Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Economía, Corrupción

Dormir el socialismo

La desidia, el cansancio y el descreimiento de la población son enormes

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Un importante intelectual cubano, durante la década del setenta, cuando desaparecieron los cigarros del país, le decía a su esposa que se “iba a dormir el socialismo” y que no lo despertara hasta que no consiguiera una cajetilla de cigarros. La anécdota me la hizo su hijo y me aseveró que en esa ocasión estuvo durmiendo más de 24 horas.

Los cubanos parecen haber hecho suyas las palabras del escritor y, a falta de ilusiones y cansados de esperar un cambio, un indicio real, por pequeño que sea, de que sus vidas van a mejorar, han decidido enajenarse, “no coger lucha” y “conseguir” o “escapar”, desentendiéndose del Gobierno y de sus “soluciones”. Los cuentapropistas inventan todos los días: si no hay tiendas mayoristas, como existen en todas partes del mundo, “resuelven” a cualquier precio, literalmente. El soborno es una parte de esas soluciones. Los inspectores, en su inmensa mayoría, se hacen de la vista gorda y, discretamente, cobran una comisión por su silencio. Los policías, que deberían ocuparse de que se cumpla ley, también reciben sobornos y permiten que se expandan por la ciudad la prostitución y el “desvío de recursos”. En vez de cumplir con su deber, se dedican a combatir delitos menores, como ponerle multas a los pobres viejitos jubilados que hacen lo que pueden para ganarse unos quilitos de más pues con sus miserables pensiones no les alcanza ni para mal vivir una semana. También “combaten” enérgicamente a los “buzos”, que rastrean en los tanques de basura latas y botellas vacías y lo que se encuentren que pueda ser “reciclado” de alguna forma y vendido después. Pero los delitos verdaderamente graves, la prostitución infantil y de todo tipo, los robos con fuerza, el hurto de ganado, la corrupción gubernamental que ha llegado a límites escandalosos, parecen tener una prioridad menor. No es que no se persiga ni que todos los policías sean corruptos, sería injusto afirmarlo, pero el hecho cierto es que cada vez son más los robos y mayor y más profundo el deterioro moral de la sociedad, aunque la prensa oficial nada dice.

Hace unos años circuló de CD en CD y de memoria flash en memoria flash, un escalofriante video realizado por unos españoles sobre un negocio de prostitución en el que las “protagonistas” eran jovencitas de secundaria básica de una escuela en la Habana Vieja. Todo el mundo estaba implicado: maestros, policías, hasta los padres de muchas de ellas. Yo no pude terminar de ver el video. La forma desfachatada de expresarse de esas jóvenes era insoportable de escuchar. El narrador del documental comenta con tristeza: “no se puede decir que sean inmorales. Son amorales”. El video se puede ver, según me han dicho, por Internet.

El 27 de enero de este año salió publicada en Granma una noticia, sencillamente, increíble. El artículo, titulado Insólito daño al patrimonio ecológico, explicaba que durante el llamado Período Especial habían comenzado una serie de indisciplinas y robos en el Jardín Botánico de La Habana. Copio unos párrafos para que tengan una idea de la dimensión del delito. He omitido los nombres de los delincuentes pues ese dato no aporta nada importante a la noticia:
“A partir de entonces (1990) y con la agudización de la crisis económica, las instalaciones sufrieron un gradual deterioro debido, en lo fundamental, a la carencia de recursos para darles mantenimiento especializado a los pabellones y al lago del Jardín Japonés. De manera simultánea, el aumento de la indisciplina social y la no existencia de una vigilancia adecuada del lugar al faltar los hombres y medios necesarios para ello, trajo consigo la sustracción escalonada de la casi totalidad de los 11,5 kilómetros de cerca perimetral, que delimita el espacio total del centro. En la segunda mitad del 2008 comenzaron a detectarse de manera esporádica casos aislados de tala ilícita de árboles, presumiblemente para lucrar con la madera”.

En la sentencia dictada se especifica lo robado:
Como resultado de las pruebas practicadas se demostró que (…), puestos de común acuerdo con personas desconocidas hasta el momento, en dos oportunidades durante el mes de diciembre de 2010 se dirigieron hasta el Jardín Botánico y con dos motosierras talaron un total de nueve caobas africanas, valoradas cada una en 324,91 pesos para un total de 2 924,19 pesos, que después de taladas trasladaban en un camión conducido por el acusado (…) hasta el domicilio de los acusados (…), donde la aserraban en tablones y posteriormente procedían a su venta”.

Realmente, resulta difícil entender cómo es posible que se pueda realizar “la sustracción escalonada de la casi totalidad de los 11,5 kilómetros de cerca perimetral” y talar, con dos motosierras, nueve caobas africanas, sin que nadie se dé cuenta.

Se dice que en unos de esos videos secretos que les ponen a funcionarios y militantes del Partido se hacía referencia a un fraude pantagruélico, tan complicado y elaborado y con la participación de tantas y tantas personas, que nunca he logrado entenderlo del todo. Sencillamente, hay que tener un máster en Economía para poder idear algo así. En esencia, el asunto consistió en la venta de, supuestamente, cebollas y ajos que se transportaban en rastras que venían a la capital desde las provincias orientales. Lo curioso es que las rastras estaban absolutamente vacías y pasaron los puntos de control de la carretera con todos sus papeles en regla, hasta el mercado receptor en La Habana. El fraude sumaba la astronómica cifra de más de 12 millones de pesos cubanos, dinero que se repartía entre los implicados, que deben haber sido muchos. Jamás se sembraron esas cebollas y esos ajos, ¿cómo es posible que suceda algo así? Estoy seguro de que si se escribiera el guión de este atraco, la película rompería todos los récords de taquilla.

Los ejemplos sobran. Lo que se conoció hace poco (y que jamás se dijo oficialmente) sobre el director del Hospital Calixto García, que realizaba operaciones privadas en esa institución médica, no es más que un caso entre muchos. Las operaciones “clandestinas” en los hospitales del Estado es algo de lo que se viene hablando hace mucho tiempo. El “indómito” Comandante algo supo de esto cuando en aquel discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005, se preguntó “¿cuántas formas de robo hay en este país?”. Pero lo que todo el mundo sabía era que el problema había comenzado muchos años antes de que el “señor de la gorrita” se desayunara con la noticia.

La desidia, el cansancio y el descreimiento de la población son enormes. La mayoría de la gente solo ve solución yéndose del país, a pesar de que ahora la crisis económica internacional es brutal y las posibilidades de trabajo en otros países son escasas o inexistentes. Pero, así y todo, se quieren ir. No hay más que pasar por los lugares donde se fotocopian pasaportes y títulos, se hacen fotos para visas, se certifican documentos. Ni hablar de la cantidad de cubanos que se han hecho ciudadanos españoles gracias a sus abuelos. Incluso muchos lo han logrado sin siquiera ser descendientes de españoles porque aquí todo tiene un precio y se falsifican certificados, nombres y lo que usted quiera, siempre que pague en divisas. Ser ciudadano español es tener un pasaporte que te permita viajar sin problemas a cualquier parte del mundo, incluido al “monstruo revuelto y brutal que nos desprecia” que tanta fascinación ejerce sobre esta población la cual, paradójicamente, después de más de medio siglo de cantaleta oficial contra “el imperio más poderoso del mundo”, sigue siendo modelo de vida deseado por muchos, incluyendo a una gran cantidad de artistas e intelectuales oficialistas y guatacones del Gobierno a quienes les encanta viajar a Miami.

En cualquier lugar que uno se encuentre, en una cola para la guagua, en un consultorio médico, sentado tomando el fresco en un parque, la gente habla y critica y ya son muy pocos los que te “salen al paso”, pues se encuentran, francamente, en minoría, aunque en nuestra televisión se refleje una sociedad próspera y agradecida. Recuerdo aquel ingenioso poema que circuló, justamente, durante el Período Especial (atribuido a un poeta que, en estos momentos es un defensor del Gobierno), cuando toda la culpa de nuestros males y carencias la tenía el “desmerangamiento” de la, entonces, Unión Soviética y de los países de Europa del Este. En aquella época, igualito que ahora, “hay comida en la tele y en la prensa” y vivimos en el mejor de los mundos posible. Una cosa es lo que pasa de verdad y la otra es lo que ellos divulgan. Eso sí lo han hecho muy bien, controlar los medios masivos de comunicación porque saben lo peligrosa que puede ser una imagen, lo incendiaria que puede resultar una opinión diferente, un cuestionamiento público del orden establecido, un debate de verdad y no ese periodismo oficialista y repetidor en el que nadie cree.

Es cierto que la población ha buscado sus formas de “dormir el socialismo” pero también es cierto que el descontento se ha extendido por toda la Isla y las nuevas generaciones —y las no tan nuevas— no están dispuestas a seguir aguantando tanto desastre ni a seguir postergando su felicidad y bienestar por el capricho de unos pocos aferrados al poder. Hace poco, en una tienda de divisas, una amiga le comentó a la dependiente que si seguían subiendo los precios de los productos habría que ir a protestar a “la raspadura”. A lo que la dependiente le contestó: “sí, no quedará más remedio, lo único que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo”. Porque a diferencia del cuento para niños de la La bella durmiente, “no hay sueño que dure cien años… ni pueblo que lo resista”.

Aquí les va el poema…

La yuca, que venía de Lituania,
el mango, dulce fruto de Cracovia,
el ñame, que es oriundo de Varsovia,
y el café que se siembra en Alemania.

La malanga amarilla de Rumania,
el boniato moldavo y su dulzura,
de Siberia, el mamey con su textura,
y el verde plátano que cultiva Ucrania.

Todo eso falta y no por culpa nuestra.
Para cumplir el plan alimentario
se libra una batalla ruda, intensa.

Y ya tenemos la primera muestra
de que se hace el esfuerzo necesario:
hay comida en la tele y en la prensa.


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