Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Sociedad

La yuca de Juan Palomo

Solidaridad atípica: El gobierno reparte entre sus vecinos latinoamericanos un bienestar que los cubanos están lejos de disfrutar.

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Quinientas mil toneladas de cemento serán enviadas a Caracas desde Cuba, país en el que no hay cemento ni para tapar una gotera. Al menos no al alcance de la gente de a pie. Aunque de vez en cuando se le ve pasar por el inaccesible mercado en divisas. Y también en bolsa negra, a 100 pesos el saco de cien libras, precio que representa aproximadamente la mitad del salario mensual de un obrero.

Asimismo, en una ciudad como La Habana, superpoblada e indigente, donde la desesperación por falta de transporte público se asume desde hace décadas como un padecimiento sin cura, la gente observa boquiabierta el tránsito de ciertos ómnibus modernos, muy altos, confortables, veloces, refrigerados, herméticos, precedidos siempre por la policía motorizada para que no tengan que detenerse en los semáforos.

Son los ómnibus que transportan a miles, cientos de miles de jóvenes latinoamericanos, cuyo nivel de vida como becarios en la Isla dista en años luz del día a día de los nacionales, sean o no estudiantes, sean jóvenes o no.

Tales ejemplos sirven para ilustrar en su esencia la vocación solidaria del régimen, a la vez que reflejan la luz con que alumbramos a todo el continente. Y eso que no son más que dos simples detalles, tomados al vuelo, entre un montón.

Sobra volver a machacar con la descripción de la muy extensa lista de medicamentos que los galenos cubanos distribuyen gratuitamente en Venezuela y que jamás son vistos, ni en pintura, en las farmacias de por acá.

O con la neurocirugía de acceso exclusivo por vía aérea. O con los muy sofisticados tratamientos contra la drogadicción y el alcoholismo, sólo para extranjeros, ya que a nosotros nos viene de perilla vivir de tumbo en tumbo. O con la exportación de odontólogos y todos sus medios, mientras nuestros ancianos sueñan con un futuro de panes aptos para encías sin dentaduras postizas.

En fin, se trata de una variante, digamos, atípica de solidaridad. Muy parecida a la yuca de Juan Palomo, por aquello de yo la cocino y yo solito me la como.

Algo huele a podrido

Sin embargo, no muestra nada nuevo a estas alturas para quienes están al tanto (honradamente) de las cosas y casos de casa. Tampoco debe sorprender a nadie el despelote con que desde esta isla se intenta hacer proselitismo político mediante la repartición entre nuestros vecinos de un bienestar que estamos lejos de disfrutar nosotros.

Mucho más revela la actitud de los gobiernos de otras naciones que optan por ganar partidarios no a través del esfuerzo y la iniciativa para crear formas propias y duraderas de bienestar para su gente, sino ofreciéndoselo por la vía más rápida y fácil y barata, pero no la auténtica, y mucho menos la más solidaria con Cuba, que no es el reino de cuatro mangoneros, sino un pueblo con más de once millones de oprimidos y menesterosos.

Algo huele a podrido en América Latina. Y es una peste crónica. Producto de las pedorreras ideológicas y morales de los oligarcas, políticos, militares corruptos de toda la vida, que hoy se mezcla con las de nuevos engendros, demagogos y caudillos, y con la histórica, mas siempre renovada flatulencia de Estados Unidos.

Pero todavía no es todo, quizás ni lo peor. La yuca de Juan Palomo ha engordado y se extiende sobre los océanos.

Sin ir más lejos, hace muy pocos días en el Congreso de los Diputados españoles, Isaura Navarro, diputada de Izquierda Unida, dijo que Cuba cuenta con "parámetros de bienestar muy por encima de los países de su entorno", así que este hecho, según su opinión, supone la existencia entre nosotros de "derechos humanos de primera magnitud". Es que eran pocos y parió la abuela.