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Represión

Remedio santo

La salud del opositor preso Ricardo González está en manos de un desconocido que juega con su vida.

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Alida Viso Bello, la periodista independiente cubana que solía escribir crónicas, informaciones y artículos sobre el país donde nació, lo que escribe ahora en su libreta de notas, todos los días y a toda hora, es esta pregunta que contiene una química rara entre la angustia y la objetividad: "¿Saldrá vivo Ricardo de esta cárcel?".

Se lo pregunta ella en el tiempo que vive en la duda de si lo habrán sometido o no a una operación quirúrgica (la cuarta desde su ingreso en prisión en el 2003); si la próxima semana le dejarán pasar o no los medicamentos para aliviarle de los males y los dolores; si le permitirán o no que le haga llegar algunos alimentos nobles y favorables para sus patologías.

Porque nadie sabe. Su marido, Ricardo González Alfonso, el poeta y periodista, condenado a 20 años de cárcel por escribir y publicar sus opiniones, por fundar una revista y una biblioteca, está en prisión desde hace cuatro años, y el régimen disciplinario que controla su existencia no está escrito en ningún documento. Al parecer, lo dicta el humor o la acidez estomacal, la taquicardia, las frustraciones, los miedos de alguien que tiene suficiente poder, y que en vez de jugar barajas o dominó, juega con la vida y la salud de un hombre.

Nadie sabe si lo operarán, ni cuándo. O por lo menos, no lo sabe Alida, ni David González Moreno, el hijo mayor. No tienen ninguna noticia las dos hermanas, Olga y Graciela, distantes y preocupadas en el exilio: una en Miami y la otra en Nueva York.

El derrotero de su estado de salud, las alternativas de sus tratamientos médicos, no se cumplen en atención al desarrollo de su gravedad o de su mejoría, sino a voluntad de un desconocido que se saca fechas y autorizaciones de la manga izquierda de su uniforme verde olivo, ceremonioso y tardío, como si fuera el dueño de todos los tiempos que marcan las esferas de los relojes.

Unas frases hechas que le dan amparo

En su celda del Combinado del Este, una cárcel gigante recostada a La Habana y expuesta a los truenos del Caribe, el poeta Ricardo González Alfonso, un optimista con fiebre alta, dice todavía que aun detrás de los barrotes se siente libre y que cuando no está bien es porque está mejor. Que prefiere tener las rejas por fuera que por dentro.

Son unas frases hechas que le dan amparo, como su sentido del humor y sus asombrosas lealtades. En noviembre del 2003 recibí una carta de Ricardo. Estaba a 500 kilómetros de su casa, en una celda de castigo en la prisión de Kilo 8, en la provincia de Camagüey.

"¿Te acuerdas de la foto del cumpleaños de mi hermano Tony, donde todos están de cowboy y yo de indio, con la cara pintada y todo? Aquí me siento igual, solo, de indio, indefenso, esta vez hasta sin arco y flecha, pero orgulloso, mirándolos de frente", decía en unos párrafos de amistad que le servían para hacerme llegar los primeros poemas que había escrito en prisión.

Allí hizo una huelga de hambre y después lo trasladaron unos kilómetros más cerca de su casa habanera, a la prisión de Aguica, en el centro de la provincia occidental de Matanzas.

Esta última etapa, todas la operaciones y sus avatares y secuelas, las ha sufrido en la cárcel insignia de la Isla, el Combinado a secas, como lo conoce la población cubana.

Ricardo González Alfonso tiene 57 años. Los poetas tienen, a veces, unos contactos anticipados y extraños con escenas que ya están incrustadas en algún sitio del porvenir. A mi me da miedo releer lo que escribió Ricardo en una de las crónicas ya clásicas del periodismo independiente, cuando conoció en una celda de Villa Marista al joven Lorenzo Enrique Copello Castillo, juzgado, condenado a muerte y fusilado en seis días en marzo del 2003. Su delito: tratar de desviar una lancha para viajar a Estados Unidos.

Copello Castillo pasó la última noche de su vida en la misma celda de Ricardo. El poeta escribió en septiembre esta oración: "Convivir en un calabozo con un condenado a muerte es intrincarse en el laberinto de una vida ajena que comienza pertenecernos, a dolernos".

El único remedio para Ricardo es la libertad.