Memorias de un disidente de izquierda
Condenado por ser marxista, Ariel Hidalgo recorrió un largo camino hasta la oposición.
Al sostener mi criterio de que tanto el Departamento de Educación como el sindicato padecían del mal del burocratismo, fui sacado de la cátedra donde trabajaba y obligado a renunciar al cargo sindical, además de ser enviado como castigo a una escuela en la periferia de la capital.
Era lógico que en una sociedad donde se suponía que la clase obrera se había convertido en dueña de los medios de producción, el sindicato perdiera su función de defensor de los trabajadores frente a las administraciones. Y sin embargo, por doquier seguía viendo contradicciones.
Un pecado original
Había comenzado a hurgar en la historia del pensamiento social cubano las raíces revolucionarias del actual proceso. Investigué en los orígenes del movimiento obrero cubano y, en particular, en los ideales del movimiento ácrata. Había constatado también la originalidad teórica de los primeros pensadores del país, entre los que se destacaban el apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, y los primeros socialistas cubanos, en especial Diego Vicente Tejera.
Publiqué algunos artículos al respecto en varias revistas culturales del país y, finalmente, algunos de estos trabajos conformaron un libro que sería publicado en 1976: Orígenes del Movimiento Obrero y del Pensamiento Socialista en Cuba, pequeña obra cuya lectura posteriormente me recomendaría una profesora —sin conocerme— como bibliografía suplementaria al inicio de un curso de postgrado.
Ya en los primeros años del siglo XX, el movimiento socialista había caído bajo la influencia de las tendencias del movimiento revolucionario ruso. Esto hizo que me desplazara hacia el estudio de las contiendas sociales de Europa.
Comprendí entonces que el modelo cubano, siendo en esencia una copia con algunas variantes del que se instauró durante el siglo XX en la Unión Soviética y en todo el campo socialista de Europa del Este y Asia, recibió un pecado original como herencia. Hoy, tras el derrumbe de esos regímenes y cuando sus defensores pierden crédito en todas partes, es la hora de las redefiniciones y, sobre todo, de declarar que en la supuesta realización del ideal socialista hubo un vicio de origen.
Esa raíz hay que buscarla en la Rusia turbulenta de las primeras décadas del siglo XX. A fines del siglo XIX, la servidumbre feudal se había abolido, el capitalismo se desarrollaba y la monarquía zarista se hallaba en crisis, hasta el punto que ya en 1883 José Martí vaticinaba: "Si la monarquía no hace una revolución, la revolución deshará la monarquía".
Cuando finalmente el zarismo se derrumbó en 1917, dos alternativas se presentaron inicialmente ante los revolucionarios rusos.
© cubaencuentro.com