Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Raza, Cambios, Economía

La cuestión racial

El problema no podrá resolverse mientras la inmensa mayoría de los ciudadanos, comprendidos los blancos, viva en la precariedad; con ingresos miserables; hacinados en casas de vecindad, cuarterías y solares, sin los medios indispensables para llevar una vida digna

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De nuevo un alto dirigente, esta vez Ricardo Alarcón de Quesada, reconoció el fracaso de la revolución para resolver los problemas raciales en Cuba; tema que en repetidas ocasiones ha sido mencionado y vuelto a citar por el Presidente Raúl Castro en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, como algo pendiente de solución.

En esta oportunidad, Alarcón llamó a erradicar completamente los prejuicios raciales que perviven en la sociedad e indicó que este tema será tratado en la Conferencia Nacional del PCC, a celebrarse en enero de 2012, según una entrevista publicada en el portal digital www.cubarte.cult.cu. Además se pronunció por “avanzar mucho más en la batalla por la igualdad, contra el racismo y la discriminación”, y se refirió a las palabras del Raúl Castro sobre la importancia de cambiar mentalidades, recalcando que sobre este tema que el Presidente ha sido muy claro y transparente. También llamó a “trabajar mucho por educar a la gente y al mismo tiempo vigilar para que en la política de cuadros se promueva efectiva y racionalmente a mujeres y negros”.

Con el triunfo de la revolución en 1959, la retórica de los nuevos dirigentes políticos promovió esperanzas de alcanzar una sociedad más justa y equitativa. Ciertamente las playas, escuelas y sociedades acogieron a los cubanos sin diferencias, y se crearon perspectivas para el acceso a la educación y el trabajo, iniciativas generadoras de un significativo apoyo popular.

Sin embargo, los buenos propósitos no siempre pudieron cumplirse. Si las escuelas y centros de altos estudios se nutrieron de negros y mulatos, así como hubo mayor espacio para la actividad deportiva y el acceso a la recreación, las oportunidades no fueron iguales para disfrutar de viviendas decorosas o la elevación del nivel de vida, a pesar de la enorme subvención económica recibida del boque soviético.

De todas formas, las esperanzas de lograr un futuro mejor provocaron que el sector poblacional de menos ingresos, incluidos negros y mulatos, fuera quien diera mayor credibilidad a la propaganda oficial dirigida a presentar al régimen como el máximo defensor de los estratos más humildes de la sociedad. Factor determinante para comprender por qué hasta finales de 1989 el porciento de cubanos con piel más oscura asentado en Estados Unidos fuera sustantivamente minoritario.

Así, cuando ocurrió la pérdida de las subvenciones provenientes del este de Europa y en Cuba comenzó la crisis económica más aguda de su historia, ellos fueron los más golpeados por ser los menos preparados para enfrentarla, a causa de las desigualdades históricas no superadas y constituir el sector poblacional con menos familiares en el extranjero y, en consecuencia, con inferior recepción de remesas. En Cuba esa ayuda es vital, pues con salarios promedio mensuales equivalentes a 18 dólares es imposible sostenerse, lo cual ha sido reconocido incluso por Raúl Castro.

Además, la crisis ha sido muy prolongada. Ya dura más de 20 años y nadie sabe cuándo podría terminar. En tales condiciones no debe sorprender que los sectores más desprotegidos, entre los que se encuentran en una alta proporción los negros y mulatos, han sido empujados al delito en esta situación tan precaria para poder sobrevivir. Según datos contenidos en el Informe sobre Desarrollo Humano (IDH) 2007-2008 del PNUD, Cuba tenía una población penal de 487 personas por 100.000 habitantes, para ocupar el sexto lugar en el mundo. El Pocket World in Figures 2011 Edition de The Economist refleja una proporción de 531 personas por 100.000 habitantes con la quinta posición mundial. Para quienes hemos estado en prisión y vivido el infernal estado de las cárceles cubana, atestadas de reos comunes, esos datos no nos sorprenden. Incluso hay organizaciones en Cuba, como la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional que afirman que esas cifras están por debajo de la realidad. La masa fundamental está compuesta por jóvenes, negros y mulatos muy humildes. Las dos últimas categorías podrían representar alrededor del 80 % del total de los reclusos, sobre todo en las prisiones de las provinciales orientales, como la Cárcel Provincial de Guantánamo y el Reclusorio Nacional de Boniato en Santiago de Cuba.

Puede afirmarse que la mayoría de los presos comunes, en caso de haber existido mayores oportunidades de desarrollar una vida digna, no harían cometido delitos, ahorrándose los sufrimientos de una enorme cantidad de personas y familias, y colosales volúmenes de recursos humanos y materiales que hoy se gastan en sostener un semillero de establecimientos penitenciarios esparcidos por toda la Isla y el costo de gigantescos aparatos represivos.

Los problemas raciales, no resueltos por la revolución como se prometió, heredados del pasado colonial —la esclavitud duró institucionalmente en Cuba hasta 1886—, tienen una raíz fundamentalmente socio-económica. Hasta tanto no se salga de la crisis general y se enrumbe el país hacia un futuro de prosperidad en un marco democrático, donde sean respetados integralmente los derechos humanos e intereses de todos los cubanos, el problema racial no podrá resolverse. Como tampoco se encontrarán soluciones a muchos otros problemas que actualmente asfixian la sociedad. La igualdad real entre los ciudadanos no se hallará con una burocrática repartición de cuotas de acuerdo con razas y sexo, o con la aplicación de experiencias de otros contextos, como los mecanismos de acción afirmativa, incluso en un contexto tan politizado como el cubano, podría ser fuente de más injusticias. Menos podrá resolver una discusión elitista en la próxima Conferencia Nacional del PCC, por quienes han reconocido haber sido incapaces de avanzar en una real integración racial, así como en hallar soluciones a una larga lista de cruciales dificultades que asfixian la vida nacional.

El problema no podrá resolverse mientras la inmensa mayoría de los ciudadanos, comprendidos los blancos, viva en la precariedad; con ingresos miserables; hacinados en casas de vecindad, cuarterías y solares, sin los medios indispensables para llevar una vida digna. Hoy resulta más evidente que una verdadera integración social debe sustentarse en la creación de oportunidades para todos los ciudadanos; tarea imposible de materializar sin una real liberación de las fuerzas productivas y la radical sustitución de un modelo económico, político y social que con su irracionalidad ha conducido a la nación al “borde del precipicio”.

Solo con alegatos y pronunciamientos contra la discriminación racial poco se podrá avanzar en lograr una verdadera integración. Hacen falta medidas concretas y el progreso sin más demoras del proceso de cambios que demanda el país. Asimismo, la solución de esta cuestión compete a todos los cubanos, por encima de diferencias ideológicas, pues como dijera José Martí “cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro”.


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