Ni secos ni mojados
El cambio en la representación del emigrante cubano, una simbología que ha evolucionado del mito del héroe-balsero a la denuncia del contrabando humano
Durante demasiadas décadas, la política del Gobierno norteamericano hacia Cuba se limitó a la inmovilidad en sus rasgos fundamentales y a la retórica de campaña en su superficie. La administración de Barack Obama intentó romper ese conjuro y transformó el enfoque de Washington hacia La Habana al grado del restablecimiento de relaciones de ambos países. Aún en pronto para valorar cuánto de ese cambio quedará en pie cuando Donald Trump asuma la presidencia, y si dicho esfuerzo no terminará en un paréntesis breve, cuyos resultados, en su conjunto, resulten difíciles de precisar porque siempre se movieron entre la ilusión, la realidad y la intransigencia por parte del Gobierno cubano.
La ilusión de que un acercamiento entre Washington y La Habana iba a mejorar las cosas en Cuba ha quedado suplantada por la realidad de aprovechar el momento para escapar. El aumento en las salidas ha respondido, en lo inmediato, al temor de que la normalización de vínculos entre EEUU y Cuba podría terminar con la Ley de Ajuste Cubano, que otorga un trato especial a los cubanos. Pero como razón fundamental no hay que olvidar que los motivos que impulsan a los cubanos a salir del país continúan siendo los mismos que décadas atrás: falta de esperanza, deterioro económico perenne, carencia de libertades de todo tipo y una total ausencia de futuro.
Como suele ocurrir, la avalancha que ha provocado el miedo a la supresión o cambio del Ajuste ha contribuido, precisamente, a que cada día resulte más difícil sustentar que se mantenga vigente en su forma actual.
Por lo pronto, lo que parece estar en mayor peligro de extinción es la permanencia de la medida “pies secos/pies mojados”, como ya se informó en CUBAENCUENTRO. Este comentario pretende analizar otro ángulo del problema, y es el cambio que a través de los años ha experimento la percepción hacia los que escapan de Cuba, tanto en el exilio, especialmente en Miami, como en Estados Unidos en su totalidad.
De exiliado a emigrante
Ha ocurrido una transformación, tanto de la situación migratoria en lo que respecta a las leyes establecidas por La Habana, como en la valoración y significado de la figura del “balsero”.
En primer lugar se debe destacar el cambio en la representación del emigrante cubano, una simbología que ha evolucionado del mito del héroe-balsero a la denuncia del contrabando humano; de la epopeya de enfrentar la Corriente del Golfo en débiles embarcaciones —o en muchos casos incluso en simulacros de embarcaciones— a los guardafronteras persiguiendo las lanchas rápidas.
Aunque la tragedia no deja de estar presente, la entrada ilegal de cubanos ha perdido en muchos casos su justificación política, vista ahora, en el mejor de los casos, como un drama familiar.
Irse de Cuba de forma ilegal, por lo general ya no es contemplado como un desafío a las leyes del régimen castrista ni se considera un escape de la tiranía: es sencillamente una violación de las fronteras de Estados Unidos, un asunto familiar y un delito.
Que dicha percepción no sea compartida por un sector del exilio de Miami no hace más que confirmar el aislamiento de esa óptica frente a una visión negativa hacia el inmigrante que llega a EEUU “sin papeles” por parte de una ciudadanía —de nacimiento o nacionalizada estadounidense, que en buena medida se le cataloga como “blanca” a fines estadísticos y políticos, pero que no excluye incluso a los llegados con anterioridad por medios legales o con justificaciones ideológicas— que ha demostrado este tipo de rechazo con su voto, alimentado durante un proceso electoral divisionista, sucio y extendido.
Solo un cambio tan notable de percepción sobre el inmigrante cubano (la palabra balsero abandonada ante la presencia o la huella de embarcaciones más poderosas utilizadas para la fuga o el tránsito terrestre a través de varias fronteras) explica que la devolución casi cotidiana de cubanos encontrados en alta mar no produzca protestas, ni siquiera interés en Miami.
Las nuevas medidas migratorias que a lo largo de los años se han establecido para disminuir la entrada de cubanos por vías ilegales se han presentado como normas cuyo principal objetivo es poner fin al contrabando humano, y no se hace mención a otra característica que conllevan: cerrar una vía de escape a la situación imperante en la Isla.
En la famosa ecuación “pies secos/pies mojados”, empapar a todos los que aspiran a inmigrar ilegalmente, tratar por todos los medios de que nadie se pueda secar en la arena de las playas del sur de Florida.
Este esfuerzo para poner fin a la inmigración ilegal y acabar con el contrabando humano responde no solo a los intereses fronterizos, de estabilidad nacional de EEUU y lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, así como a la necesidad de frenar una actividad delictiva, sino que igualmente ha avanzado en los intentos en el Congreso —por parte precisamente de legisladores cubanoamericanos— de elaborar una política migratoria respecto a Cuba que cierre o disminuya la “válvula de escape” que se considera —según estos políticos— alienta el marcharse por encima de quedarse y contribuir a cambiar el sistema, al tiempo que —también de acuerdo a dichos políticos y legisladores— contribuye al mantenimiento económico del régimen.
Hay que señalar, en este sentido, que los avances estadounidenses se han limitado al cumplimiento de las leyes, más que a la transformación de las normas, mientras que en Cuba la reforma migratoria, aunque no da la amplitud necesaria, en buena medida deja en entredicho los reclamos políticos para colocar en primer plano los económicos.
La posibilidad de vivir un tiempo al otro lado del estrecho de la Florida, para ganar dinero, enviar remesas, medicinas y artículos de todo tipo a la Isla, o incluso “descansar un poco de la persecución” (como declaró la familia Payá al llegar a EEUU) y luego regresar a Cuba, desde hace algún tiempo viene implicando una nueva situación de la que se desprende la necesidad de un cambio en la legislatura vigente en este país. No más el proclamar la llegada a “tierras de libertad” como salvoconducto de entrada.
Estabilidad vs. libertad
Si el Gobierno de Obama no se enfrascó en dicha discusión —y todo indica que ya es tarde para hacerlo— fue para no abrir un posible foco de tensión en las costas floridanas y alentar, de forma más o menos directa, una probable situación de inestabilidad en la Isla, con el peligro de la aparición —o la represión profiláctica o presente de acciones represivas ante el surgimiento— de situaciones caóticas o más o menos “explosivas”. En este sentido el todavía inquilino de la Casa Blanca no hizo más que seguir la misma actitud de otros presidentes anteriores, al anteponer la estabilidad ante la búsqueda de la libertad (recuérdese las declaraciones de la administración de George W. Bush cuando se conoció la enfermedad y el entonces retiro “temporal” de Fidel Castro del mando en Cuba). Pero en el caso de Obama actuó además el criterio añadido de no hacer nada que dificultara el avance del proceso de “deshielo” iniciado durante su segundo mandato.
El establecimiento de la política “pies secos/pies mojados” fue una de las tantas salidas a medias —e hipócritas— que caracterizaron al Gobierno de Bill Clinton. Fue establecida tras los acuerdos migratorios de 1994 y 1995, como resultado de la Crisis de los Balseros.
A favor del mantenimiento, tanto de la política “pies secos/pies mojados” como de la Ley de Ajuste Cubano, puede argumentarse la permanencia del régimen castrista. Solo que el reclamo amenaza convertirse en excusa. La desaparición de los hermanos Castro no significará el fin de los problemas para los cubanos y por supuesto que siempre habrá motivos para reclamar la excepcionalidad. También se puede decir que no toca a alguien que emigró señalar circunstancias que podrían poner fin a los beneficios que en la actualidad disfrutan otros como él, o al menos que comparten igual origen nacional, pero esa reclamación es válida solo si se aspira a permanecer siempre fiel a cualquier arreglo parroquial.
Durante muchos años la política migratoria ha sido utilizada como un instrumento político, por parte de EEUU y Cuba. Dos países disímiles unidos por un problema común, mientras miles de desesperados continúan buscando un destino mejor. Lo curioso es que, si el Gobierno de Trump, inicia un cambio en este sentido, posiblemente estará afectando la relación Cuba-EEUU-Exilio en mucha mayor medida que lo que han producido algunos de los cambios que con tantas dificultades se han llevado a cabo en los dos últimos años.
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