Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sociedad

Los otros jardines

Las cuidadoras de niños en la Isla representan un caso especial de cuentapropismo o economía informal que cuenta con la tolerancia de las autoridades.

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La escena es cotidiana en Cuba: dos mujeres con niños de la mano caminan en sentido contrario.

Zoraida trabaja como despalilladora en una de las fábricas de tabaco de la ciudad, y aunque su labor aporta directamente divisas a la economía del país, no ha conseguido un círculo infantil donde colocar a su pequeña de dos años. Todas las mañanas de días laborales recorre varias cuadras para llevarla a casa de sus padres y recogerla en la tarde noche.

Igualmente lo hace otra de sus compañeras de trabajo, quien, con la ayuda de su esposo, puede pagar ochenta pesos mensuales para que su hijo de cuatro años sea cuidado por una vecina. Esta, por iniciativa propia, ha creado una especie de jardín de la infancia en su casa. Es lo que sucede con miles de niños en la Isla que no tienen plaza en los círculos infantiles oficiales.

La casa donde cuidan niños puede tener de manera regular entre cuatro y seis pequeños, pero hay excepciones: algunas albergan hasta veinte. Aquí aumenta la cantidad porque acogen también a menores de edades más avanzadas, que al salir de las escuelas primarias y secundarias van a la casa por almuerzo, un baño y cambiarse de uniforme para volver nuevamente al colegio.

Idelsa cuida ocho niños, los cuales juguetean en la amplia sala dispuesta para ellos. De camino al portal de la casa, la mujer comenta: "Es algo duro, por el cuidado extremo de niños que no son tuyos y al acogerlos te haces responsable en su totalidad. Yo me arriesgo porque los sé cuidar, me gustan, me entretienen y como lo hago bastante bien, tengo clientes fijos, puedo cobrar más alto que otras en la ciudad. Por cada uno me pagan cien pesos. Parece alto, pero los baño y les hago el almuerzo con igualdad para todos".

Ella cuida a cinco más de entre diez y trece años. "Casi todos los que cuido son hijos de gente joven que trabaja en la playa y pueden traer buena comida para hacerles. Esto me da la facilidad de dedicarme sólo a ellos. Mi esposo trabaja la carpintería fina, y como lo hace en casa, nos repartimos casi todo el trabajo", agrega Idelsa.

Un salvoconducto aún vigente

En otro extremo están las trabajadoras que viven fuera de las cabeceras provinciales. Una endemoniada mafia sindical reserva las pocas plazas de círculos infantiles para los hijos de quienes trabajan en los sectores de la salud o la educación. Fuera de estos, las matrículas se consiguen "resolviendo" algo a quien le gestionará o gestionó la plaza, o pagando con dinero contante y sonante. En estos últimos casos, puede suceder que la plaza llegue cuando el niño ha excedido la edad reglamentaria o que pueda asistir a sólo un curso.

La problemática de los círculos infantiles tiene sus matices. Por un lado, los niños son adoctrinados ideológicamente desde la más temprana edad, con las fatales consecuencias de privar a los padres de elegir cómo educarlos. Por otro, aunque aparentemente estos centros son una fuente segura de salud y seguridad —aunque suene redundante—, nada está más alejado de la verdad. En los círculos pululan enfermedades diarreicas, virus contagiosos y otras afecciones comunes en los pequeños.

"Ante la aparición del primer síntoma, te devuelven el niño a casa", dice una mujer que ha llevado a sus tres hijas a círculos infantiles.

Existe una rigurosidad bastante extraña en casos como estos. Si el sistema de salud estuviera lo suficientemente ajustado, no habría por qué sacar a los niños de las instituciones que se denominan únicas garantes de la infancia en Cuba.

Con la avalancha revolucionaria de los años sesenta del siglo XX, aumentó la capacidad de empleo para la mujer. Entonces las tías y fundamentalmente las abuelas comenzaron a cuidar a nietos y sobrinos. Aunque es verdad que en los jardines oficiales aumenta el nivel de relación social de los niños, en las casas se crea el sentido de familia más de cerca, con una eficacia que no puede suplantarse.

Las cuidadoras de niños en la Isla representan un caso especial de cuentapropismo o economía informal. Apenas son acosadas por inspectores estatales, policías económicos o informantes del barrio. Su labor es tan sensible, que todavía sufre el ataque de los más despiadados y encarnizados veladores del control totalitario.

Esto es señal de que los jardines de la infancia están entre las parcelas que menos preocupan a las autoridades, fuera de toda competencia. La tolerancia o lentes oscuros para algunas cosas son un salvoconducto todavía vigente.