Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Granma, Prensa

La ineficiencia como virtud de la prensa oficial cubana

Por principio, y desde la época leninista, se estableció que la prensa en un país que avanzaba hacia el comunismo tenía que orientar y cumplir una función ideológica

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La prensa oficial en Cuba no cumple la función de informar, es más bien un órgano de orientación. Solo que a la hora de desempeñar la función orientativa lo hace mal, tarde y por omisión.

No se aparta de otros ejemplos que existieron mientras duró la Unión Soviética y el campo socialista. Es por ello que luce tan anacrónica. Pero lo peor es que resulta inútil salvo por un aspecto: ocupa un lugar. No es que logre ocultar una carencia. Se trata de algo más simple: su ineficiencia contribuye a mantener el statu quo, y en ese sentido su desempeño es perfecto.

Desde hace algún tiempo se habla en Cuba de incrementar las denuncias de lo mal hecho, así como publicar y dar a conocer ineficiencias, sobre todo en el campo económico y administrativo. Si bien este esfuerzo —de llegar a producirse realmente— resultaría beneficioso, en el mejoramiento de algunas deficiencias administrativas locales y hasta nacionales, no deja de eludir el problema fundamental. La noticia tiene un valor jerárquico en sí misma, dada por su importancia, las condiciones en que se produce, su singularidad, procedencia y otros factores. La lista podría ser larga, pero hay algo común en todos los elementos: el valor noticioso es intrínseco al hecho y no debe estar determinado o adulterado por factores externos. Para decirlo de forma más simple: la noticia surge o se descubre, pero no se fabrica. Al incurrir en esto último se cae en la tergiversación y el engaño. En el mejor de los casos, se entra en el dominio de la publicidad y la propaganda, pero casi siempre se acaba en el fraude.

Distinciones de este tipo tienen un carácter político, y de inmediato puede surgir una contraparte que argumente que en los países democráticos, y en general en el capitalismo —desde las grandes cadenas noticiosas hasta los periódicos de provincias— sobran ejemplos de ocultamiento de informaciones, desplazamiento de noticias importantes a los lugares menos visibles y simple alteración de contenidos. También puede afirmarse que la llamada “objetividad” periodística y el balance informativo se han visto reducidos en los últimos años, en particular por la crisis que impera en la prensa escrita. Es cierto, pero lo que constituye un defecto o una limitación no crea una norma o precepto.

Por principio, y desde la época leninista, se estableció que la prensa en un país socialista, que avanzaba hacia el comunismo, tenía que orientar y cumplir una función ideológica. De ahí la asignación de grandes recursos a los periódicos partidistas. Como ocurre en muchos otros aspectos en Cuba, el despilfarro ha sido enorme y los resultados de miseria. La prensa permitida en la Isla —un país con un sistema que a estas alturas no es ni un remedo de socialismo— permanece condenada al lastre de limitar la información a sus ciudadanos, de una forma torpe y con el mayor desprecio. Ni siquiera ha sido capaz de desempeñar esa labor orientadora que siempre ha asumido públicamente.

Salvo la divulgación de leyes y algunos discursos del gobernante, poco más de importancia dan a conocer los dos principales periódicos cubanos. Por otra parte, hablar de la función informativa de la radio y la televisión es un ejercicio estéril.

En un periódico de limitadas páginas como Granma, buena parte del contenido informativo no tiene actualidad y otra buena parte está referida a noticias baladíes —en que la intrascendencia del hecho pasa a un segundo plano frente a la conveniencia política de darlo a conocer— e informes que carecen de sustentación, simple repetición de datos ofrecidos por determinada instancia o funcionarios, a los que nunca se les cuestiona o se verifica si lo que dicen es cierto.

A esto se añade una carga de documentos y recopilaciones de lo ocurrido en los largos años del proceso revolucionario, o el relativo corto tiempo que necesitó Fidel Castro para derrotar militarmente al gobierno de Fulgencio Batista, que mejor tendrían cabida en una publicación especializada en temas históricos.

En este sentido, Granma actúa como biblioteca y mausoleo anticipado, no como un contenido noticioso. La fuente de información que brindan sus páginas —sin entrar ahora en un cuestionamiento de su calidad y exactitud— es en gran medida del tipo de las que se encuentran en museos y bibliotecas, y su ubicación siempre presente en el sitio en internet de la publicación remite a una reafirmación de poder, que aspira a la eternidad y no al momento. De esta forma, asume una característica que se sitúa en las antípodas del periodismo, especialmente en la época digital, donde el sentido de actualidad se acorta cada vez más.

La prensa de hoy, en todos sus formatos, es prensa del instante. Sin embargo, en buena medida, Granma no le dice al lector lo que está ocurriendo, sino le reafirma lo que pasó: es prensa del recuerdo.

Junto a la rememoración constante de lo ocurrido en torno al triunfo de Fidel Castro, y una selección de acontecimientos posteriores, con demasiada frecuencia aparecen informaciones que de forma sistemática se refieren a celebraciones, seminarios y actividades bélicas que se realizan en toda la Isla. Por momentos, el más importante diario cubano parece una publicación militar, empeñada en recordarle a los ciudadanos cuanto le deben y dependen de los hombres de uniforme.

Tal esfuerzo de propaganda no es nuevo en una nación con un gobierno surgido de una guerra civil, que se ha dedicado a engrandecer las instituciones militares y cuyo gobernante por décadas fue identificado primero como “Comandante en Jefe” y luego como presidente o jefe de Estado; un dictador que dedicaba su tiempo tanto a ordenar expediciones militares lejanas como a explicar el procedimiento mejor para cocinar el arroz, de forma más nutritiva y económica. Este absolutismo de la información dio como resultado que los cubanos estuvieran condenados a ser regidos por un “reportero en jefe”, que por supuesto se consideraba mejor que cualquier periódico. Fue García Márquez quien primero vio esa condición de “reportero” en Fidel Castro, lo único que con adulación y servilismo.

Desde el uso del lenguaje de los cuarteles, al hablar de los planes cotidianos del Gobierno y los problemas del país, a la recordación constante de la gesta independentista del siglo XIX, el régimen castrista ha apelado al discurso militar para justificar y fundamentarse ideológicamente. Este marco referencial caduco marca una estrechez de propósitos que ha contribuido a la supervivencia del sistema, pero también a su inoperancia y marasmo. La jerga del soldado convertida en instrumento represivo.

Por décadas Granma ha establecido una forma de obtener y brindar un tipo de información restringida, que va de la inercia a una lectura entre líneas y por omisión: lo que no aparece cuenta más que lo que se publica.

Para citar un ejemplo actual, en estos dos últimos días la prensa cubana no ha informado sobre la tensión creciente entre ambas Coreas y la amenaza de guerra en la zona. La noticia de que el gobernante norcoreano, Kim Jong Un, ha ordenado a su artillería que se prepare para disparar contra bases estadounidenses en Corea del Sur y en el Pacífico no ha aparecido hasta el momento en la prensa.

Para explicar esa omisión solo cabe especular. Lo más posible es que los periodistas estén esperando conocer la posición del régimen cubano en la disputa, que por supuesto será de apoyo a Corea del Norte. Prefieren o están obligados a esperar la información oficial, y no van a afrontar el riesgo de lanzar una posición oficiosa. Y mientras tanto guardan silencio y no publican la noticia. Saben que por años Pionyang ha utilizado sus amenazas como instrumento negociador y quizá también conozcan que pese a la escalada en la crisis, Seúl continúa brindando ayuda humanitaria a Norcorea.

Sin embargo, hay una diferencia entre, por una parte, asumir una posición —no solo en un gobierno sino también en un órgano de prensa— y por la otra decir lo que está ocurriendo. Todo en este artículo se refiere al periodismo informativo, no al de opinión (salvo, por supuesto, este propio texto). Y aquí radica el principal problema de la prensa oficial cubana: cuando se convierte a todo lo que ocurre en un argumento ideológico, no se informa sino se interpreta.

Este uso de la prensa, establecido desde el inicio por el “reportero en jefe” es no solo perjudicial, sino anti-periodístico en su esencia. De esa forma, se contribuye no solo a que el lector esté poco informado, sino que se le limita su capacidad de análisis.

Se puede argumentar también que con los problemas cotidianos que enfrentan los cubanos —desde la falta de agua hasta la búsqueda diaria de algo que llevar a la mesa— el conocer de otra crisis más entre las dos Coreas queda fuera de su interés, y agregar que en la mayoría de los países capitalistas la población no solo desconoce sino que tampoco le llama la atención este tipo conflicto, por lo menos hasta el momento en que comienzan a caer las bombas. Es cierto, pero entre ese adocenamiento por el consumo, la inercia y hasta la crisis mundial, y la imposición de la estulticia hay más de una diferencia.

Ser cultos no necesariamente nos hace libres, en más de un sentido, pero sí ser libres nos posibilita estar mejor informados. Es cierto que en el mundo actual las limitaciones para ser libres son muchas, pero no por ello hay que aceptar la condena que representa tener a Granma como el órgano oficial de la prensa en Cuba.


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