Transición, Economía, Integración
Jerarquización cultural de las Civilizaciones
La mejor solución para la sufrida Cuba es una integración en supra-naciones —como la hispana, por ejemplo—, o la anexión a alguno de los grandes superpoderes globales presentes
Las economías de América y África dieron el salto a la Modernidad desde niveles organizativos y tecnológicos muy primarios, poco sofisticados. Ocurrió al ser integradas a la fuerza al sistema-mundo en edificación desde Europa Occidental, cuando los habitantes de aquellos reinos se hicieron a la navegación oceánica a una escala nunca antes vista en la historia humana.
Este hecho, el salto traumático a la Modernidad de las sociedades africanas y americanas, es irreversible. Esas sociedades no pueden volver atrás el tiempo, para retomar el momento exacto en que los europeos occidentales (portugueses, españoles, franceses, británicos y holandeses) interrumpieron sus tendencias intrínsecas de desarrollo histórico. A las sociedades americanas, africanas, y a todas las demás que han sido arrastradas a posteriori al sistema-mundo creado por Occidente, solo les cabe aceptar esa realidad, y decidirse por una de las siguientes opciones:
1-Intentar hacer colapsar al sistema-mundo presente, y así apostar a que en la edificación de uno nuevo a ellos les toque una mejor posición, más central, en el nuevo sistema de relaciones internacionales que surja a continuación (lo cual probablemente no ocurrirá sino en décadas, incluso siglos, si es que sucede…). Algo que solo lo ha intentado la sociedad cubana en los años sesenta, cuando Fidel Castro y Ernesto Guevara intentaron crear otros dos “Vietnams” en América del Sur y la selva ecuatorial africana, para provocar el colapso del llamado “Mundo Libre” —aunque es probable que en algo así incluso el Campo Socialista también se hubiera tambaleado, y en todo caso Moscú habría terminado por perder su posición central indiscutible.
Es oportuno recalcar que esta opción no implica volver el tiempo atrás, al momento exacto del primer contacto con los europeos. Incluso si en las nuevas relaciones a esas sociedades les tocara en verdad una mejor posición, más central, ya no serían otra cosa que una evolución, en otras condiciones más competitivas para ellos, de su herencia cultural original, aquella cuyo desarrollo fue tronchado por la llegada de los navegantes oceánicos europeos, pero sobre todo de lo mucho que estos últimos les han dejado atrás, al matizar, pero también al desplazar, sustituir, en su base cultural previa al primer contacto. O sea, no habría un Imperio Azteca o Inca revivido, en una posición central en el nuevo sistema-mundo, sino un México o un Perú, con tanta influencia europea, y de todas las tierras con las cuales esa influencia los puso en relación, que sería ya imposible hablar de semejante renacimiento, más allá de la retórica.
2-Identificar correctamente los valores, los principios, los procedimientos, los discursos que explican la superioridad cultural de Occidente durante la Modernidad, y promoverlos en sus sociedades; y a su vez escapar de lo occidental cuya adopción ha servido únicamente para acentuar su dependencia y subordinación -la cual, sin embargo, tiene su origen no en esto, sino en lo primario y poco sofisticado de los niveles organizativos y tecnológicos de sus economías, y culturas, para el momento de su integración, forzosa, al sistema-mundo occidental. O sea, occidentalizarse, aunque sin perder detalles particularistas de sus esencias propias que no entren en contradicción con aquellos valores que necesitan para tener una mayor competitividad en el sistema-mundo presente —los pueblos del Lejano Oriente han sabido hacer esto con un nivel de eficiencia tal que hoy comienzan a disputarle a Occidente la posición central de este.
En lo económico esto segundo implica no desconectarse del actual sistema de relaciones internacionales, “globalizado”, sino por el contrario aumentar la integración al mismo, solo que desde un mejoramiento, desde un “adelanto” de sus culturas, y desde una voluntad política de las élites nacionales en la Periferia de imponerle al Centro del actual sistema-mundo una distribución internacional del trabajo más beneficiosa para sus sociedades.
Esto último de intentar imponerse, para que tenga alguna posibilidad de éxito, implica necesariamente abandonar los nacionalismos de municipio actuales. Hay que obligarse a buscar una integración en supra-naciones —como la hispana, por ejemplo—, o la anexión a alguno de los grandes superpoderes globales presentes—, algo que pensamos en lo personal es la mejor solución para Cuba, ya que el surgimiento de la supra-nación hispana no será tan rápido como así de urgente es la solución a los problemas de este sufrido Archipiélago.
En el actual contexto internacional, el proceso globalizador sin lugar a duda continuará -nunca se ha detenido, en realidad- mas ya no desde centenares de economías con pretensión a la independencia política, o en todo caso al grado de independencia escaso que puede existir en un mundo que se globaliza desde un único Centro verdaderamente independiente, sino desde un número de bloques económicos mucho más independientes en lo político de lo posible hoy día. En tal escenario la pretensión de las pequeñas y medianas naciones, tipo municipio, a mantener su independencia política, solo podrá conseguirse a costa de continuar con el empobrecimiento y relegación de sus ciudadanías de a pie en las jerarquías globales. O por lo menos a costa de perder las oportunidades que les brindaría aproximarse o anexarse a uno de esos nuevos bloques, o crear los propios, a partir de sus identidades supra-nacionales: la hispana, la eslava, la extremo-oriental, por ejemplo.
Esta segunda opción, que admite implícitamente la superioridad de Occidente sobre las civilizaciones americanas y africanas, a las cuales transformó hasta lo irreconocible para cualquiera de sus individuos muertos antes del nacimiento de Vasco de Gama o Cristóbal Colón, solo cabe si hemos partido de aceptar lo que hoy se niega con tanta fuerza desde el establishment intelectual occidental: la posibilidad de hacer una, o muchas jerarquías, de las culturas.
La capacidad de hacer la naturaleza más vivible
Según el dogma multiculturalista, tan extendido al presente, todas las culturas son equivalentes. Lo cual es en parte cierto. Todas las culturas son sentidas propias por quienes se han desarrollado y vivido en ellas. Gran parte de lo que somos no es más que esa atmósfera ideal, artificial, que encontramos al nacer —esto es más y más real en la medida en que el individuo ha tenido menos contactos con otras culturas, y menor es su inteligencia (en este caso como capacidad de distanciamiento). Sin embargo, más allá de lo que sentimos por nuestra propia cultura, los seres humanos somos capaces de un limitado nivel de racionalidad, como distanciamiento de nosotros mismos, y de nuestro medio. Existen, consecuentemente, otros puntos de vista, ya no el sentimental, que permiten plantear jerarquías culturales.
Si bien desde la subjetividad todas las culturas son sentidas como propias, y por tanto equivalentes, desde su relación con lo objetivo, con la realidad, los seres humanos encontramos criterios para hacer valoraciones jerárquicas entre la propia, y las ajenas. Un punto muy fructífero en este sentido lo encontramos en el análisis marxista. Para Marx lo importante es la capacidad de la sociedad en cuestión para transformar su realidad, para hacer a la Naturaleza más vivible para sus ciudadanos: de lo que se trata es de transformar la realidad, no de conocerla. Para Marx, el trabajo no ha perdido la esencia de transformación de una realidad hostil, o por lo menos indiferente a la presencia humana, en vivible, a diferencia de lo que hoy ocurre en las sociedades satisfechas de Occidente, que creen vivir en un paraíso… el creado por el trabajo de incontables generaciones que les antecedieron, y que los satisfechos tienen equivocadamente por algo dado, natural, no artificial.
Desde ahí Marx plantea sus jerarquías, que por desgracia no tarda en achacar a una supuesta dialéctica de las cosas, herencia de sus estudios de la dialéctica de la ideas de Hegel -en el fondo sigue habiendo en la suya mucho de dialéctica de las ideas, como evolución de las ideas de Justicia, Verdad, y Belleza. Sin embargo, lo que nos importa aquí es que Marx parte de afirmar ya desde el Manifiesto Comunista que no hubo ninguna sociedad pre-moderna con una capacidad semejante a la capitalista para hacerle más vivible la realidad al hombre, e implícitamente, en toda su vasta obra, que la cultura científica occidental será necesariamente la de toda la Humanidad que logre alcanzar el Comunismo. Sobre este último, agregar que más allá de suponer su advenimiento a partir de su creencia en la lucha de clases, ese podrido rezago de la dialéctica hegeliana en el pensamiento marxista, Marx lo cree necesario por su constatación de la tendencia a la concentración en grandes unidades productivas del capitalismo de su tiempo, en busca de mayor eficiencia productiva. O sea, Marx supone la llegada del Comunismo en parte por su mayor eficiencia en la asignación de recursos escasos, lo cual no es otra cosa que una mayor capacidad de hacer más vivible la realidad para el hombre.
La verdad es que no todas las sociedades tienen la misma capacidad de transformar la realidad, y ello está en dependencia de un ingente conjunto de factores de difícil definición, más allá de lo que pensara Marx. Lo de menos es que no todas tengan la posibilidad de asegurar a sus ciudadanos los mismos estándares de vida, material, que han alcanzado las sociedades satisfechas occidentales, sino que además no tienen una comparable capacidad de superar las inesperadas variaciones de esa “normalidad” en que hemos vivido desde el final de la última glaciación, y por tanto de asegurarle a sus ciudadanos un mayor chance ante lo “anormal” que otras. Por ejemplo, en esencia solo Occidente, desde sus interpretaciones de la realidad, y desde su desarrollo material-productivo, ha sido capaz de identificar probables eventos “anómalos” como la caída de un meteoro, y de intentar encontrar soluciones para evitar sus efectos. Desde la evolución de las ideas originales de los pueblos africanos, y aun desde las de los tan elogiados mayas, es en primer lugar poco probable que al presente se hubiera por lo menos identificado esas amenazas, y de haberse logrado, que la respuesta no pasara de muy reconfortantes —para africanos, mayas, y multiculturalistas— conjuros o danzas ceremoniales, aunque totalmente inútiles para resolver el problema.
Rediseñar esas culturas que sentimos tan propias
Una sociedad como las islámicas, para seguir con los ejemplos, que antepone los dogmas de un libro a los hechos evidentes, no es que no sea capaz de brindarle a sus individuos los elevados estándares de consumo occidental —a menos, claro, que nade literalmente sobre un océano de petróleo—, es que tendrá muchísimas menos chances de sobrevivir a lo “anormal” que una en que se le permita a los individuos la libre expresión de ideas y su constatación práctica, como en Occidente... por lo menos hasta hace unos años, y el resurgimiento de nuevos dogmas y peripatetismos, dizque científicos, allí.
Aunque podamos, y debamos, por razones éticas, —no “científicas”, dejo claro, porque los hechos, en forma de millones de pruebas de inteligencia más bien demuestran la existencia de diferencias estadísticas entre los tres principales grupos humanos étnicos—, pero sobre todo de convivencia, negarnos a creer en la versión de la selección natural aplicada a lo social por el nacional socialismo alemán: lucha por la existencia entre las diferentes “especies” o “razas” humanas, y sobrevivencia de la más fuerte, no podemos negar que las sociedades, o más bien sus culturas, están sometidas en otro sentido a las leyes de la selección natural. En este caso no en razón necesariamente de la lucha, la guerra concreta entre sí de las diversas sociedades, sino a la confrontación “comercial” entre las culturas y sus formas de ver la realidad y de enfrentarla, por ganarse a los individuos de las diferentes culturas y civilizaciones presentes, mediante la constatación ante ellos de sus logros, y sus ventajas sobre la propia, y todas las demás. Una lucha entre el siempre más amplio pelotón de las menos realistas, con menos posibilidades de sobrevivir a la inevitable anomalía, y las más objetivas, con mayor fortaleza ante el cambio anómalo e inesperado. Una lucha con resultado no predeterminado por algún orden natural —o sea, no necesariamente la cultura más adecuada a una determinada circunstancia, o a mayor número de ellas, tiene por qué imponerse: los humanos somos libres—, y que en caso de terminar con la victoria de las menos, disminuirá nuestras probabilidades de inmortalizarnos en nuestro legado, humano, concreto y etéreo.
El asunto no es, por tanto, de que unos humanos sean más fuertes, o más inteligentes, mejor dotados genéticamente —para la ingente aventura que le espera a la Humanidad: la conquista y colonización de nuestro sistema solar, estamos todos en esencia mal dotados en la misma desproporcionada medida. El asunto, recalco, no es de competencia entre humanos, sino entre ellos y una realidad no pensada por nada, ni por nadie, como un paraíso para amparar la realización humana; por lo menos más allá de esos reconfortantes cuentos infantiles para ayudarnos a irnos dormir cada noche que son las religiones tradicionales, o de última hora, new age. En consecuencia, sí, cabe hacer una jerarquía de las culturas más realistas, más efectivas en transformar la realidad, en prever sus anomalías y encontrar modos de contrarrestar sus efectos, y por lo tanto los humanos, seres capaces de tomar en sus manos sus destinos, debemos ser capaces de rediseñar esas culturas que sentimos tan propias, en que nacemos, al importar valores, conceptos, ideas, procedimientos, de las mejor situadas en una jerarquía así.
La mejor manera de hacerlo, por cierto, al menos en América Hispana, es la de abandonar los nacionalismos municipales que hoy nos dividen, y buscar a través de los Estados Unidos y España integrarnos en un bloque político con Occidente. En el caso de Cuba, señalar el camino, al buscar la anexión a nuestro vecino del Norte, y en no muchas décadas el país con mayor número de hispanohablantes del mundo.
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