Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Prensa, Represión, Cambios

Secretismo a voces (II)

Segunda y última parte de un artículo sobre la censura en la prensa cubana

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Fidel Castro sabía muy bien el valor y la importancia de la prensa para movilizar ideas y estados de opinión y desde el mismo 59 comenzó a “chapear bajito”. Fue en el 61, con sus tristemente célebres “Palabras a los intelectuales”, cuando logró, parafraseando un poema de Lezama, “su definición mejor”: “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada”. Los límites los puso él y así han seguido hasta el sol de hoy. El control absoluto sobre los medios de información en un país donde no existen ni existirán por muchos años las ventajas indudables que ha traído la electrónica, la computación y la telefonía celular para el libre flujo de las noticias y de la información, le permite al gobierno mantener al pueblo totalmente desinformado y manipulado por su propaganda. Lo más “audaz” que se ve y escucha en estos momentos es, créanlo o no, Telesur, aunque sabemos muy bien de “la pata que cojea”. Raúl Castro, si algo ha demostrado, es su lealtad absoluta e incondicional a su hermano, aparte de ser un fiel seguidor de estos “principios” con relación a lo que se le debe decir o no al ilustrado y cultísimo, según ellos, hombre nuevo que quisieron formar. Recuerdo aquel discurso que todavía debe provocarle pesadillas, el 14 de junio de 1989, cuando se salió del texto que tenía escrito y comenzó a decir disparates e incoherencias contra Ochoa. En medio de aquello, en vivo y en directo, igualito que Robertico Carcassés, de pronto, dijo: “pero lo que saldrá mañana en la prensa es esto que tengo en la mano”. Ya eso fue el colmo de los colmos. Y así mismitico fue. Al otro día, los que no habían escuchado su intervención y fueron a Granma, “que nunca miente”, lo que encontraron fue el discurso escrito que jamás leyó.

Estaba terminando de escribir estas notas cuando supe dos noticias que, en apariencia, no están relacionadas entre sí ni con el tema de este artículo, pero sí lo están, y mucho. La Conferencia Episcopal ha repartido en las Iglesias, según noticias que circulan por el correo electrónico, una Carta Pastoral titulada “La Esperanza no defrauda”, donde se reclama “que se escuchen voces que no sean las que estén afiliadas en una línea o en una orientación oficial estricta” y piden reformas políticas democráticas que acompañen los cambios económicos iniciados. Hace justamente veinte años, los obispos católicos de Cuba se atrevieron a manifestar, en una pastoral leída y repartida en las Iglesias, su preocupación por la situación moral y económica del país. En aquella oportunidad la prensa oficial, la única, arremetió contra ellos de forma brutal. En Granma, el 30 de septiembre de 1993, Félix Pita Astudillo, publicó un ofensivo artículo titulado “Arsénico y encajes” en el que, entre otros muchos insultos, afirmaba: “parapetados en una prosa anfibia (…) los Ilustrísimos once se sueltan la trenza con un manifiesto político contrarrevolucionario, que llama al desarme moral, a la desmovilización de los revolucionarios y a la constitución de un mundo a imagen y semejanza de ese magro cabildo episcopal” (todo el mundo conoce en Cuba las implicaciones homofóbicas que tiene la expresión “soltarse la trenza”). Esperemos que “20 años sí sean mucho” y que la respuesta gubernamental esta vez sea receptiva e inclusiva.

La otra información a la que me refiero fue leída en la sección cultural del Noticiero de Televisión del mediodía: la tristísima noticia de la muerte del cineasta Daniel Díaz Torres. En la relación que leyeron de su extensa filmografía no se mencionó, por supuesto, el título de su polémica película Alicia en el pueblo de Maravillas, una sátira política realizada en 1991, justo en los tiempos del “Llamamiento al IV Congreso del PCC”, en el que se pedía que se criticara todo lo mal hecho y que todo el pueblo se expresara con entera libertad. Lo que le vino arriba a Danielito fue mucho. Los que habíamos pensado que la época de los actos de repudio había quedado atrás como el recuerdo de una terrible pesadilla, nos espantamos. Se citó a militantes de la Juventud Comunista y del Partido para que asistieran a las funciones del filme y lo repudiaran, con “viril indignación revolucionaria”. Los movilizados se pasaban la tarde y la noche en el cine y se les garantizó almuerzo y merienda en cajitas repartidas a todos para la ocasión. Si usted estuvo en una de esas funciones recordará, perfectamente, que aquello daba miedo. Hay muchos cubanos que no saben esta historia. No saben que el joven que fue Daniel Díaz Torres hizo una película que podría calificarse de contestataria, incómoda, muy incómoda, para el gobierno. Ojalá que cuando se escriba sobre él, sobre su fructífera vida como cineasta, como profesor, como crítico de cine, se mencione Alicia en el pueblo de Maravillas y de todo lo que pasó, y que los periodistas de hoy puedan expresarse con la libertad que no tuvieron en aquellos años y que no han tenido nunca.

Y es que el problema de la prensa no se podrá resolver ni habrá un verdadero debate de ideas en este país mientras exista un solo partido, mientras solo pueda escucharse una voz, mientras existan límites a la libertad de expresión, y mientras ese monopolio sea propiedad absoluto del gobierno, que es el único realmente libre. El derecho a la libertad de expresión es un derecho humano tan necesario como el derecho a la vida, a la educación, a la salud. Los derechos no se conceden o dosifican. En nuestro país, como sucedió en la ex Unión Soviética y en los países del ex campo socialista, por mecanismos siniestros de represión y muy complejos de analizar en pocas palabras, se les ha inculcado a las personas el miedo a expresarse con libertad y a reclamar esos derechos. Ese temor se ha ido perdiendo, lentamente, aunque todavía falta mucho camino por recorrer. Pero el mundo ha cambiado y este país también está cambiando. En Los idus de marzo (para no citar a Martí, que tantas veces y tan bien lo dijo), dice Thornton Wilder a través de uno de los personajes del libro: “La represión de la carne es amarga, pero la del espíritu es todavía peor. El pensamiento y los actos de quienes despiertan a la conciencia de haber sido engañados son penosos para ellos mismos y peligrosos para los demás”. Y unos párrafos después, refiriéndose a los jóvenes: “se les despojó del conocimiento que más atrae a las mentes juveniles: que el logro supremo de la vida reside en el ejercicio de la libre elección”.

Ojalá que el gobierno escuche y no posponga por más tiempo esos cambios políticos que tantos están pidiendo. De no hacerlo, solo lograría postergar el bienestar y la felicidad de un pueblo que ya ha esperado y aguantado demasiado. Y eso, como ya lo dijo el escritor norteamericano, puede ser peligroso.


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