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Raúl Castro

¿Voy bien, Machado?

A propósito del discurso de Raúl Castro el 26 de julio de 2012

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El General Presidente nunca ha sido muy ducho en oratoria e intenta salvar sus carencias remedando a su más dotado hermano. En su alocución, el 26 de julio pasado, trató de establecer un diálogo con “el pueblo” y con Machado, como hace medio siglo lo hiciera Fidel Castro con el pueblo —sin comillas— y con Camilo. Hay diferencias sustanciales entre los invitados al acto —quienes no son pueblo— y entre Machado y Camilo. Pero es que, octogenarios ya, no pueden salir de la fórmula probada aunque se carezca de espontaneidad y de dóciles palomitas.

Pena y hondo dolor causan los bajos salarios que los trabajadores, los profesionales y los jubilados devengan en la Isla y suma indignación provoca que el General lo admita impúdicamente y añada que “así estamos todos”. Ni por asomo se puede comparar el nivel de vida de la élite gobernante con el de los cubanos de a pie. Por si se olvida, Cuba era autosuficiente en la producción alimentaria básica y solo importaba lo que no podía cultivar a causa de su clima. En 1959, no solo había “un himno, un escudo y una bandera” (por cierto, la del anexionista Narciso López), sino una de las más boyantes economías de América Latina.

Al llegar los “barbudos de Fidel” no se acabó “el relajo”, se acabó la eficacia, la organización, las instituciones que equilibran los poderes, los derechos individuales y también, como dijera Carlos Puebla, “la diversión”, porque no hay pueblo más triste que el oprimido.

Hay un temor profundo, casi pánico, en la cúpula dirigente ante las indignaciones populares y las “primaveras”. En su discurso, Raúl Castro ataca a los embriones de la lucha por la democracia endilgándoles el sambenito de “grupúsculos”, lo cual es desconcertante porque si son grupúsculos son pequeños, y si son pequeños no habría que temer nada. Pero las ideas de los grupúsculos son compartidas por una mayoría a la que sí temen, si esta se organiza o si explota airada por pura angustia. Entonces, el General se solidariza con Gadafi y con El Assad, como antes con Stalin, a quien llamó, devotamente, “georgiano genial”.

Ya que existe la necesidad enfermiza de unanimidad tampoco se puede creer que las discusiones en el Consejo de Estado sean “a calzón quitado” [1]. ¿Quién, con un átomo de prudencia, se atrevería a contradecir? Podría suceder que lo acusaran de querer saborear “las mieles del poder”. En otros países, por contraste, las discusiones parlamentarias se televisan y los periódicos dan cobertura a las polémicas.

Algo que es absolutamente incomprensible es la repetición de que están dispuestos a discutir con EEEUU en “igualdad de condiciones”. ¿Cuál igualdad de condiciones? Presiento un diálogo absurdo como “yo violo derechos humanos, pero tú también”. “Respeta mis violaciones, mis represiones, mi injerencia en otros países, mi vinculación con dictadores y yo respeto las tuyas”.

El disparate mayor ocurrió cuando el General Presidente dijo que la democracia y los derechos humanos son “todos esos cuentos que han inventado en los últimos años”. La ignorancia abruma y hasta pena ajena da: el Bill of Rights data de 1689; la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789; la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948, aprobada en Asamblea General de las Naciones Unidas, en París, con la República de Cuba como uno de los primeros países signatarios. Curiosamente, solo se abstuvieron la URSS, los países del Este, Arabia Saudita y Sudáfrica, que eran los “violadores villanos” de la época.

Fidel Castro y sus adláteres firman los pactos que les pongan a mano y ni los cumplen ni los ratifican. Así es la arrogancia de los hombres sin honor y sin vergüenza que nos gobiernan.



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