Dolia y los escribidores
Ningún intelectual, por mucha nostalgia que tenga del comunismo, puede obstruir el sueño de Nelson Aguiar y su esposa de querer vivir libres en Cuba.
Existe ahora en el mundo una categoría especial de demócrata que desprecia las dictaduras y está dispuesto a dar la vida (eso dicen, al menos en público) por la libertad de expresión, el pluralismo y la tolerancia en todos los países. Excepto en Cuba.
Se trata de casos de personas que suelen tener altas tribunas o de individuos a quienes los beneficiarios les facilitan espacios para que diseminen esa idea movediza y enferma de raíz. Hay entre ellos hombres cultos, de experiencia política (la inmensa minoría), y una dotación espléndida de vehementes, enlutados nostálgicos del socialismo real, que buscan los pretextos más retorcidos y obscenos para que Cuba siga paralizada.
Ese staff de redactores se presenta en todas partes con la desfachatez de su estilo de albañal, sus párrafos inflamados y su prosa de ferretería. A mi me gusta leer a los más osados: los aspirantes a bañistas en Varadero, los receptores de las condecoraciones del régimen, los almorzadores oficiales en los banquetes en el único país que les recibe como intelectuales y adonde van dar lecciones de todos los dominios en los que han fracasado en sus sociedades competitivas.
Ellos son ya puro folclor y colaboran con sus rencores elegidos y sus descalificaciones absolutas, a mostrar las líneas terciadas de los pasquines cubanos y las anchuras y expansiones de la prensa libre en las naciones democráticas.
Es una retaguardia conciente de que pone los últimos petardos a favor de una pasión baldía: la dictadura cubana. Pero ellos, en un fluido intercambio de conferencias, simposios, cenas y pachangas, que sufraga la pobreza de los ciudadanos de la Isla, continúan en su encarnizada competencia a guayabazos.
Todo eso forma ya parte del paisaje final. En él se puede ver el set desmantelado, las luces que se apagan, los actores que se cambian de ropa a toda prisa, los tramoyistas que roban las bicicletas y esta gente frente a un ordenador escribiéndole hojuelas a un guión que nadie va a poner en escena.
Las mareas de textos solemnes que distribuyen estos escribidores en todos los soportes —del papel al aire— son, en realidad, insoportables. Lo son por vanos y apagados. Lo son porque la teoría de una felicidad que nadie ha visto nunca se pulveriza cuando se pone frente a esta pieza de la correspondencia de la señora Dolia Leal Francisco, fechada en La Habana, en febrero del 2007, donde habla de su esposo, el prisionero político Nelson Aguiar Ramírez.
"Las autoridades —dice la mujer— dieron la orden de eliminar a Nelson, por eso lo enviaron a las galeras. Se puso en huelga de hambre 10 días y bajó 22 libras de peso, pero él es hipoglucémico y tampoco puede estar sin comer. Sobrevivió porque tenía unos sobrecitos de azúcar y cuando sentía que iba a perder el conocimiento se echaba uno en la boca con un poco de agua".
"Nos están castigando mucho a él y a mi. Me hostigan, desde el 2005 hasta ahora me han dado seis actos de repudio. Quiero que me ayuden a salvar la vida de mi esposo. Ya falleció el hermano Miguel Valdés Tamayo y no quiero que Nelson sea el próximo".
Nelson Aguiar cumple una sanción de 13 años. Entró en la cárcel en la primavera de 2003 y es electricista. Ella es fundadora de las Damas de Blanco y los dos nacieron en Cuba y quieren vivir libres allí. Ningún intelectual, de ninguna parte del mundo, por mucha nostalgia que tenga del comunismo, puede obstruir ese sueño.
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