Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Ministro de Cultura, Cambios

Un sofisticado estilo militar para dirigir la cultura cubana

El nuevo ministro de Cultura es una combinación de militar, ejecutivo y burócrata ilustrado, no un intelectual

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No causó sorpresa la noticia de la sustitución de Abel Prieto como ministro de Cultura cubano: desde hace algún tiempo se esperaba. Aparentemente —porque en Cuba, aunque todo se sabe más tarde o más temprano, casi nada se sabe con certeza— la salud no le acompañaba, pero menos aún sus propios intereses o deseos de mantenerse en un cargo que requiere mucho más de comisario que de intelectual, y él resultaba demasiado intelectual como comisario, y demasiado comisario como intelectual.

Su personalidad no se acoplaba con el cargo. Hijo de un cercano colaborador de Armando Hart en el ministerio de Educación a comienzos de la revolución, Hart lo promovió a la presidencia de la UNEAC cuando era ministro de Cultura, y finalmente se convirtió en Ministro él mismo al caer en desgracia el propio Hart. En algún momento se dijo que Fidel Castro lo había colocado en el Buró Político del Partido “por pelú”, es decir, por su melena, para sugerir un mensaje aperturista.

Prieto daba imagen de persona de mente abierta y razonable cuando se le comparaba con Edith García Buchaca, Luis Pavón y Armando Hart, los comisarios que le precedieron en el cargo al frente de la cultura “revolucionaria”, pero nunca dejó de ser la mano del “Gran Hermano” que manejaba todos los hilos del sector cultural y pretendía controlar corazones y mentes de todos los creadores y artistas del país.

Aunque algunos comentarios lo definen ahora como “tronado”, la nota oficial menciona “su experiencia y los resultados positivos obtenidos en el ejercicio de su cargo”, y que Raúl Castro lo designó “asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros”, lo que no sugiere que haya caído en desgracia. De los “liberados” que van al “plan payama” se dice en la prensa oficial que se le asignarán otras funciones, y nunca se les nombra asesores del Jefe de Estado y Gobierno.

No haber sido reelecto al Buró Político del Partido en el congreso del pasado año, más que a causa de “estar en baja” ante Raúl Castro, se debió a que en la concepción del General-Presidente su cargo no ameritaba la membresía en el más alto eslabón del poder cubano: algo así fue posible solamente en tiempos de Fidel Castro, quien atendía personalmente el sector cultural, pero, aunque todavía algunos no lo acaban de entender, ya no decide en estos asuntos.

El nuevo ministro, Rafael Bernal Alemany, no es demasiado conocido ni en Cuba ni en el mundo: eficiente y calificado, nunca tuvo demasiado interés en destacarse públicamente en ningún cargo, manteniéndose generalmente con bajo perfil, pero con poder real en el ámbito que se desempeñaba. Siendo teniente de las fuerzas armadas en los años sesenta pasó a trabajar en el viceministerio de la enseñanza tecnológica militar en el MINFAR y en el Ministerio de Educación, donde llegó a ser viceministro, cargo en el que se mantuvo hasta ser nombrado viceministro de Cultura en 1997. Es un militar que durante muchos años trabajó de cerca con José Ramón “el gallego” Fernández.

Después de Abel Prieto, la figura “estelar” y más conocida en el ministerio de Cultura era el viceministro Fernando Rojas, pero el verdadero poder era Bernal. Su perfil de personalidad tiene que simpatizar a Raúl Castro: si el ahora nuevo ministro no presidía debates intelectuales, inauguraciones, conciertos u otros espectáculos artísticos no era porque no tuviera mando real en el ministerio, sino porque su labor se enfocaba más en mantener funcionando el mecanismo gubernamental y de control que en aparecer bajo las candilejas mediáticas: siempre fue más un ilustrado ejecutivo-burócrata que un intelectual.

Lo cual puede darnos una indicación de lo que podría venir en el futuro inmediato en el Ministerio de Cultura: se separan absolutamente las funciones de dirección y control gubernamental de las de creación artística e intelectual. El nuevo ministro no es poeta, músico, escritor ni pintor, ni participará en demasiadas discusiones sobre un código artístico cubano o las tendencias contemporáneas de la música popular caribeña, pero tendrá mucho que ver con los permisos de los creadores cubanos para residencia temporal en el exterior, el “exilio rosado”, los invitados a la Feria del Libro o a Casa de Las Américas, la sofisticación de los mecanismos de censura, los “intercambios culturales” con Estados Unidos, la publicación o no en editoriales nacionales de escritores cubanos que no vivan en el país, y el enfrentamiento a las expresiones culturales y de participación de la sociedad civil, entre otras muchas tareas de gobierno.

Los creadores tal vez podrían sentirse un poco más cómodos con el nuevo ministro, porque no sentirían una presión directa sobre ellos; pero sentirse más cómodos no significa que serán ciudadanos más libres, porque eso de seguro que no está en los planes del nuevo ministro de Cultura, ni estaba en los de Raúl Castro cuando lo nombró.

Para todas esas tareas y muchas más, Rafael Bernal puede ser la persona que necesita Raúl Castro: sin demasiado escándalo ni elevado perfil mediático, será capaz de establecer políticas que el Gobierno requiere y desea en el sector cultural, y hacerlas cumplir sin vacilación, a la vez que evitará al máximo posible conflictos con la intelectualidad y los artistas, sectores siempre vistos con suspicacia por la jerarquía militar cubana.

Para Raúl Castro, el ministro Rafael Bernal es un militar que cumplirá sus órdenes. Que esté en un cargo civil es una cuestión circunstancial, que no cambia en lo absoluto la esencia: la orden del jefe es ley que encarna la voluntad y el mandato de la patria, y por eso las órdenes se cumplen y no se discuten.

De lo demás, en ese sector, que se ocupen los artistas.


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