Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Revistas, Bohemia, Historia

El vaso medio vacío

El Instituto de Historia ha digitalizado la revista Bohemia, pero por no haberse realizado adecuadamente, es un trabajo que no podrá cumplir a cabalidad el servicio al cual está destinado

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En otras ocasiones, desde esta columna he comentado las ediciones multimedias hechas en Cuba de publicaciones periódicas como Revista de Avance, Orígenes y Lunes de Revolución. Esta semana quiero hacer lo mismo con la digitalización de la revista Bohemia, realizada por el Instituto de Historia. La colección incluye desde 1910 hasta el año 2105. Está accesible en la University of Florida Digital Collection y se puede consultar a través de este enlace: https://dloc.com/UF00029010/00001/allvolumes.

Bohemia fue durante varias décadas la revista más popular y leída por los cubanos. Comenzó a circular regularmente con periodicidad semanal el 7 de mayo de 1910, aunque antes habían salidos unos pocos números. Su fundador y propietario fue Miguel Ángel Quevedo, y la dirección artística estuvo a cargo del pintor Antonio Rodríguez Morey. A partir de octubre de 1915, el subtítulo de “revista semanal ilustrada” pasó a ser “ilustración mundial” y amplió sus páginas en tamaño y en calidad. Hasta la última entrega de 1926, se mantuvo como una publicación fundamentalmente artístico-literaria, que, como expresaban sus editores, reproducía por primera vez en Cuba grabados a colores de los pintores criollos. Publicaba poesías y cuento de autores nacionales y extranjeros, así como trabajos sobre literatura, cine, teatro, música, artes plásticas. Luis Felipe Rodríguez, Armando Leyva, Alfonso Hernández Catá, Aurelia Castillo de González, Luis Rodríguez Embil, Fernando Lles, fueron algunos de que escribieron. En 1927, asumió la dirección Miguel Ángel Quevedo, hijo del fundador.

A partir de la década de los 30, los temas políticos se introdujeron de lleno. Comenzaron a aparecer editoriales en los cuales se criticaba duramente la dictadura de Machado. En esta segunda etapa. Bohemia pasó a ser esencialmente una revista informativa y gráfica, que trataba todos los problemas nacionales y extranjeros. Aunque en menor medida, se siguieron publicando trabajos de interés literarios y se convirtió en norma fija la inclusión de dos o tres cuentos en cada número. Entre las firmas que se hicieron habituales, estuvieron, entre muchos otros, Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Herminio Portell Vilá, Lino Novás Calvo, Berta Arocena, José Antonio Fernández de Castro, Félix Lizaso, Mariblanca Sabas Alomá, Raúl Roa, Rosa Hilda Zell, Rafael Esténger, Miguel de Marcos, Rafael García Bárcenas, Gerardo del Valle, Ramón Vasconcelos, Eladio Secades, Francisco Ichaso, Samuel Feijóo, Emma Pérez Téllez. A partir de agosto de 1960, Enrique de la Osa sucedió en la dirección a Miguel Ángel Quevedo, quien salió al exilio. Muchos de los antiguos colaboradores continuaron escribiendo, y a la vez se incorporaron otros como Marta Rojas, Natividad González Freire, Nicolás Cossío, Antonio Núñez Jiménez, Lisandro Otero, Renée Méndez Capote, Ana Núñez Machín.

La digitalización ha venido a sustituir al microfilme, que hasta hace unos años era el método empleado en las bibliotecas. Una y otro tienen como uno de sus fines básicos el evitar el deterioro de las publicaciones periódicas y los documentos, a causa de su manipulación frecuente. Hay que recordar que, en el caso de las primeras, muchas están impresas con papel de baja calidad, como ocurre con los diarios. Aparte de contribuir a la conservación, la digitalización posee la ventaja de permitir un acceso mucho más amplio y ágil. Se puede hacer además de forma remota, lo cual le da un alcance global que elimina fronteras geográficas y sociales. Naturalmente, para que ese servicio cumpla su cometido el proceso de pasar las publicaciones al nuevo formato debe estar realizado con suficiente calidad, pues de lo contrario es un trabajo de amor perdido.

Paso ahora a referirme a la labor hecha con Bohemia. Las cuatro entregas correspondientes a mayo de 1910 se han digitalizadas en colores. Las del mes siguiente, en blanco y negro. A partir de entonces se pueden hallar indistintamente números que están en uno u otro formato, aunque son muchos más los reproducidos en el segundo. Eso se mantiene hasta los primeros años de la década de los 40, cuando las digitalizaciones en colores desaparecen. Dado que Bohemia no era una publicación que, fuera de las portadas, se imprimiese en colores, la diferencia entre la digitalización de unos números y otros tiene que ver con la calidad de las imágenes, que es infinitamente más diáfana y precisa en los números fotografiados en colores.

La calidad general dista de ser buena

Quienes se tomen el trabajo de revisar unos cuantos números, comprobarán que el nivel cualitativo de la colección, salvo los digitalizados en colores, dista de ser bueno. Compárese, por ejemplo, con la digitalización de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, accesible en la página web de esa institución. En primer lugar, los textos de muchos de los artículos no son nítidamente legibles. No quiero decir que no se puedan leer, sino que muchas veces están muy borrosos, pues el contraste del blanco y negro es muy bajo. Debido a eso, se han perdido parte de las letras y hay que hacer un verdadero esfuerzo para descifrar el contenido. Puedo dar testimonio de eso porque estoy recopilando parte del periodismo de Jorge Mañach, y a menudo tengo que recurrir a esta colección de Bohemia. No son pocas las dificultades a las que me veo obligado a darles solución. Eso, cuando he podido, pues han sido varias las ocasiones en que no fue posible y tuve que pedir a una amiga para que fuera a la Biblioteca Nacional José Martí y consultara la edición impresa.

Voy a detallar algunos de los principales problemas que hallará quien consulte la colección de Bohemia. Las revistas digitalizadas en colores reproducen el contenido página por página, no así las hechas en blanco y negro, que incluyen dos en cada fotograma. Como la claridad de la imagen no es buena, las columnas que quedan en el borde son poco legibles. A modo de ilustración, véase como eso se pone de manifiesto en los trabajos de Rafael Esténger, Jorge Mañach y Eladio Secades, así como la sección “En Cuba” del número correspondiente al 31 de diciembre de 1950.

Un investigador que necesitase copiar cualquiera de esos artículos con vistas a su publicación tiene en muchos casos que deducir o adivinar parte del texto. Y no hace falta que diga los riesgos de introducir errores que eso conlleva. Hablo de aquellos números en que, aunque sea con dificultad, el artículo se puede leer. Hay otros en los cuales sencillamente tal cosa es imposible. Para tener una prueba palpable de lo que afirmo, se puede echar una ojeada a la entrega del 10 de mayo de 1953.

A los problemas anteriores, atribuibles presumiblemente a la carencia de recursos técnicos apropiados, se suman negligencias humanas. Es bastante común que, al hacer la digitalización, el número de las páginas haya quedado fuera de la foto. Quien consulte la revista para anotar la referencia bibliográfica de un trabajo, tendrá que armarse de paciencia y realizar un conteo manual para obtener ese dato. Nada se puede hacer, en cambio, cuando lo que se ha omitido son las primeras líneas del texto. Dicen que la visión hace la fe, así que aquí ilustro con un ejemplo. En la página 37 del 18 de septiembre de 1964, las líneas con las cuales comienzan las dos columnas fueron cortadas.

Eso también afecta, en ocasiones, al nombre del autor del texto. En la segunda mitad de los años 20, el diseño de la revista cambió y ese crédito pasó a insertarse en algunas ocasiones en la parte inferior. En más de un trabajo, la reducción de la fotografía hace que resulte imposible saber quién lo escribió. Asimismo, en parte de los números de los años 20 y 30 el nombre de los autores o bien el título del texto aparece en gris, y no son pocas las veces en las que debido al escaso contraste sencillamente esas letras no se ven. Por ejemplo, ¿puede alguien decir quién firma el cuento “Fidelidad”, que aparece al inicio de la entrega correspondiente al 12 de marzo de 1933?

También es un error de quienes realizaron la labor de digitalización el de repetir el contenido completo del número anterior, en lugar del que corresponde a esa fecha. Es algo que se da en varias ocasiones, pero me limitaré a mencionar cuatro ejemplos: 24 de enero de 1932, 23 de abril de 1933, 14 de octubre de1945 y 14 de noviembre de 1948. Podría pensarse que esa repetición es debida a que no se pudieron encontrar esas revistas. Pero, ¿entonces por qué no se optó por igual solución que en las cuatro entregas del mes de julio de 1931 o las dos últimas de noviembre de 1930 y enero de 1931, cuyos enlaces sencillamente no aparecen?

Seguramente habrá quienes acudan a la teoría del vaso medio vacío o medio lleno, y argumenten que, en fin, es mejor tener acceso a esta colección de Bohemia a no contar con ninguna. Admito que no dejan de tener cierta parte de razón, pero aplicar ese razonamiento es un modo de justificar un trabajo que, por no haberse realizado adecuadamente, no podrá cumplir a cabalidad el servicio al cual está destinado. Si cubanos fueron quienes realizaron con muy buena calidad la digitalización de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, ¿por qué no se ha podido hacer un trabajo de similar calidad con la de Bohemia? En resumen, una oportunidad lamentable desperdiciada.