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Carta Pastoral «El amor todo lo espera»

Mensaje de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, dado a conocer en septiembre de 1993.

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EL AMOR VENCE AL ODIO

Cualquier llamado al amor debe encontrar siempre resonancia en todo corazón humano, pero más aún en el corazón del cubano colocado bajo la mirada amorosa del Corazón de Jesús y de la Virgen de la Caridad , Virgen del Amor.

Cuando voces autorizadas de la Nación han dicho que la Revolución es magnánima nos alegra que esta idea esté en el horizonte de los que dirigen el país, pues así es posible infundir la esperanza de que se haga más cálido el pensamiento y el vocabulario que orientan la vida de nuestro pueblo. Porque el odio no es una fuerza constructiva. Cuando el amor y el odio luchan, el que pierde siempre es el odio. «Cuando yo me desespero, -dice Gandhi- recuerdo que, en la historia, la verdad y el amor siempre han terminado por triunfar».

A través del tiempo, el único amor que ha perdido siempre, a la corta o a la larga, es el amor propio.

Todos quisiéramos, y esta es nuestra constante oración, que en Cuba reinara el amor entre sus hijos, un amor que cicatrice tantas heridas abiertas por el odio, un amor que estreche a todos los cubanos en un mismo abrazo fraterno, un amor que haga llegar para todos la hora del perdón, de la amnistía, de la misericordia. Un amor, en fin, que convierta la felicidad de los demás en la felicidad propia.

Del trasfondo bíblico que late en el pensamiento de Martí nacen estas frases suyas: «la única ley de la autoridad es el amor», «triste Patria sería la que tuviera el odio por sostén», «el amor es la mejor ley».

LA MISION DE LA IGLESIA

Ya hemos dicho que los dos signos religiosos populares de Cuba: el Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen de la Caridad inspiraron este mensaje de amigos a amigos, de hermanos a hermanos, de cubanos a cubanos.

Nosotros, pastores de la Iglesia , no somos políticos y sabemos bien que esto nos limita, pero también nos da la posibilidad de hablar a partir del tesoro que el Señor nos ha confiado: la Palabra de Dios explicitada por el Magisterio y la experiencia milenario de la Iglesia. Nos permite también hablar sobre lo único que nos corresponde: el aporte de la Iglesia al bien de todos en el plano espiritual y humano. Y hablar con el lenguaje que nos es propio: el del amor cristiano. La Iglesia no puede tener un programa político, porque su esfera es otra, pero la Iglesia puede y debe dar su juicio moral sobre todo aquello que sea humano o inhumano, en el respeto siempre dadas autonomías propias de cada esfera. El Concilio Vaticano II, en su Constitución Pastoral

«Gozo y Esperanza», n. 76, y en el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos, n. 7, nos ofrece una doctrina muy segura sobre este tema. No nos identificamos, pues, con ningún partido, agrupación política o ideología, porque la fe no es una ideología, aunque éstas no le son indiferentes a la Iglesia en cuanto a su contenido ético. Nuestros puntos de vista no están referidos a ningún modelo político, pero nos interesa saber el grado de humanidad que ellos contienen. Hablamos, pues, sin compromisos y sin presión de nadie.

Por otra parte los Obispos no somos técnicos ni especialistas. Tampoco somos jueces ni fiscales. Por imperativo de la caridad no tenemos derecho a juzgar a las personas; entre otras cosas, porque caeríamos en el mismo error que condenamos, que es el de mirar más las ideas que las personas. Esto es algo que repugna al Evangelio.

A QUIENES DIRIGIMOS ESTE MENSAJE

Hablamos a todos, también a los políticos, o sea, a los que están constituidos en el difícil servicio de la autoridad y a los que no lo están pero, dentro o fuera del país, aspiran a una participación efectiva en la vida política nacional. Hablamos como cubanos a todos los cubanos, porque entendemos que las dificultades de Cuba debemos resolverlas juntos todos los cubanos.

NUESTRAS RELACIONES CON OTROS PAISES

En la historia de este siglo y fines del pasado hemos tenido la triste experiencia de las intervenciones extranjeras en nuestros asuntos nacionales. En nuestra historia más reciente nos ha sucedido lo mismo.

Frente a algunas realidades negativas que nos legaron anteriores gobiernos acudimos a buscar la solución de esos problemas donde no se originaban los mismos y con quienes desconocían nuestra realidad por encontrarse lejos de nuestra área geográfica y ajenos a nuestra tradición cultural. Se hicieron alianzas políticas y militares, se produjeron cambios socios comerciales, etc.

No es de extrañar ahora que algunos de nuestros obstáculos presentes provengan de esta estrecha dependencia que nos llevó a copiar estructuras y modelos de comportamiento. De ahí la repercusión que tenido, entre nosotros el desplome, en Europa del Este del socialismo real.

Al mismo tiempo, nosotros, atrapados en medio de la política bloques que prevaleció en los últimos decenios, hemos padecido: embargo norteamericano, restricciones comerciales, aislamiento, amenazas, etc.

Sabemos que vivimos en un mundo interdependiente y que ningún país se basta así mismo. Aspiramos, con todos los países d área, a una integración latinoamericana, tal y como lo expresaron los Obispos del Continente en la IV Conferencia General del Episcopado Latinamericano reunida en Santo Domingo, porque los países pobres deben asociarse para superar su dependencia negativa respecto a los países ricos. Pero no es únicamente del extranjero de donde debemos esperar solución a nuestros problemas: solidaridad extranjera, inversiones extranjeras, turismo extranjero, dinero de los que viven en el extranjero, etc.

En nuestra historia reciente hay, pues, dos elementos significa vos: la ayuda de algunos extranjeros y las interferencias de otros extranjeros. Y, en medio, el pueblo cubano que lucha, trabaja, sufre por un mañana que se aleja cada vez más. Ante esta situación muchos parecieran querer paliar sus sufrimientos yéndose al extranjero cuando pueden, y no pueden irse, entonces idealizan fanáticamente todo lo extranjero o evaden simplemente de la realidad en una especie de exilio interno. Hoy se admite que los cubanos que pueden ayudar económicamente son precisamente aquellos a quienes hicimos extranjeros. ¿No sería mejor reconocer que ellos tienen también el legítimo derecho y deber de aportar soluciones por ser cubanos?, ¿cómo podremos dirigirnos a ellos para pedir su ayuda si no creamos primero un clima de reconciliación entre todos los hijos de un mismo pueblo?

Somos los cubanos los que tenemos que resolver los problemas entre nosotros, dentro de Cuba. Somos nosotros los que tenemos que preguntarnos seriamente ¿por qué hay tantos cubanos que quieren irse y se van de su Patria?, ¿por qué renuncian algunos, dentro de su misma Patria, a su propia ciudadanía para acogerse a una ciudadanía extranjera?, ¿por qué profesionales, obreros, artistas, sacerdotes, deportistas, militares, militantes o gente anónima y sencilla aprovechan cualquier salida temporal, personal u oficial, para quedarse en el extranjero?, ¿por qué el cubano se va de su tierra siendo tradicionalmente tan «casero» que, durante la época colonial, no había para él castigo más penoso que la deportación, «el indefinible disgusto» como le llama Martí, quien dice también que «un hombre fuera de su Patria es como un árbol en el mar», y que «algo hay de buque náufrago en toda casa extranjera»?

¿Por qué, en fin, no intentar resolver nuestros problemas, junto con todos los cubanos, desde nuestra perspectiva nacional, sin que nadie pretenda erigirse en único defensor de nuestros intereses o en árbitro para nuestros problemas, con soluciones en las que, a veces, tal parece que los únicos que pierden son los nacionales?


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