Actualizado: 17/04/2024 23:20
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EEUU, Turismo, Trump

Las visitas a la muralla

La prensa oficial cubana mantiene una estrecha cautela sobre el cambio presidencial que se inicia en EEUU, y que podría afectar las relaciones entre Washington y La Habana

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Los ingresos de Cuba por turismo sumaron más de $1.200 millones en el primer semestre del año, lo que representa un crecimiento del 15 % respecto al mismo periodo de 2015, informó la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI). Ello se debió en buena medida a un notable aumento de visitantes provenientes de Estados Unidos. Pero pese a esas cifras, el Gobierno de la Isla se empeña en el argumento de “plaza sitiada”, posiblemente con más fuerza ahora, tras el triunfo electoral de Donald Trump.

Al cierre del primer semestre del presente año habían visitado Cuba 2.147.600 turistas, lo que representa un crecimiento del 11,7 % con respecto a similar periodo del año pasado, informa la agencia Efe.

Canadá se mantiene como el líder entre los países de mayor emisión de turistas a la isla, aunque con una reducción de 3,3 %.

A ese mercado le siguen, por orden, la comunidad cubana en el exterior y Estados Unidos, que muestran un 79,7 % de crecimiento, pese a que los ciudadanos estadounidenses no pueden visitar Cuba como turistas.

No obstante, los estadounidenses pueden viajar a la mayor de las Antillas al amparo de las 12 licencias generales que en los últimos tiempos ha aprobado la Administración del presidente de EEUU, Barack Obama.

Se desconoce si dicha permisividad se mantendrá durante la administración Trump, pero indudablemente aumentarán poderosamente la presiones para que no sea así.

La prensa oficial cubana mantiene una estrecha cautela sobre el proceso que acaba de iniciarse en Estados Unidos, y que podría afectar las relaciones entre Washington y La Habana en un futuro más o menos cercano. El nombre de Trump no aparece en la edición digital de Granma de este lunes. El tema electoral estadounidense no figura entre los temas a tratar en la Mesa Redonda. Notas escuetas y aisladas en otras publicaciones. Algunas noticias breves —la primera entrevista del nuevo mandatario, las protestas— pero ni análisis ni pronósticos ni especulaciones. A lo ocurrido han dedicado textos los comentaristas de Cuba Debate, pero ello no se aparta de lo común en dicho sitio, dedicado fundamentalmente hacia el exterior y con colaboradores muchos de ellos no cubanos.

Todo ello confirma la tesis de que el argumento de plaza sitiada, que por décadas ha venido utilizando el régimen, en ningún momento implica compromiso ideológico alguno y mucho menos único recurso.

Afirmar que Cuba era “una plaza sitiada” o que “la nación estaba en guerra” constituía parte de ese rosario de lemas ya gastados, pero a los cuales sacaba utilidad el Gobierno, sobre todo en medios internacionales. Por décadas resultó difícil comprender que un país estaba en guerra con otro y al mismo tiempo le compraba alimentos a su enemigo, agasajaba a los legisladores del bando contrario y celebraba subastas de tabacos donde los compradores no venían de una trinchera sino viajaban cómodamente a La Habana. Una guerra sin disparos y ataques mortíferos, sin cañones y acorazados. Una contienda donde los únicos “barcos enemigos” que entraban en aguas cubanas traían mercancías que se cargaban en los puertos de la nación agresora.

La clave siempre fue que nunca al régimen le interesó que creyeran sus argumentos, sino simplemente que los aceptaran. Y esa clave se mantiene vigente, solo que ahora enfocada mayormente hacia el interior del país.

Cuba estaba en “guerra”, decían los repetidores de los argumentos surgidos en la Plaza de la Revolución, y no le quedaba más remedio que encarcelar a los “agentes” del otro bando. Pero la justificación ideológica había pasado a un plano secundario ante la represión más vulgar. Cuba continúa en “guerra”, y si ahora el Gobierno de la Isla no impone sanciones que implican largas condenas, no por ello deja de reprimir, encarcelar por breve tiempo y censurar.

Raúl Castro ha logrado mantener la condición de acatamiento de los viejos y el desinterés político de los jóvenes, y timoneado de acuerdo al momento pero sin soltar el control del rumbo.

En lo que se refiere al aspecto cultural e ideológico, en los años previos a la llegada del menor de los Castro, el régimen encaminó el deterioro ideológico sobre el supuesto de un nacionalismo posmarxista, adoptado como elemento fundacional del proceso. Poco sirvió argumentar que esos cambios oportunos —o mejor, oportunistas— carecieran de solidez desde el punto de vista teórico y fundacional, y solo sirvieran de espejismos al uso para justificar un acercamiento al poder o al dinero, fue imponiéndose esa praxis que priorizaba la salida individual por encima de las luchas sociales y políticas —sea gracias a la represión o la esperanza de marcharse—, y que en última instancia se guía por el “resolver” a diario sin buscarse “líos políticos”.

El argumento de “plaza sitiada” y el enemigo externo, aunque no desechado por completo, comenzó a ceder espacio frente a la urgencia del momento. Abandonar el país no fue más el último acto de rebeldía o la única muestra “permitida” de rechazo al sistema, sino una salida económica.

El viaje del presidente estadounidense Barack Obama a Cuba y sus consecuencias —reales o anticipadas— fueron el detonante para la vuelta a una intensificación de la retórica ideológico. El tema del levantamiento del embargo ha adquirido mayor fuerza —aunque, por supuesto, nunca ha estado fuera del tablero— por dos motivos fundamentales: el llevar al máximo la presión negociadora con Washington y el mantener vivo el pretexto para no ceder en lo más mínimo en lo interno, en cuanto a un alivio a las restricciones que impiden la más mínima gestión democrática.

El uso del “bloqueo” como excusa perfecta fue mencionado por Raúl Castro es su discurso del 18 de diciembre de 2010, al referirse a la incapacidad demostrada por el Estado para producir café en cantidades suficientes. Sin embargo, ahora ese mismo Gobierno dirigido por Castro vuelve otra vez a apelar al “bloqueo” no para justificar algo tan específico como un fracaso cafetalero sino para explicar la incapacidad gubernamental en lograr un mínimo de desarrollo económico.

Si bien no hay que confundir los argumentos del régimen con su realidad, más bien considerarlos como parte de su superestructura ideológica, no por ello dejan de ser indicadores claros de la voluntad de aferrarse al mando. Dicho en otras palabras: ha quedado demostrado que con más cercanas o más distantes relaciones con Washington, el discurso político continuará siendo cerrado al reconocimiento de las libertades individuales y los derechos humanos y ciudadanos típicos de las democracias occidentales, aunque tampoco se pueden eludir algunos cambios que de momento resultan “cosméticos”, pero no libres de consecuencias.

La realidad que una y otra vez se impone es esa capacidad de adaptación enorme de un sistema donde el tradicional esquema marxista de estructura económica y superestructura política e ideológica se empecinan en un cambalache insólito pero efectivo. Del reclamo de plaza sitiada a la estrategia de plaza visitada, y viceversa, el régimen ha recorrido un largo trecho, donde conceptos como escasez, represión y estancamiento económico son al mismo tiempo realidades del momento y condiciones para el mantenimiento del poder, colocados al frente de la vidriera o dejados en la trastienda del negocio, según interese a la Plaza de la Revolución. Y ello no lo va a cambiar —no ha logrado cambiarlo— inquilino alguno en la Casa Blanca.


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