Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Damas de Blanco, Laura Pollán

El coraje de los cobardes

Es la cobardía la que mueve la mano del dictador que dicta las leyes valedoras de sus excesos

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Desde que se conoció la muerte de Laura Pollán el pasado 14 de octubre, he estado revisando vídeos, fotos e informaciones que relatan la lucha de las Damas de Blanco durante sus aproximadamente ocho años de existencia.

En casi todos estos testimonios hay un denominador común: el abuso de poder, la instigación al odio y el esfuerzo del régimen por silenciar el atropello a unas mujeres armadas con gladiolos y con un único reclamo: la liberación de cubanos condenados a largas penas por el simple hecho de pensar una Cuba diferente a la impuesta por el régimen. Eso es lo que han hecho las turbas a veces uniformadas, a veces azuzadas por los uniformes.

Cuesta entender que una sociedad machista como la cubana contemple impasible —y aún más, que incluso participe, bien con la complicidad del silencio, bien de forma activa—, en tales linchamientos morales y, en cierta medida, físicos, que con bastante exactitud denominan “actos de repudio”.

La explicación que salta a la vista, sin embargo, es bastante simple: se trata de una sociedad desinformada, manipulada y reprimida durante medio siglo. Una sociedad educada en la cultura del miedo por un régimen que, a su vez, le teme. La explicación, al menos en parte, lleva un nombre: miedo. Ese alimento de las peores fechorías.

Con razón Montaigne titula uno de los capítulos de sus Ensayos “La cobardía, madre de la crueldad”. Allí cuenta que el emperador Mauricio preguntó a su yerno Filipo quién era el soldado Focas, que según varios pronósticos iba a matarlo. Y aquél le respondió, entre otras cosas, “que era cobarde y miedoso”. Enseguida el emperador dedujo que entonces era “asesino y cruel”. Y añade Montaigne: “¿Qué hace a los tiranos tan sanguinarios? Es la inquietud por su seguridad, y que su ánimo cobarde no les brinda otros medios para encontrarse seguros que el exterminio de quienes les puedan atacar, incluso mujeres, por miedo a un arañazo”. Y a continuación cita un verso de Claudiano: “Todo lo golpea pues todo lo teme”.

No se precisa retroceder demasiado en la historia de la llamada revolución cubana para encontrar pruebas que corroboren esta afirmación.

La Primavera Negra de 2003 no fue más que un espasmo de pánico. También lo fue el enjuiciamiento sumarísimo y el fusilamiento en la misma fecha de Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodán Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac, tres jóvenes acusados de ser los principales culpables de secuestrar una lancha de pasajeros con la intención de emigrar a Estados Unidos. Al igual que todas las detenciones, todos los actos de repudio y todas las intimidaciones y calumnias con que durante décadas se ha intentado asfixiar a la oposición pacífica.

Asimismo es la cobardía la que mueve la mano del dictador que dicta las leyes valedoras de sus excesos. ¿Qué es si no, la llamada Ley 88 de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba o, más en propiedad, Ley Mordaza? ¿Y la Constitución, que pretende convertir en legal, entre otros despropósitos, la irreversibilidad del régimen? ¿Y su prohibición de las libertades civiles, en especial aquellas que impliquen confrontación de ideas?

Por eso, sin pecar de una imaginación demasiado desbordada, hasta se ha podido especular sobre las causas de la muerte de Laura Pollán. Algunos opinan que no se hizo todo lo posible para evitarla; otros que pudo haber sido asesinada mediante una atención negligente o, peor aún, a través de la inoculación de complicaciones irreversibles. Algo que, si seguimos el hilo de la misma lógica, también se podría aplicar más atrás a las muertes de Zapata Tamayo y Wilfredo Soto. No suscribo esta hipótesis, solo digo que es contextualmente razonable. Todos murieron “extrañamente”. (Un término, por cierto, que copio del artículo que Fidel Castro dedica a enjuiciar la muerte de Gadafi, refiriéndose a la muerte de otro tirano: Slovodan Milosevic.)

Es lo que permite suponer la conducta de un régimen que basa su permanencia en el poder, no en la eficacia de una gestión aprobada periódicamente en las urnas por sus ciudadanos, sino en la represión, la desinformación, el secretismo y el control absoluto. Algo que ha convertido al país en un inmenso cuartel plagado de policías, delatores y cárceles. Un país lastrado por el recelo y el miedo.

Que desde la muerte de Laura Pollán las Damas de Blanco hayan podido desfilar sin grandes contratiempos —aunque vigiladas de cerca y pese a varias detenciones previas—, solo viene a reforzar la tesis de Montaigne. Es como si la imagen de Laura Pollán, que ha presidido esas marchas, les produjese aún más pavor que cuando estaba viva.

Pero cuidado: estamos ante un régimen que, por cobardía, puede ejercer la crueldad y de hecho la ha ejercido constantemente contra las propias Damas de Blanco. Estamos ante un régimen que, como escribió Claudiano, todo lo golpea porque todo lo teme. Hasta los posibles arañazos de unas mujeres vestidas de blanco y con gladiolos en las manos.


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