Disidencia, Oposición, Washington
Disidencia entre el dicho y el hecho
El tratar de silenciar las críticas respondiendo que sirven a los fines de La Habana es repetir la vieja táctica de aprovecharse de la conveniencia política para obtener objetivos personales
Al igual que el embargo, como ocurrió con las incursiones armadas y los actos de sabotaje, de la misma forma que viene sucediendo en la arena internacional, la política de Washington hacia la disidencia cubana es un fracaso.
Nacida con total independencia de Washington, en la actualidad la oposición en la Isla —un término más amplio que disidencia— conforma un cuerpo heterogéneo, y hasta cierto punto amorfo. Pero en cuanto a imagen en el exterior, siempre enfrenta igual problema: mientras algunas de organizaciones no reciben directamente fondos de Washington, el argumento del dinero sirve para demonizarlas a todas.
Al mismo tiempo, el tratar de silenciar las críticas respondiendo que sirven a los fines de La Habana es repetir la vieja táctica de aprovecharse de la conveniencia política para obtener objetivos personales.
El tema de la ayuda a la disidencia gira más sobre el mal uso de los fondos que alrededor de las necesidades que cubren. No se trata de convertir en un pecado el aceptar dinero del exilio, pero cuando éste proviene de un gobierno, no sólo existe siempre la sospecha de que “quien paga manda”, sino el peligro de injerencia extranjera.
El posible argumento de que en la actualidad dicha oposición manifiesta su total independencia de Washington, por el simple hecho de manifestarse en contra del enfoque político hacia Cuba que sostiene el presidente Barack Obama, carece de peso no solo por ser extremadamente superficial sino por el desconocimiento de los mecanismos de distribución del poder y los recursos en un sistema democrático.
Con un Congreso gestionado por el Partido Republicano en estos días —y en particular por una Cámara de Representante donde desde hace años son un factor importante, aunque ya no decisivo, varios legisladores cubanoamericanos y sus aliados— la distribución de dichos fondos nunca ha sido a través de un canal directo desde el poder ejecutivo. Siempre Miami y un sector del exilio en esa ciudad han sido más importantes —y cercanos— para esos fines que la capital estadounidense.
La amenaza de una excesiva dependencia política al dinero norteamericano no ha provocado ni un rechazo generalizado, por parte de la oposición en la Isla, ni una respuesta emotiva y efectiva en el exilio.
No hay el intento de suplantar con fondos cubanos la mayor parte del dinero destinado a los afanes democráticos en Cuba, lo que no niega que organizaciones privadas realicen envíos.
Vale la pena reflexionar acerca del papel que desempeña una disidencia que depende de los fondos del Gobierno norteamericano para existir y de las emisoras de Miami para hacerse conocer.
Si bien el Gobierno de La Habana es incapaz de crear un programa de desarrollo económico que satisfaga las necesidades de la población, sí ha logrado mantener al pueblo bajo un régimen de economía de subsistencia: ni el desarrollo ni la miseria extrema generalizada en tiempo y espacio.
Mientras la disidencia pudo en un momento enfatizar sus demandas sobre las diferencias en los niveles de vida, incrementados en los últimos años, en su lugar encaminó el discurso hacia la lucha por una alternativa política y reclamos en favor de la libertad de expresión.
Este esfuerzo se vio afectado por la represión en Cuba, pero tuvo una amplia repercusión internacional. La situación, sin embargo, ha derivado hacia un panorama en que elementos dispersos y contradictorios contribuyen al statu quo: en la actualidad a la oposición se le conoce mejor por “lo que le hacen” que por “lo que hace”: la victimización sustituye cualquier otro reclamo de efectividad y vigencia.
Al tiempo que la represión en la Isla no ha disminuido, y que se hace necesario mantener la denuncia de los abusos que se cometen, los diversos planes divulgados durante años por los grupos opositores no han pasado en su mayoría de simples declaraciones.
De ahí que resulte desatinada, y una falta de pudor, cualquier comparación entre el papel del movimiento disidente cubano y la función que desempeñaron en su momento organizaciones como Solidaridad en Polonia.
La discrepancia entre la proyección internacional de la oposición en Cuba y su bajo relieve en la Isla ha sido un factor que ha contribuido a perjudicarla por vías diversas. Pero donde los opositores han resultado más afectados es en la repetición de errores por parte de Washington —entendido este como una compleja maquinaria de poder, legislativo y ejecutivo, y no como un simple puesto de mando como en La Habana— y una política que en última instancia ha beneficiado solo a unos pocos y dañado el prestigio de la disidencia.
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