecto que no se llamaba Pepito aguijoneaba sus conciencias.


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