Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Historiadores, Historia, Fraginals

Moreno Fraginals, el grande

Moreno Fraginals ha sido el autor más penetrante, elegante y ameno de la historiografía cubana, señala el autor de este artículo

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En estos días cumple Manuel Moreno Fraginals su primer centenario. El primero, porque ya se murió, y como dejó una obra que lo hace presente, es muy probable que cumpla un segundo, y así sucesivamente, hasta que la historia, su gran compañera, termine sepultándole. Pero eso es para un futuro lejano, pues me temo que Moreno hizo tanto, que sigue estando —y seguirá estando por buen tiempo— entre los vivos de cada momento.

Moreno ha sido, sin lugar a dudas el autor más penetrante, elegante y ameno de nuestra historiografía. No digo que haya sido el mejor historiador, para evitarme una discusión sobre otras figuras muy meritorias en un país que efectivamente ha producido muy buenos historiadores. Aunque fue osadamente heterodoxo, fue esencialmente un marxista crítico. Más aún, se parecía mucho a Marx. Tenía, como el viejo Carlos, una capacidad admirable para impregnar cualquier análisis de toques eruditos, saltando de lo sistémico a lo cotidiano, de lo sagrado a lo profano, de la sociología a la química. Creo que ningún libro de historia cubana muestra tanta erudición agradable que Cuba/España, España/Cuba. Un libro que me ha acompañado religiosamente en cada uno de mis periplos migrantes, que ya son unos cuantos, y que he leído varias veces, y lo volvería a hacer. Finalmente, como Marx con la burguesía europea de su época, produjo el mejor elogio a la “sacarocracia” criolla, pero el mayor reproche por su incapacidad para alzar la vista sobre la mezquindad colonial y esclavista. Moreno nunca la perdonó.

Moreno Fraginals es un hito de la producción intelectual cubana. Es tan relevante que no es posible ocultarlo. Ni siquiera lo pueden hacer sus enemigos, y por eso Ecured lo incorpora a sus torcidos registros y el Granma lo recuerda en su centenario. Pero antes lo cercenan, como si hubiera un Moreno bueno, el de El Ingenio que el Che elogió, y otro malo desde 1994 cuando emigró a Miami. Sin tener en cuenta que se trata de un solo Moreno, que se unió a la dinámica transformadora de la sociedad cubana desde los 60 desde su perspectiva intelectual crítica, y que por esa misma razón, no tuvo más opción que colocarse frente y contra de un régimen autoritario y represivo que había perdido toda capacidad renovadora.

Tuve el privilegio personal de tratarlo varias veces. Primero cuando era yo un muy joven profesor en la Escuela Vocacional Lenin, y por algún motivo que ahora no recuerdo (creo que fui profesor de uno de sus hijos) teníamos que compartir algunas sesiones de trabajo en las que Moreno hacía gala de un humor sarcástico muy refinado —diría que porteño— que la mayoría de los contertulios no entendía. Luego, emprendí varios estudios caribeños desde el Centro de Estudios sobre América, lo que nuevamente nos puso en contacto sobre un piso más profesional. Recuerdo que una vez le presté un par de libros, entre ellos La idea del valor de la Isla Española de Valverde, que nunca me devolvió y yo nunca les pedí.

Fue en este contexto que lo vi por última vez. Debió ser en 1991, cuando yo acababa de llegar de Canadá —donde viví por algo mas de un año— y alguien me dijo que Moreno había preguntado por mi. Era un halago y por supuesto que corrí a su encuentro, y tras deleitarme con una larga explicación sobre sus últimas peripecias transnacionales y su encuentro profesional con el mundo de lo que llamaba, en inglés, “computers”, me preguntó mi opinión sobre lo que venía y que pasaría con el CEA. Yo le di mi opinión, de un recién llegado insuflado de energías para cambias al sistema. Al finalizar me deseó mucha suerte y me soltó su vaticinio pesimista: el futuro de Cuba es ser un país pobre y capitalista.

Desafortunadamente, como era su costumbre, él tenía razón.