Actualizado: 28/03/2024 19:45
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Jóvenes Cubanos, Disidencia

Lo que les viene arriba es un tsunami

Al Gobierno no le importa si usted está en contra, lo que le interesa es que no lo diga

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La debilidad de los regímenes totalitarios que se eternizan en el poder es justamente esa: que duran demasiado. Piensan que adoctrinando a generación tras generación lograrán convertir a los jóvenes en sus robots, en el “hombre nuevo” famoso y repiten y repiten las mismas consignas vacías, rehacen la historia a su antojo y, por supuesto, se aseguran de que quede claro para todo el mundo, que el que se salga del redil será convertido en una no-persona, se le acusará de cualquier cosa y se logrará el efecto deseado: que todo el mundo se sienta vigilado, tenga miedo, no se exprese con libertad y, sobre todo, que se quede callado. Al Gobierno no le importa si usted está en contra, lo que le interesa es que no lo diga. En Cuba eso lo han sabido siempre los dirigentes de la Revolución. Quedó más que claro cuando la crisis de la embajada del Perú, cuando los militantes del Partido Comunista y de la UJC lanzaban sus carnets por encima de la cerca, una vez dentro. A eso los han enseñado, a la simulación.

Ahí están los ejemplos de los casos de fugas espectaculares, como la del héroe de Playa Girón, General Rafael del Pino, de altos funcionarios del MININT que han desertado, de tantos “cuadros políticos” de total confianza que se han “quedado”, muchas veces con maletas repletas de dinero, de los miles de médicos y científicos, cuidadosamente seleccionados por su militancia revolucionaria, que aprovechan cualquier oportunidad para irse del “paraíso” comunista.

Pero nada, el Gobierno no se sienta a pensar por qué sucede esto. Hace poco Raúl Castro se preguntaba en qué nos habíamos equivocado, pero fue una pregunta retórica pues a continuación declaró que no nos podíamos detener en eso y había que continuar con las reformas económicas emprendidas. ¿Reformas políticas? No, todo eso está bien, el partido único, y ahí se discuten, “democráticamente” entre ellos mismos, los problemas económicos, sociales y políticos de once millones de cubanos. Para justificar lo del partido único usan el argumento, para ellos irrebatible, de que Martí solo fundó un partido.

Por supuesto que solo fundó un partido, ¿a quién se le ocurre formar dos partidos, o tres, o cuatro? Usted funda el suyo y los demás fundan los de ellos. Martí agrupó todas las tendencias políticas de la época, consecuente con su prédica de respetar lo opinión de todos, de oír a todos con la idea de ir sentando las bases de un futura república democrática.

No está de más recordar aquella famosa carta que le escribió a Máximo Gómez, a quien admiraba y respetaba profundamente, el 20 de octubre de 1884. Martí, preocupado por el carácter caudillista y militarista del proyecto de Gómez, le escribe: “Pero hay algo que está por encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente; y es mi determinación de no contribuir con un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo. Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.

Resulta muy perturbador leer estas palabras que podrían aplicarse perfectamente —cambiando solo un nombre y un apellido— a lo que ha ocurrido en nuestro país a partir de 1959. El triunfo de la Revolución cubana llenó al pueblo de esperanzas y vino acompañado de “virtudes”, sin dudas importantes y necesarias, que satisfacían los reclamos de justicia social que el pueblo tanto deseaba y que le habían sido escamoteados durante tantos años. Sería injusto no reconocerlo. Pero la “trampa” estaba en que era, como dijera el Apóstol, “un régimen embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo”, donde no había espacio para una sociedad verdaderamente democrática.

Cuando quedó atrás la euforia popular de los primeros años en que la mayoría creía en la pureza de la Revolución y se renunciaba, gustosamente, a un montón de derechos en aras de un objetivo sublime, comenzó a hacerse evidente que todas las decisiones políticas y económicas las tomaba un solo hombre, en nombre de un solo partido. Las nuevas generaciones comenzaron a cuestionarse algunos de los dogmas inviolables del sistema, el discurso iba por un lado y la realidad del país iba por otro, la televisión hablaba de un país que era irreconocible, inexistente. Como se dice en buen cubano, “no cuadraba la lista con el billete”. El acceso a la información a través de vías no oficiales como son los canales extranjeros clandestinos, Internet, los soportes electrónicos como DVDs, memorias flash, etc., que logran un efecto multiplicador de la noticia, han inundado la Isla con la realidad de Cuba y del mundo.

En la antigua Unión Soviética tuvieron que pasar 70 años para que una figura como Gorbachov, un comunista probado, lograra acabar con un sistema que parecía ser eterno, sencillamente diciendo la verdad. Los países comunistas de Europa del Este tuvieron que esperar cuarenta años. Nosotros ya vamos por 50. Pero el mismo Gorbachov, veinte años antes de iniciar su Glasnost y su Perestroika, no hubiera logrado nada porque todavía los que recordaban las barbaridades de Stalin vivían bajo el terror y los países que integraría la Europa comunista tenían que agradecer, sin chistar, la “libertad” que les había llegado detrás de los tanques soviéticos.

Pero la historia, como dijo Eliseo Alberto, “siempre tiene veinte años” y los jóvenes cubanos de hoy no creen en nada de lo que les han enseñado mecánicamente, no han sufrido la desilusión de nuestra generación sencillamente porque nunca han tenido ilusión, y se lo cuestionan todo, porque así es y así ha sido siempre: la juventud es, por naturaleza, rebelde. Fidel dijo una vez, “no te digo cree sino lee”, pero omitió decir “lee… lo que yo quiero que leas”. Y ahora la gente tiene la posibilidad de leer otras cosas y sacar, de verdad y no como dice el periodista de la televisión, sus propias conclusiones.

Los que éramos niños al triunfo de la Revolución vivimos otro proceso, muchos nos entregamos de corazón a un proyecto en el que creíamos, y aceptamos muchas injusticias pensando que eran necesarias porque nos “tragamos” aquello de que “no era el momento”. El desengaño de nuestra generación tomó su tiempo y ha sido doloroso. Pero esos jóvenes han nacido en el desencanto.

Y no son unos pocos. Están los raperos y rockeros con su música irreverente y contestataria, los graffiteros, los blogueros, los jóvenes con sus cámaras y teléfonos digitales recogiendo testimonios y lanzándolos al ciberespacio. No tienen miedo, quieren decir lo que piensan, quieren, incluso, equivocarse, pero, ante todo, quieren ser, sencillamente, libres, ejercer su derecho a expresar su opinión y a que se la respeten. Cada día son más, protestan de diferentes maneras, critican abiertamente, es un verdadero tsunami de jóvenes indignados. Y no hay quien los pare.


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