Discurso del papa Benedicto XVI ante los obispos cubanos
Durante la visita 'ad Limina' de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba al Vaticano, el 2 de mayo de 2008.
Queridos Hermanos en el Episcopado:
1. Con gran gozo les recibo al término de esta visita ad limina, que les ha traído hasta las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo para estrechar aún más los lazos de comunión que siempre han caracterizado la relación de los Obispos cubanos con esta Sede Apostólica. Para mí es un motivo particular de alegría encontrarme con ustedes, queridos Hermanos, que están al cuidado de una Iglesia a la que me siento muy cercano espiritualmente, como ya tuve ocasión de manifestarles en el mensaje que les envié a través del Cardenal Secretario de Estado en su reciente viaje a Cuba.
Agradezco de corazón las amables palabras de adhesión y sincero afecto que me ha dirigido Mons. Juan García Rodríguez, Arzobispo de Camagüey y Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, en nombre de todos ustedes y de sus comunidades diocesanas.
2. Conozco bien la vitalidad de la Iglesia en su amado País, así como su unidad y su entrega a Jesucristo. La vida eclesial cubana ha experimentado un cambio profundo, sobre todo desde la celebración del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, hace ahora algo más de veinte años, y muy especialmente con la histórica visita a Cuba de mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II. Se ha llevado a cabo una intensa labor pastoral que, a pesar de las muchas dificultades y limitaciones, ha contribuido a fortalecer el espíritu misionero en todas las comunidades eclesiales cubanas. Les invito, pues, a seguir desplegando un audaz y generoso esfuerzo de evangelización que lleve la luz de Cristo a todos los ámbitos y lugares.
En este momento de la historia, la Iglesia en su País está llamada a ofrecer a toda la sociedad cubana la única esperanza verdadera: Cristo nuestro Señor, vencedor del pecado y de la muerte (cf. Spe salvi, 27). Ésta es la fuerza que ha mantenido a los creyentes cubanos firmes en la senda de la fe y del amor.
Todo ello exige que el fomento de la vida espiritual tenga un puesto central en sus aspiraciones y proyectos pastorales. Sólo a partir de una experiencia personal de encuentro con Jesucristo, y con una preparación doctrinal sólida y enraizada en la comunidad eclesial, el cristiano podrá ser sal y luz del mundo (cf. Mt 5, 13), y saciar así la sed de Dios que se advierte cada vez más entre sus conciudadanos.
3. En esta tarea evangelizadora los presbíteros tienen un papel fundamental. Conozco la dedicación y celo pastoral con el que se entregan a sus hermanos, a pesar de su reducido número y aún en medio de grandes obstáculos. Por ello, a través de ustedes quiero expresar a todos los sacerdotes mi gratitud y mi aprecio por su fidelidad y su incansable servicio a la Iglesia y a los fieles. Confío también en que el incremento de las vocaciones, y la adopción al mismo tiempo de justas medidas en este campo, permitan pronto a la Iglesia cubana contar con un número suficiente de presbíteros, así como de los templos y lugares de culto necesarios, para cumplir con su misión estrictamente pastoral y espiritual. No dejen de acompañarlos y alentarlos, a ellos que llevan el peso del día y del calor (cf. Mt 20, 12), y ayúdenles a que con la meditación personal, el rezo de la Liturgia de las Horas, la celebración cotidiana de la Eucaristía, así como con una adecuada formación permanente, mantengan siempre vivo el don recibido con la imposición de las manos (cf. 2 Tm 1, 6).
El incremento de las vocaciones sacerdotales es una fuente de esperanza. Sin embargo, es necesario continuar promoviendo una pastoral vocacional específica que no tenga miedo de animar a los jóvenes a seguir los pasos de Cristo, el único que puede satisfacer sus ansias de amor y de felicidad. Al mismo tiempo, el cuidado y la atención del Seminario deberá ocupar siempre un lugar privilegiado en el corazón del Obispo (cf. PO 5), dedicándole los mejores medios humanos y materiales de sus comunidades diocesanas, y asegurando a los seminaristas, mediante la competencia y dedicación de escogidos formadores, la mejor preparación espiritual, intelectual y humana posible, de modo que puedan hacer frente, identificados con los sentimientos del Corazón de Cristo, al compromiso del ministerio sacerdotal que deberán afrontar.
No puedo dejar de mencionar y reconocer la labor ejemplar de tantos religiosos y religiosas, y les animo a que sigan enriqueciendo al conjunto de la vida eclesial con el tesoro de sus propios carismas y de su entrega generosa. Quisiera también dar las gracias de modo especial a los numerosos misioneros que ofrecen el don de su consagración a toda la Iglesia en Cuba.
4. Uno de los objetivos prioritarios del Plan de Pastoral que ustedes han elaborado es justamente la promoción de un laicado comprometido, consciente de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Les invito, por tanto, a promover en sus Iglesias Particulares un auténtico proceso de educación en la fe en los diversos niveles, con la ayuda de catequistas debidamente preparados. Procuren que todos los fieles tengan acceso a la lectura y meditación orante de la Palabra de Dios, así como a la recepción frecuente del sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía.
Fortalecidos así con una vida espiritual intensa y contando con una sólida preparación religiosa, especialmente en cuanto se refiere a la doctrina social de la Iglesia, los fieles laicos podrán ofrecer un testimonio convincente de su fe en todos los ámbitos de la sociedad, para iluminarlos con la luz del Evangelio (cf. LG 38). A este respecto, hago votos para que la Iglesia en Cuba, conforme a sus legítimas aspiraciones, pueda tener un normal acceso a los Medios de Comunicación Social.
5. De un modo especial deseo confiarles la atención pastoral de los matrimonios y las familias. Sé cuánto les preocupa la situación de la familia, amenazada en su estabilidad por el divorcio y sus consecuencias, la práctica del aborto o las dificultades económicas, así como por las separaciones familiares a causa de la emigración u otros motivos. Les animo a redoblar sus esfuerzos para que todos, y especialmente los jóvenes, comprendan mejor y se sientan cada vez más atraídos por la belleza de los auténticos valores del matrimonio y de la familia. Asimismo, es necesario alentar y ofrecer los medios pertinentes para que las familias puedan ejercer su responsabilidad y su derecho fundamental a la educación religiosa y moral de sus hijos.
6. He podido comprobar con gozo la generosidad con que la Iglesia en su querida Nación se entrega al servicio de los más pobres y desfavorecidos, recibiendo por ello el aprecio y el reconocimiento de todo el pueblo cubano. Les exhorto de corazón a seguir llevando a todas las personas necesitadas, a los enfermos, a los ancianos o a los encarcelados, un signo visible del amor de Dios hacia ellos, conscientes de que «la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor» ( Deus caritas est, 31). De esta manera, ofrecen a toda Cuba el testimonio de una Iglesia que comparte profundamente sus gozos, esperanzas y penalidades.
7. Queridos Hermanos, quiero agradecerles todo el trabajo que están realizando para que el pequeño rebaño de Cuba se fortalezca y produzca un fruto cada vez más abundante de vida cristiana, como el grano de trigo que cae en tierra (cf. Jn 12, 24). Que la próxima beatificación del Siervo de Dios Padre José Olallo Valdés les dé nuevo impulso en su servicio a la Iglesia y al pueblo cubano, siendo en todo momento fermento de reconciliación, de justicia y de paz.
Les ruego que transmitan mi afectuoso saludo y mi cercanía espiritual a todos, en particular a los Obispos Eméritos, a los sacerdotes, diáconos permanentes, comunidades religiosas, seminaristas y fieles laicos, y díganles que el Papa reza siempre por ellos, al mismo tiempo que les anima a crecer en santidad para dar lo mejor de sí mismos a Dios y a los demás.
A Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, cuando se disponen a preparar la celebración del Cuarto Centenario del hallazgo de su venerada imagen, les encomiendo a ustedes y sus intenciones, y le pido que les proteja y les dé fortaleza, al mismo tiempo que les imparto una especial Bendición Apostólica.
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