Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Represión

Kilo 5, una barbacoa en el infierno

El opositor Piña Borrego dice que la prisión donde cumple condena es 'incompatible con la vida, se trata de un almacén de personas'.

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Me ha llegado como llegan siempre los documentos de las prisiones cubanas. Vías retorcidas y peligrosas. Con riesgo y tensión de los mensajeros, pero me ha llegado.

Es un texto elaborado por mi compañero de celda de castigo en la prisión de Canaleta, Ciego de Ávila, Horacio Piña Borrego, el Guajiro Piña, natural de lo último o lo primero de Pinar del Río, allá por donde empieza o por donde se acaba Cuba.

Piña, un joven activista de Derechos Humanos, cumple una condena de 20 años desde la Primavera Negra de 2003. Estuvo en la prisión de Canaleta hasta el verano de 2004. En esa fecha lo acercaron a su zona de residencia y lo encerraron en Kilo 5, la Prisión Provincial de la región más occidental del país.

El documento, escrito por Piña y firmado por otros prisioneros, ofrece un panorama de las condiciones de vida en esa cárcel. El centro tiene dos áreas para reclusos mayores de edad y una para menores. Viven allí dos mil hombres.

Dice Piña que el entorno es "incompatible con la vida, se trata de un almacén de personas". Explica que en un cubículo de 10 metros de largo por seis de ancho, están hacinadas entre 48 y 50 personas. Sólo existen 42 camas. El resto duerme en el piso, acompañado por las fidelidades de ratas, cucarachas y enjambres de moscas.

El agua potable llega desde una presa cercana en camiones-pipa. Casi siempre sin cloro y en ocasiones con crías enteras de guajacones. Siempre es insuficiente. "Nos hemos pasado hasta cuatro y cinco días sin poder limpiar, con agua sólo para bañarnos y beber".

Dicen Piña y sus amigos de cautiverio que la cercanía de los baños sanitarios y la falta de ventilación de los cubículos, crea una atmósfera infernal y muy perjudicial para la salud.

No se entregan a los reclusos medios de limpieza. No hay escobas, frazadas de piso, desinfectantes, nada. Los utensilios de la cocina y las bandejas donde se sirven los alimentos se friegan con detergente una vez cada 15 días.

Para el aseo personal de los reclusos, el Ministerio del Interior facilita a cada preso un jabón de baño de 90 gramos y otro de lavar de 130 gramos. Los jabones se entregan una vez al mes. Sin embargo, un tubo de pasta dental de 120 gramos se le da a un condenado cada tres meses.

La intolerancia y la burocracia

El informe desde dentro de la cárcel agrega que la asistencia médica primaria es casi nula porque tienen ocho médicos para toda la población penal. Luego, las consultas especializadas consiguen atender sólo al 60 por ciento de quienes las necesitan. Los médicos permanecen muy pocas horas en el centro y nunca alcanza el tiempo para examinar a los enfermos.

Es muy difícil llevar a los reclusos a centros hospitalarios o especializados porque falta el transporte, no aparecen guardias y el Departamento de Control Penal le niega a muchos la autorización para salir del centro.

"La falta de medicamentos y de instrumental es alarmante —dice el documento— y va desde antibióticos, analgésicos, bombas para asmáticos, aspirinas, hasta agujas para inyectar, hay algunas tan gastadas por el uso que ya no tienen punta".

Sobre la alimentación, dicen los presos que es inhumana y sin higiene. "La cantidad es poca y de pésima calidad, el menú es a base de arroz y harina de maíz y chícharos sin cuajar (ácidos casi siempre). También ponen coditos. Las pocas veces que dan pescado está a punto de descomposición".

El informe denuncia además los riesgos que corren los reclusos que trabajan porque no disponen de medios de protección para las tareas que realizan. Da cuenta también de las vicisitudes para recibir asistencia religiosa, la practica de deportes y actividades culturales.

El documento no describe los actos de violencia, maltrato y agresiones de los carceleros y oficiales de la policía. Se limita a las condiciones de vida y reconoce que cualquier gestión para cambiar ese estado de cosas se estrella contra la intolerancia y la burocracia estatal que diseña así la vida cotidiana de los presos en Cuba.

Junto a Horacio Piña Borrego firman otros 20 prisioneros de Kilo 5.