Constitución, Derechos, Referendo
El referendo constitucional en Cuba: Votar NO
Si el NO consiguiera una cantidad de apoyos sustanciales, ello sería una señal inédita en estos años de casi-unanimidades
Si algo se aprende con el tiempo, es apreciar los matices. El proyecto constitucional los tiene.
Es indudable que este proyecto implica, en cuanto a la conformación de un marco jurídico para el gobierno de la nación, más de un elemento positivo. Digamos que abre un mayor espacio a las diferentes formas de propiedad –requisito básico (aunque no suficiente) para la libertad y la democracia, propone cambios desconcentradores y descentralizadores del aparato político y administrativo, y abre nuevos espacios para reconocer derechos de minorías como significativamente ocurre en el caso del matrimonio. Es un recuento incompleto, pero basta para percibir el filón positivo y entender la disposición de muchos cubanos —dentro y fuera de la Isla— para transmitir opiniones y recomendaciones a la comisión encargada de la redacción final. Eso que mal se llama debate público.
Otra cosa es como se debe votar finalmente en el referendo, lo cual atañe exclusivamente a los que viven en la Isla. En este caso mi posición es que el único voto razonable es negativo. Pues, aun asumiendo los filones positivos antes mencionados, la constitución mantiene varios núcleos duros negativos que obliteran definitivamente la democracia y la libertad en Cuba, e impiden la maduración de la sociedad nacional. Y al mismo tiempo producen serias exclusiones de sectores sociales y políticos.
El primero de estos núcleos es, definitivamente, el mantenimiento de un sistema político monocéntrico que reserva al Partido Comunista un dominio indiscutible. La sociedad cubana es compleja y diversa, y por ello productora de opciones políticas diferentes, todas las cuales deben tener derecho a competir por el poder y a convertir sus programas en políticas públicas. No sabemos cuan extenso es hoy el apoyo al Partido Comunista. Es posible que en un sistema sin competencias permitidas y tan despolitizado como el cubano, una parte significativa de la población lo siga percibiendo como la mejor opción. Pero eso no es importante: si solo un 1 % quiere otra opción, esa franja minúscula tiene derecho a organizarse y mostrarse como factor de poder.
El segundo lugar, los cambios que se proponen respecto a la emigración son ridículos, y el Estado cubano sigue siendo hostil a los emigrados, percibidos como suministradores de remesas. La sociedad cubana es transnacional, y los emigrados deben ser investidos de derechos civiles y políticos, tal y como lo han hecho la mayoría de los países de América Latina. Este es otro factor de exclusión del 15 % de la población nacional.
En tercer lugar, el set de derechos sigue estando remitidos a la afiliación socialista. Un grave problema en dos sentidos. Ante todo, porque los derechos ciudadanos no existen porque una persona quiera una cosa con un fin u otro, sino porque son inseparables de la propia existencia, como aclararon los monjes dominicos de Salamanca hace la friolera de medio milenio. Y luego porque nadie es en Cuba más antisocialista que la propia élite, pues socialismo es ante todo, socialización del poder.
Finalmente, el sistema electoral seguirá estando sometido a votaciones de segundo grado, que impiden el sufragio directo y obligan a votaciones con candidatos únicos. Si esto no se cambia, la recirculación de la élite seguirá atenida a normas autoritarias “dedocráticas” sin opciones políticas de cambio fundamentales.
Repito: apoyo el NO. No porque crea que ello vaya a cambiar el derrotero. La mayor parte de la población —sin debate público real, exhausta y conservadora— va a votar SI. Y el Gobierno hará todo lo posible porque así sea, incluyendo la alteración fraudulenta de resultados si fuera necesario. Pero si el NO consiguiera una cantidad de apoyos sustanciales (es probable que otros grupos sociales voten negativamente, y sin propósitos loables, como es el caso de los evangélicos si se mantuviera la idea del matrimonio igualitario) ello sería una señal inédita en estos años de casi-unanimidades. Y la idea del NO, en los términos antes explicados, permitiría una convergencia mínima de opositores y reformistas en un tema relevante.
Es, simplemente, una oportunidad política.
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