Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Sociedad

Las bodas de Raúl Castro

Fastuosos o discretos, según los bolsillos de cada quien, los casamientos pueden ser ordenados por teléfono o email en la Cuba informal.

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Si desea hacer una boda en La Habana puede que le falte el dinero, pero no las ofertas: esas llueven.

La iniciativa privada en este campo se mueve en enjambres, coquetea con la "ilegalidad" y poco le importa las estadísticas que señalan un descenso de la nupcialidad en la Isla.

De acuerdo con el último Anuario Estadístico de Cuba disponible, correspondiente a 2003, en ese año se formalizaron cerca de 55.000 matrimonios, una cifra muy inferior a los casi 191.500 que se registraron en 1992. Reforzando una tradición que viene desde la Colonia, la tendencia hacia la unión consensuada sigue flecha arriba. Cada vez son más los informales contra menos los legales.

Esas realidades, sin embargo, no desinflan los ímpetus lucrativos. Una pareja de novios que acudió a uno de los pocos palacios matrimoniales que quedan abiertos en La Habana recibió en minutos un aluvión de tarjetas.

"No pude creerlo. De repente tenía las manos llenas", dice una muchacha de 25 años que salía del recinto luego de estampar la primera firma previa a la boda. "Sólo estuve aquí unos quince minutos".

Negocio disputado

Las ofertas de los agentes son más de lo que se puede esperar. Casi que prometen el paraíso. Maquillaje y peluquería, joyería, alquiler de trajes para novia y damas de honor, también de autos antiguos y modernos, decorados de salón, bufes, vídeos y fotografías, y hasta nimiedades como el grabado de copas y adornos de mesa.

"Es un negocio como cualquiera, pero tienes que batirte", sentencia uno de los agentes.

Su propuesta incluye un Mercedes Benz 300 con aire acondicionado, negro, elegante, y para los retros, un Buick de 1958, convertible, modelo exclusivo, con el que la novia queda expuesta a la mirada pública.

La tarjeta advierte que el precio es según el recorrido. Un promedio estaría entre 30 ó 40 convertibles, tres o cuatro veces el salario promedio en el país.
"No me faltan los clientes. La mayoría, si son jovencitas, prefiere el 'Biú', para que todos las vean", se ufana el chofer, quien para la ocasión suele trajearse si conduce el Mercedes o enguayaberarse si maneja el descapotable. "Depende de qué me pidan".

El recorrido puede ser filmado por un auto que va delante, que además martillea al aire con bocinazos para llamar la atención de la escena. El vídeo de tal operación es una de las carnadas del negocio. Muchas veces se ofrece gratis.

"No critico a quien lo haga, pero me parece una ridiculez", opina una de las novias que prefirió sólo un álbum de 24 fotos y dos ampliaciones por 24 pesos convertibles. No tiene para más. "Y aunque tuviera, no lo haría. Qué es eso de exhibirse como una mona".

También hay ofertas de todo incluido. Por ejemplo, Félix propone la fórmula de foto, auto, vídeo, maquillaje, peluquería y trajes por 140 convertibles.

Las modalidades del negocio son tan extensas como imaginativas. Un bufé de ensalada fría, dos croquetas, dos bocaditos y un dulce fino puede contratarse por 35 centavos de convertibles, el más barato, mientras que el más caro pide 1,50 convertibles por colocar lo anterior más dos dulces finos y un octavo de pollo frito.

'El cubano se pinta solo'

La mayoría de los agentes cruzan todos los días la línea roja de la ilegalidad. Burlan el fisco al no poseer licencias para lo que hacen.

"Hace rato que no las dan", explica un fotógrafo que paga al erario 300 pesos al mes por el permiso. Ahora con su cámara digital el negocio es más rentable y expedito. Tiene amigos con impresoras particulares que le cobran menos que el Estado por el servicio.

En los escasos estudios estatales que disponen de tecnología digital, el formato más socorrido —3 x 5 pulgadas— cuesta 35 centavos de CUC.

Los pequeños negocios privados en Cuba sobreviven en la zozobra. Nunca se sabe cuando van a terminar. Muchos están legalizados, pero la mayoría evade las regulaciones para las cuales estarían autorizados. El resto es puro mercado negro en el que no faltan delitos de cuello blanco.

Aunque el trabajo por cuenta propia fue autorizado en el paquete de reformas de 1993, su número se ha ido reduciendo por restricciones, violaciones del reglamento, acoso burocrático y aumento de las tasas impositivas.

De cualquier manera, siempre resultó una de las medidas coyunturales del gobierno para salir del atolladero.

"No nos queda más remedio que coexistir", admitió Fidel Castro en un discurso en 1995, cuando la crisis recesiva tocaba fondo. "Tenemos que aumentar el número de trabajadores por cuenta propia", aseguró entonces.

Sus promesas de "analizar bien las perspectivas de la pequeña y la mediana empresa" fueron desatendidas. Antes bien resultaron contrarrestadas años después por la recentralización estatal alentada por una mejora macroeconómica.

Pese a todo, los resquicios son aprovechados. "El cubano se pinta solo para los negocios", dice Aidita, una estilista del populoso barrio de Centro Habana.

En un cuartico recién pintado y con una secadora de pie cobra diez convertibles, el equivalente al salario promedio, por un corte y peinado para novias. "Es lo más barato que te puedes encontrar".

Más pretencioso resulta un agente de bodas, que con un cuarto de siglo de experiencia profesional intenta convencer con parafernalia tecnológica. En su tarjeta de papel satinado ofrece fotografía, vídeo, VCD y DVD.

"Tengo las cámaras que usa la CNN", dice con jactancia.

Su nombre le sirve de mucho y él sabe sacarle partido. Suena irónico que con esa identificación sea un heraldo de la libre empresa. "Creo que no me olvidarás", afirma displicente a una cliente. "Me llamo Raúl Castro".