Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sociedad

¿Homenaje o rechifla?

Hoy, 45 años después, nadie puede escamotearle a los CDR una vitrina de honor en el museo de los monstruos del totalitarismo.

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En cualquier barrio de la Isla resulta común que las personas sujetas a vigilancia o investigación estén al corriente de lo que se trama contra ellas, justo porque son alertadas por algún que otro dirigente cederista que ha tenido acceso oficial al cocinado. De modo que por una parte cooperan con las autoridades y por la otra se congracian con el (real o presunto) infractor de la Ley.

Mecanismo podrido

Y hay casos más paradójicos (por llamarlos de algún modo), en los que estos responsables de base se aprovechan del cargo para dañar a sus enemigos o rivales en el barrio, acusándolos de delitos que el propio acusador inventa, exagera, tergiversa. También suele suceder que los mayores delincuentes de las localidades sean al mismo tiempo los más connotados chivatos del Comité.

Las llamadas Brigadas de Respuesta Rápida no organizan sus tropelías (como muchos piensan) a instancias del CDR. Ese engendro se maneja desde más arriba, mediante el Partido Comunista, el Ministerio del Interior y unas pocas instituciones que están en la primera línea de fiabilidad para el régimen y que, además de aportar ellas mismas el grueso de la piara, se dedican a reclutar fuerzas en centros de trabajo; sobre todo en aquellos en que a los empleados les interesa particularmente conservar sus puestos y se ven en la coyunda de "responder al llamado de la revolución" para no perderlos.

Por lo demás, la "guardia cederista" no es sino otro de los globos que se inflan a diario en este país, ya que nadie cubre en la práctica, aunque se refleje en el papel, las horas de vigilancia nocturna que según se dice le corresponde sistemáticamente a cada miembro del Comité. La única verdad verificable es que el hurto con fuerza en las casas y otras linduras semejantes prosperan aquí como las calabazas sobre estercolero, justo en los horarios de la cacareada guardia.

En fin, todo parece indicar que en estos días, cuando celebran el aniversario 45 de su perpetración, los CDR merecen la rechifla, no ya de cualquier cubano con dos dedos de frente, sino del propio régimen, especialista en criar cuervos y otros rapaces carroñeros para que le coman los ojos.

Y no es que debamos restarle gravedad a la orden diabólica que dispuso la formación de este aparato para que el pueblo se acechara, controlara, acorralara a sí mismo. A estas alturas nadie podría escamotearle a los Comité de Defensa de la Revolución una vitrina de honor en el museo de los monstruos del totalitarismo.

Con más o menos eficiencia en el cumplimiento de sus funciones, nunca han dejado de alinear entre los más temibles instrumentos represivos, ideal para servir el miedo a domicilio, para sembrar la desconfianza mutua entre vecinos, amigos, familiares, y para instituir la inseguridad que rinde al ciudadano, toda vez que lo deja sin refugio y sin defensas, aun para sus proyecciones más íntimas.

Pero ciertamente los CDR se han ido convirtiendo en una maquinaria con los mecanismos podridos, igual que todo el sistema que le dio vida. Es el paso del tiempo, el implacable, que reduce los músculos a ceniza y a polvo el hierro. Hasta un punto que hoy mismo sería difícil precisar qué resulta más deprimente, si el recuerdo de más de cuatro décadas en las que sufrimos sus embates, o el espectáculo que nos ofrece su avanzado estado de descomposición.


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