Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Sociedad

Las cuentas malas

Los maestros en manipular cifras desde hace 50 años desatan ahora la guerra estadística contra los muertos dejados por Ike.

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Las malas cuentas son como las malas compañías: pervierten el entendimiento.

El Caudillo siempre fue un maestro para manipular las cifras, quizás desde sus tiempos jesuíticos. Nunca sabremos si fueron doce los sobrevivientes que reunió en la Sierra: sus nombres no se han detallado, y es un número eficaz para la leyenda, sospechosamente apostólico.

Nunca tuvimos la lista de los 20.000 mártires de la Revolución que inventara en 1959 Miguel Ángel Quevedo, el director de Bohemia. Por eso se repiten, sin cesar, los nombres de los caídos en la rebelión para bautizar las fábricas, los CDR, los parques, las cooperativas, los centros de trabajo. Si tuvieran 20.000 nombres para repartir, ¡cuántas biografías heroicas no se habrían publicado!

En 1957, al pobre Herbert Matthews le pasaron una y otra vez el mismo pelotoncito, con distintas gorras, para que creyera que asistía al espectáculo de una robusta guerrilla, como luego lo informara, jubiloso, en TheNew York Times. Toda una ingeniosa escaramuza estadística.

Las cifras de la mortalidad infantil son flexibles: depende de si el médico reporta el fallecimiento dos o tres días después de sucedido, como lo incita a hacer el director del hospital, para que no conste en el expediente pulcro que se exhibe al mundo. Los abortos son tan numerosos que se oculta la profusión del recurso. Las negligencias médicas ni se consideran ni se sancionan. No existen médicos incapaces, porque fueron graduados por la Revolución.

¡Ni qué hablar del número de suicidas! Es, como comprobaron unos investigadores universitarios, un "secreto de Estado". Prohibido matarse en un país tan "feliz".

Datos de antes y de ahora

No se conoce la escolaridad real de los alumnos, porque los que ganan concursos en la UNESCO han sido entrenados especialmente. Hay profesionales que no saben quién fue Juan Gualberto Gómez, o los liberales de Perico, o las intrigas mambisas, o quiénes fueron los presidentes de la República en los primeros cincuenta años del siglo XX, o en qué consistían los programas de los distintos partidos.

Las preguntas de examen sobre los gobiernos de la "seudo-República" se contestan siempre así: "se caracterizaron por la corrupción, el robo, la prostitución, la explotación y el analfabetismo". La misma respuesta se acepta para todas las épocas.

En 1959, las arcas estatales estarían vacías, pero Cuba no tenía deudas. Hoy no sabemos por cuántos miles de millones de dólares están endeudadas nuestra generación y las venideras.

Se anuncian los presupuestos para el país en las Asambleas Nacionales, pero nunca hay rendición de cuentas. Se desconocen las "reservas especiales" del presidente o las "cajas chicas" de los ministerios. No sabemos qué hacen con las cuotas que recaudan los inoperantes MTT, FMC, CDR, etcétera, esas infelices muestras de la "sociedad civil oficial".

En años recientes, se reportaban crecimientos asombrosos en la economía del país, 12%, algo así… La CEPAL optó por no considerar las cifras cubanas porque no seguían ningún modelo aceptable. ¡Estábamos creciendo más que China! Ah… fue que se utilizó una nueva herramienta para la medición, de la que deducían las gratuidades, que nunca fueron exactamente gratuidades, porque en el salario se hacían los descuentos. Hasta un día en que se dejaron de detallar en los sobres de pago, total…

Hartos de tener números por delante —delatores de la realidad—, de los libros del "Deber y el Haber", el "Balance", los "Libros Contables", clausuraron la carrera de Ciencias Comerciales en la Universidad de La Habana y abrieron una Facultad de Economía que estudiaba profundamente Das Kapital, como si fuéramos la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX. Sacar cuentas era una mezquindad capitalista que no necesitaba el Hombre Nuevo, aunque algunas metáforas de Marx resultaran divertidas.

Sobrecumplían en todas las recogidas de cosechas pero, como dijo un poeta, la comida se quedaba en los medios de comunicación. Las enormes riquezas profesional y cultural, forjadas a principios de la Revolución, se perdieron para el país, ya sea por la necesidad de emigrar o por la urgencia de obtener subempleos para ganar algunos dólares. Esa desgracia es imposible de registrar en números.

El Caudillo, una vez, se desmayó en público y, ya resucitado, dijo por la televisión que él había sido la persona desmayada 666 de esa tarde a causa del implacable sol. Se dieron cuenta, más tarde, de la simbología satánica del número y la cambiaron, pero ya había salido al espacio. Hay que entender que un número preciso estimula la verosimilitud. Lo saben bien los novelistas, desde Defoe a García Márquez. En este caso, fue un rapto de franqueza.

Difuntos culpables

Cierto es que hay una buena organización para evitar muertes en casos de desastres naturales, pero es obsesivo y criminal el afán de negar los muertos. Resulta que los difuntos son los culpables de morirse por no seguir las instrucciones dadas.

Siempre han negado los muertos reales que se han producido en las inundaciones, los deslaves, los derrumbes, los ciclones, las guerras ajenas… ¡Claro que han sido ahora más que siete muertos! Una tragedia como la que hoy nos desgarra, así lo indica.

La imagen política es, para los gobernantes, más importante que la esencia y que el agudo sufrimiento real. Esos muertos no importan. Como dijera alguna vez el Caudillo en su oratoria febril: "Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella".


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