Actualizado: 07/05/2024 1:47
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Religión

Velas de esperanza al 'Viejo Lázaro'

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AFP/ El Rincón, La Habana. Con un puro en su boca, flores y una vela en las manos, Lazarito, de sólo cinco años, se arrastró en sus rodillas laceradas hasta el santuario del Rincón, adonde peregrinaron decenas de miles para venerar este lunes a San Lázaro, la deidad más popular en la Isla.

"Vamos, que tú llegas", lo animaba la madre, a su lado, de pie y descalza, en medio del tumulto que se formó afuera de la pequeña ermita blanca, ubicada junto a el leprosorio, visitado hace diez años por el Papa Juan Pablo II en su histórico viaje a la Isla.

Aturdido por tanto bullicio, el niño, vestido con un trajecito de tosco tejido de yute, avanzaba de a poquito. Entre el humo del tabaco, de cuando en cuando aparecía en su rostro mulato de vivaces ojos negros una mueca de dolor.

"¡Déjenlo pasar!", "¡Apártense, que necesita aire!", "¡Quítense, no lo atormenten!", "¡Va a llegar, va a llegar!", gritaban unos y otros, conmocionados, conmovidos o molestos porque la madre sometía al niño a semejante sacrificio.

La mujer, ataviada con una falda también de yute, no quiso decir qué promesa pagaba el niño, y desoyó la petición de un sacerdote que salió del templo para pedirle que Lázaro no continuara hasta el altar.

"Va a seguir", insistió la mujer. Con su niño, a quien nombró en honor al santo, llegó desde el barrio Cayo Hueso, en Centro Habana, en romería como otros miles que cada año acuden de todo el país para esta fecha, a pagar promesas a quien los santeros llaman Babalú Ayé.

Al "Viejo Lázaro", como también lo llaman, representado en un enjuto mendigo en harapos, con barba y muletas, martirizado por llagas en su piel, y con dos perros famélicos a su lado, se atribuyen poderes de curación de enfermedades como la lepra, el sida, las úlceras, las parálisis y amputaciones.

A muchos con esos padecimientos se les ve en las afueras de la ermita. Adentro, cientos se estrujan para entregar sus ofrendas: un habano, un trago de ron, una vela de color morado o un saquito repleto de monedas reunidas durante todo el año.

Sentado en su silla de ruedas, acompañado de tres amigos, junto a la escalinata de la iglesia, Salvador, de 67 años, hace memoria de cuando hace diez años Juan Pablo II se tomó una foto con un grupo de pacientes del leprosorio, entre ellos él.

"Fue muy cariñoso con nosotros. Su visita fue una cosa sorprendentemente buena para Cuba. Ahora hay más relación, más apertura, desde que el Papa vino", dijo este devoto de San Lázaro.

Salvador, a quien descubrieron la lepra cuando tenía 21 años y ahora da negativo en la enfermedad, dice ser feliz en el leprosorio, aunque tiene dos piernas amputadas: "¡Todo lo que yo he pasado y estoy vivo!", manifestó.

La visita del Papa, para cuyo décimo aniversario en enero viajará a Cuba el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, abrió una nueva etapa en las relaciones entre la Iglesia católica y el gobierno, que en los años sesenta tuvieron fuertes desencuentros, incluso con la expulsión de la Isla de sacerdotes.

En la ermita, como en todas las iglesias del país, se leyó este fin de semana el mensaje de Navidad —que se celebra desde la visita del Papa—, en el cual los obispos llamaron a la unidad y la esperanza, y pidieron a los cubanos dejar atrás "agravios y rencillas".

Afuera del templo parece una feria. Los rezos y cánticos religiosos compiten con el reggaetón que anima los puestos de comida criolla: puerco asado y ron. Lazarito está aún más confundido, no entiende mucho lo que pasa, lo llevan al puesto médico, pero al fin dejó atrás el altar.


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