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El destape de “Machadito”

José Ramón Machado Ventura ha sido durante más de 30 años el ideólogo sin demasiadas ideas de un Partido que no ha brindado aportes teóricos al marxismo

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En octubre de 2008, el metropolitano Kiril Gundjaev condecoró en el Palacio de la Revolución de La Habana a Raúl Castro con la Orden Príncipe Danilo de la Buena Fe de Primer Grado, y le entregó la Orden Honor y Gloria, de la misma iglesia, para Fidel Castro, quien en esos momentos no estaba muy ortodoxo de salud. Siguiendo la probada fórmula de Domino’s y Telepizza, la Iglesia inauguraba su servicio de órdenes a domicilio.

En agradecimiento, Fidel Castro enunció que la Iglesia ortodoxa “es una fuerza espiritual” que “en los momentos críticos de la historia de Rusia jugó un papel importante” y que tiene los mismos principios éticos que el presidente venezolano Hugo Chávez, algo que él considera un elogio. Subrayó que esa iglesia “no es enemiga del socialismo”, recordando quizás al Patriarca Sergei, quien proclamó en 1927 su lealtad al Gobierno soviético —la Iglesia ortodoxa serbia apoyará con entusiasmo años más tarde a Radovan Karadzic— que, entre 1917 y 1937 detuvo a 136.000 clérigos, de los cuales solo sobrevivieron 40.000.

La condecoración de los Castro fue noticia en numerosos medios, sin percatarse de su injusticia: José Ramón Machado Ventura, el más ortodoxo pope de la fe castrista, no recibió de sus homólogos rusos ni una medallita de san Jonás de Moscú, a él, que pasó tantos años evitando que se lo tragara la ballena.

Pero ahora su propia iglesia lo ha condecorado con el discurso por el 58 aniversario del Asalto al Moncada, monopolio durante decenios del Metropolitano de La Habana.

Médico de profesión, José Ramón Machado Ventura ha sido durante más de treinta años el ideólogo sin demasiadas ideas de un Partido que tampoco ha deslumbrado por sus aportes teóricos al marxismo. Un oscuro (casi diría siniestro, y no me refiero a sus apellidos, de infausta memoria para la cubanía) funcionario, un burócrata autoritario y fiel, sin otras aspiraciones que servir y que, por ello, lejos de intentar imponer su antigua ortodoxia, algo que queda fuera de su alcance, está dispuesto asumir la nueva retórica con la misma fe que la anterior. “Machadito” (resulta chocante que sigan chiqueando, como si fuera el chico de los recados, a este anciano que ocupa la segunda plaza en el escalafón cubano) soltó en Ciego de Ávila un discurso sin imprevistos ni revelaciones, desde el título: “La batalla de hoy tiene un frente decisivo en el combate cotidiano y sin tregua contra nuestros propios errores y deficiencias”. Algún lingüista debería hacer un estudio comparado de las retóricas totalitarias.

Apegado al guión, tras la retórica habitual sobre los mártires, y citar a mambises y combatientes, el equivalente de las batallitas que cuentan los viejitos jubilados en los parques, le echó un par de piropos a Ciego de Ávila por su gestión económica, aunque días atrás la asamblea provincial hablara más de fracasos que de éxitos.

Puntualizó que “debemos cumplir cabalmente la orientación del compañero Raúl, de que lo que acordemos no puede convertirse nunca más en un papel que duerma el sueño eterno en la gaveta de un buró”. Y que “hay que romper definitivamente la mentalidad de la inercia”. De lo cual se desprende que la inercia era de otros, la inercia de siboneyes y taínos, al igual que las gavetas donde se confinaron cincuenta años de buenos propósitos. O siglos, quizás se refiera a las gavetas de la Capitanía General.

A tono con los nuevos tiempos, reconoció que en la entrega de tierras ociosas “todavía hay empresas y formas productivas que no declaran toda la tierra ociosa o deficientemente explotada que tienen, a lo que se añade la demora en la ejecución de los trámites”, y que “algunos de los que ya las recibieron tienen morosidad en ponerlas en producción”. Confiemos en que no demoren otro medio siglo.

Despotricó contra “el derroche y los gastos superfluos”, “contra la indisciplina social y laboral, la deficiente contabilidad, el mal aprovechamiento de los recursos, las actitudes burocráticas generadoras de rutina, indolencia o esquematismo y contra procedimientos absurdos que nada tienen que ver con el socialismo”. Es decir, con el “nuevo socialismo”. El anterior es ahora una suerte de Jurásico neblinoso.

Curiosamente, el mismo Machado Ventura de la ortodoxia estatalizante nos dice ahora que “proyectaremos el trabajo de nuestra organización política de manera que se dejen atrás prejuicios hacia el sector no estatal de la economía”. Llamo la atención sobre la palabra prejuicio, “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”, según el diccionario de la RAE. Dicho por el gobierno que desmanteló, persiguió, satanizó e incluso persiguió judicialmente la empresa privada, resulta tan sorprendente como escuchar que Adolf Hitler tenía prejuicios contra los judíos.

Recalcó Machado las palabras de su jefe en el sentido de que las reformas se harán “sin prisas, pero sin” (dada su juventud, los dirigentes cubanos disponen de todo el tiempo del mundo), para dar “soluciones definitivas a viejos problemas” (creados por nosotros, le faltó decir) y “sin que nadie se crea dueño de la verdad absoluta”, “con pies y oídos bien puestos sobre la tierra, muy atentos a la opinión de la gente, listos para rectificar sobre la marcha”, en un alarde demócrata que, dicho a destiempo, le habría costado el puesto.

De sus escasas y casi siempre tangenciales apariciones públicas, todos recordamos a Machado Ventura desde lo que los ingenieros llaman la vista en planta, la perspectiva cenital desde la cual se descubría su calva precariamente enmascarada por cuatro pelos que nacían en la patilla izquierda y, abrumados por el esfuerzo, alcanzaban la oreja derecha. En tiempos recientes, bien sea por la falta de laca, porque los cuatro pelos naufragaron o porque algún nieto deslenguado le dijera “no seas ridículo, abuelo, con esos cuatro pelos pareces un calvo entre signos de admiración”, se decidió por el destape y ha asumido su alopecia con una dignidad tardía.

Del mismo modo, ahora descubrimos que bajo los cuatro pelos de la ortodoxia se escondía un reformista auténtico, con inclinaciones democráticas. Posiblemente a eso se refiera cuando nos exhorta en su discurso a “predicar con el ejemplo”. Aunque, volviendo a la Iglesia ortodoxa, me temo que le va mejor lo de predicar que lo del ejemplo.


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