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Umap, Represión, Cuba

A 50 años de las Umap

Entrevista con el “16”

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El “exsoldado” Umap número 16 le ha pedido a CUBAENCUENTRO que no aparezca su nombre en esta entrevista que nos ha concedido. Teme represalias y aún hoy, nos ha dicho, “siento miedo”. Máxime porque años atrás le fuera confiscado, por las autoridades del régimen, un diario que escribiera en secreto durante su estancia en aquellos campos de trabajo forzado. Cuando lo llevaron a las Umap, en 1966, el “16” se desempeñaba como maestro de primaria y Secundaria Obrera y Campesina, y profesaba la fe cristiana.

¿Cómo fue la despedida de tu familia?

La despedida hacia un destino incierto fue triste y marcó mi vida. Mucho más con mi madre en fase terminal de una enfermedad. Ella murió seis meses después de aquel fatídico 18 de junio de 1966, cuando me llevaron. Mamá solo tenía 42 años de edad. Falleció el día 4 de diciembre, precisamente el mismo día en que mi hermana menor cumplía sus 15 años. Como ya imaginas, la despedida con ella fue para siempre, pues nunca más pude verla con vida.

Además de la despedida con la familia y amistades, el ser llevado obligatoriamente hacia algo desconocido producía mucho miedo. Yo sentía mucho miedo.

¿No se te ocurrió pedir a las autoridades una prórroga o algo así, tomando en cuenta el estado en que se hallaba tu mamá?

Mira, ya 8 meses antes, en noviembre de 1965, me habían citado para partir, y según los rumores, nos llevarían a esa cosa que no se sabía bien qué era, pero que todo el mundo decía que era algo terrible, las Umap.

Pasé toda la noche en un sitio en Sagua la Grande adonde nos habían citado. Pero al amanecer me sacaron del grupo y me dijeron los soldados que mi ida se había aplazado. No me dieron más explicaciones.

Nunca supe el motivo, pero sospechaba que mi padre había pedido que aplazaran mi partida. Esta suposición nunca puede comprobarla.

Cuando volvieron a citarme, en junio de 1966, le pedí a papá que por favor no interviniera, si es que acaso pensaba hacerlo, porque yo no podía seguir viviendo con tanta zozobra.

Papá no me respondió. Solo vi en su rostro una tristeza que jamás he podido olvidar.

¿En qué los llevaron hasta Santa Clara?

Primero nos trasladaron a Sagua la Grande, desde la zona en donde yo vivía. Por aquellos años, Sagua la Grande era cabecera de la Regional de su mismo nombre y pertenecía a la entonces provincia de Las Villas. Fue en camiones, cerca de las 7 de la mañana.

En Sagua la Grande nos encerraron en una escuela primaria donde pasamos la noche sentados en pupitres, hasta las 5 de la madrugada del día siguiente.

De ahí nos trasladaron en camiones hasta Santa Clara, a un lugar muy apartado, pero creo que no muy lejos de la estación de ferrocarril de Santa Clara.

¿Sospechabas que te llevarían hacia las UMAP?

Sí lo sospechaba, como te respondí antes, habían pasado 7 meses desde la citación anterior y ahora el rumor sobre las Umap era más fuerte y se veía más claro a qué tipo de personas llevaban para allá.

¿Sospechabas que te llevarían porque profesabas una religión?

Sí. Casi todos los que allí estábamos, muchos jóvenes, otros no tan jóvenes, pertenecían a distintas confesiones cristianas: católicos, miembros de las iglesias protestantes o evangélicas: presbiterianos, bautistas, metodistas, pentecostales y también, para mí, los que más sufrieron: los testigos de Jehová.

Otros no practicaban ninguna religión.

¿Qué me puedes decir del viaje en tren hasta aquellos campos de Camagüey? ¿Cuáles fueron para ti los peores momentos de ese viaje?

Tanto el largo viaje en tren hasta Camagüey, como la larga noche sentados en pupitres en la escuela primaria desde las 7 de la noche hasta la madrugada, cuando nos trasladaron a Santa Clara, se podría decir que todos los del grupo comentaban que íbamos rumbo a Camagüey.

Pero en realidad, nunca se nos informó hacia dónde nos llevaban.

La noche entera de vigilia y vigilados todo el tiempo, cuando solo nos dieron agua, más la cantidad de horas en aquel tren infernal, en vagones de transportar la caña de azúcar, es algo que no quisiera recordar, todavía me duele.

En el vagón solo había una tanqueta de agua. Pasadas una horas, había orines y aun excremento por todas partes. Tampoco era posible ver bien, porque el vagón iba con la puerta de corredera cerrada. Un infierno.

Para mí, uno de los momentos más difíciles fue cuando llegamos a ese punto de Camagüey (bueno, suponíamos que era Camagüey), en pleno campo y en la madrugada avanzada y el tren al fin se detuvo y abrieron las puertas de los vagones y vi en la oscuridad que una gran cantidad de soldados con fusiles y bayoneta calada rodeaba el tren a todo lo largo y por ambos lados.

Los soldados comenzaron a gritar que nos bajáramos con rapidez. Fue muy triste para mí, muy triste. En ese momento me pregunté: “¿Qué hice?” “¿Dios mío, qué es esto?”.

¿Qué edad tenías entonces? ¿En qué trabajabas? ¿Tenías antecedentes penales? ¿Habías cometido algún delito?

Yo tenía 23 años recién cumplidos.

Trabajaba como maestro. Impartiendo clases de sexto grado a adultos, todas las asignaturas, alternando con clases de Español y Biología en Secundaria Obrera y Campesina en el mismo centro nocturno. Antes trabajé como maestro en escuelas de enseñanza primaria.

Nunca, en mis 23 años de edad, había tenido problemas con la justicia. Jamás tuve antecedentes penales.

En mi hogar recibí amor y buenas enseñanzas de mis padres. Desde niño, también fui formado en la fe cristiana en una Iglesia Evangélica de mi zona. Fui líder de los jóvenes y también de la Iglesia.

¿Cómo fue la llegada al campamento Umap? ¿Qué recuerdos tienes de esos momentos?

Al amanecer de aquel inolvidable, triste 20 de junio de 1966, cuando llegamos al primer campamento donde estuve, un sitio muy apartado y lejano de toda humanidad, llamado “Guanos”, en el centro de la llanura camagüeyana, sin vestigios, te repito, de viviendas y seres humanos, me sentí muy descorazonado y me hacía la misma pregunta: “¿Por qué? ¿Qué daño le habré hecho a alguien?”.

El campamento estaba constituido por varias barracas de paredes de bloques y techo de fibrocemento, con baños de duchas abiertas sin ninguna privacidad. Rodeado por una alambrada de cercas de púas muy alta y con una sola puerta de entrada y salida, siempre cerrada y custodiada por dos guardias con armas largas.

Recordé películas que había visto de campos de concentración nazis, esa fue mi primera impresión y al comprobar, también, la forma déspota, con marcado desprecio, constantes amenazas, violencia, con la que fuimos tratados todos desde el primer momento.

Sentí en lo más profundo de mí que estaba “preso” y la misma pregunta me martillaba el cerebro: “¿qué hice, Dios, qué hice?”.

¿A quiénes recuerdas más de quienes compartieron contigo los distintos campamentos en que estuviste?

Del campamento “Guano” nos informaron que seriamos trasladados. Como a las dos semanas nos llevaron para el campamento “Anguila”, tiempo después para “California”. No tan lejos de estos dos últimos campamentos se hallaban algunas casitas de guano y yaguas, habitadas por haitianos, que mucho abundaban por los campos de la provincia agramontina.

Estos haitianos, cuando era posible y teníamos autorización, nos vendían dulces elaborados por ellos y sus familias. También, en la quietud de las noches, escuchábamos el toque de tambores y cantos que elevaban a sus deidades

De “Guano”, “Anguila” y posteriormente “California”, recuerdo con especial cariño y te los cito mediante mis notas a: Juan Bernia de la Rosa†, Alicio Castillo Martínez, al que cariñosamente le llamábamos “Alipio”. También a Ángel Antonio Leiva Pérez, Mario Nodal Asencio (“Mayito”) ambos de Santa Clara, y también de Santa Clara a Félix Luis Viera Pérez y Luis Becerra Prego (la madre de este era de mi pueblo). Vidal Vergara Rodríguez, Rubén Rodríguez Suárez, Ramón Rodríguez Cubela, Jacinto Álvarez Muñoz (“Toto”) del ingenio azucarero Constancia (hoy “Abel Santamaría”), de Encrucijada. Igual a Manuel Llano Gómez (“Manolito”)† quien tanto me ayudó (a escondidas del cabo de escuadra) limpiando mi surco de aquellos campos de caña o yuca, etcétera, de más de 40 cordeles de largo. Y si no terminabas la norma, tenías que quedarte con el cabo de escuadra Umap hasta la hora que terminaras, casi siempre de noche ya.

Manolito Llano, EPD, joven fuerte, robusto, a la vez que trabajaba su surco me adelantaba el mío y así muchas veces pude cumplir la norma. Manolito falleció en Estados Unidos. Dios lo tenga en su santo reino, ¡cuánto tengo que agradecerle!

Cuéntame un día de trabajo, desde la partida del campamento hasta el regreso.

Se nos levantaba con la voz de un cabo Umap gritando el “de pie”. No olvido la voz tan desagradable, como todo él, del cabo Erasmo Valdivieso, con sus ojos verdosos y pelo “jabao” repelado. Era un ser ruin, desagradable. Era un hombre malo, nos daba la impresión de un puro nazi.

El “de pie” era alrededor de las 4 de la mañana, y a veces antes de esa hora dado el lugar donde fuéramos a trabajar, mientras más lejos del campamento más temprano nos llamaban.

Después de ir a los lavaderos cerca de los baños, para lavarnos la cara y cepillarnos los dientes, pasábamos al comedor a tomar el desayuno, consistente en un poco de leche caliente (más agua que leche) y un pedacito de pan duro.

Formábamos por pelotones y nos contaban como ovejas por nuestros números al que tenías que responder por orden. Este conteo era realizado en las madrugadas y al formar para ir a dormir cada noche a las 9.

Nos montábamos en las carretas o “guarandingas” rusas haladas por un tractor que timoneaba un tractorista de la granja y junto a él iba uno de los sargentos. También en cada carreta viajaban, junto a nosotros, los cabos Umap vigilándonos y escuchándonos todo el tiempo.

Del campamento a cualquiera de los campos de trabajo, ya fueran de caña o de yuca, o de cualquier otro cultivo, nunca demorábamos menos de una hora, en un recorrido dando brincos en la guarandinga, apretujados unos contra otros, que significaba el resguardo que teníamos para no caer en el piso o salir disparados, debido los baches de los caminos o guardarrayas. Aquellos caminos rurales en pésimas condiciones llenos de huecos, piedras, polvo en abundancia.

Lo mismo si limpiábamos cualquier campo con guatacas o con machetes, existía para todo la famosa “norma a cumplir”, que debías hacerla en las 8 o más horas de trabajo diario, hasta que terminaras. Si no cumplías, como dije antes, tenías que permanecer hasta la hora que fuera con un cabo Umap detrás de ti exigiendo, vigilando, gritándote, agitándote con palabras groseras, amenazantes.

Los campos a limpiar eran de 40 cordeles, decía, y a veces mucho más largos, con la dificultad de que la hierba estaba más alta que las recién sembradas cañas. Había que hacer el trabajo con mucho cuidado, para no cortar las cañas en lugar de la hierba, porque esto podía costarte un castigo.

Colocaban una pipa con agua a pleno sol del día, al comienzo o entrada del campo donde trabajábamos.

Cuando ya no nos quedaba agua en la pequeña cantimplora que llevábamos —llenada en el campamento, en la madrugada— y nos hallábamos bajo aquel sol terrible, el calor asfixiante, empapados en sudor, excesivamente fatigados, no te autorizaban a salir del surco a buscar el agua que necesitabas para continuar trabajando, porque la pipa se encontraba bien lejos y el agua se calentaba como si estuviese puesta al fuego.

Entonces designaban a un cabo Umap para que llevara las cantimploras y las llenara. Esto demoraba dada la distancia hasta donde estaba situada la pipa.

Si en el campo que estábamos limpiando ya las cañas estaban grandes y tenían jugo, pues a escondidas y vigilando pelábamos algunas y así calmábamos un poco la sed. Después había que esconder la caña y el bagazo en la misma hierba que habíamos cortado, para que cuando los cabos y los sargentos pasaran revisando el trabajo que estábamos haciendo, no encontraran los restos de las cañas.

Muchas veces tuvimos que tomar el agua de lluvia caída la noche anterior o días atrás y que se encontraba en charcos o zanjas. La sed es algo tormentoso, muchos nos poníamos como si fuésemos un animal de cuatro patas, las dos manos sobre la zanja y con los pies nos empinábamos para tomarla, con la boca pegada casi a la tierra; a veces estaba fresca, otras caliente.

Al campamento regresábamos al anochecer, tarde, luego de más de 15 horas desde el famoso “de pie”.

Al ir para los baños a esa hora se hacían largas colas. Éramos 120 hombres y había solamente 10 duchas o llaves de agua. El baño debía ser rápido, pues para todo existían horarios que teníamos que cumplir estrictamente. Después del baño, la comida.

A las 9 de la noche la formación, cuando volvían a contarnos y el jefe político de la compañía nos hablaba, nos daba un discurso no muy largo.

Después de romper la formación para ir a dormir, cuando apagaban las luces —las luces fueron de mechones de luz brillante durante más de un año, por lo menos en los campamentos que a mí me tocaron— debíamos estar de inmediato en la hamaca. Ya casi al final nos dieron literas para dos, uno debajo y otro arriba.

En silencio absoluto debíamos permanecer, nos vigilaban aun durmiendo. Si se sentía algún ruido o alguno de nosotros conversaba, podíamos ser castigados, y siempre la amenaza de suspendernos el famoso “pase”. También nos castigaban si la norma no era cumplida, o por problemas personales con otros reclusos.

¿En algún momento recibieron instrucción, adoctrinamiento, algo que indicara que estaban allí para “reeducarlos”?, ¿o quedaba claro que no era más que un castigo, en tu caso por tu filiación religiosa?

Se podría decir que no nos dieron ninguna instrucción o adoctrinamiento.

Pero cada noche, en la formación, después de contarnos, como te decía, el jefe político nos daba charlas de temas actuales tanto de Cuba como de otros países. Desde luego, estos temas tenían que ver con lo bueno que era el socialismo y lo mal que andaban los países que no eran socialistas.

Creo que allí nos llevaron a todos por “alguna razón” para ellos contraria e indigna según sus “principios”. Creo que porque no encajábamos en ese propósito del “hombre nuevo” que decían querían tener. Pero el “hombre nuevo” nunca existió, ni existe, ni existirá.

Tuve la oportunidad, en aquellos dos años y 12 días que permanecí en las Umap, hasta su desintegración el día 30 de junio de 1968, de conversar con muchos de los que allí nos encontrábamos. Sobre todo, las tardes de los domingos, que era el único tiempo libre que teníamos. Y nos identificábamos unos con otros, hacíamos amistad, pero sin pensar ni remotamente que algo nos convertiría en el “hombre nuevo”.

El homosexualismo fue uno de los motivos para estar allí. Y como pude leer en el maravilloso, sentido, real libro que escribiera Félix Luis Viera cuyo título es Un ciervo herido… “ellos eran los menos culpables…”, aunque ninguno de los confinados en las Umap era culpable.

Muchos de los religiosos eran jóvenes líderes en sus iglesias, como católicos, evangélicos, presbiterianos, metodistas, bautistas, episcopales y pentecostales, también los testigos de Jehová, que fueron los que más sufrieron, resistieron terribles castigos sin doblegarse.

Para leer la Biblia, reflexionar, orar, cada domingo en las tardes lo hacíamos a escondidas detrás de la ultima barraca que era la de los baños, siempre uno de nosotros vigilaba a los cabos Umap, a los guardias y oficiales, mientras los otros estábamos reunidos en comunión con Dios.

Si éramos sorprendidos tendríamos serios problemas. Pero gracias a Dios, nunca nos detectaron. Ni tampoco detectaron los sitios donde escondíamos la Biblia ni pudieron saber cómo la habíamos entrado al campamento.

Entre los que más recuerdo que estaban allí por su condición religiosa: Juan Bernia de la Rosa, Alicio Castillo Martínez. Jorge Blondín Iparraguirre, Pablo Torres Jiménez, Juan Martínez Márquez (“Wanche”), Moisés Rodríguez Díaz, entre muchos otros.

¿Qué sientes medio siglo después de aquello?

Han pasado ya 50 largos años de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap).

Allí nos llevaron obligadamente, sin motivos, culpas, delitos. Éramos en gran mayoría jóvenes de entre los 17 y 25 años, y otros con 27, 30 o más años, que eran minoría.

Homosexuales, católicos, protestantes, testigos de Jehová, artistas, pintores, escritores, bailarines, oficinistas, estudiantes que, todavía me pregunto: ¿qué daño habíamos hecho?

Ya estamos llegando al final de nuestras vidas, muchos de aquellos jóvenes de entonces, se nos adelantaron y ahora viven con los ángeles, junto a nuestro Dios, como Juan Bernia de La Rosa, Manolito Llano Gómez, Ángel Antonio Leiva Pérez, Armando Suarez del Villar y únicamente el propio Dios sabe cuántos más.

Aquí estoy, hermano “22” [se refiere el entrevistador], lleno de paz sobre una roca, mirando lo vivido, rememorando lo que vale la pena, lo que vale y brilla de la sociedad y de mi espíritu.

A pesar de y en contra de… no hay rodillas dobladas…, sí adoloridas, pero firmes. Las pupilas un poco gastadas, pero aun atisbando la distancia, el porvenir y esperando con fe, con amor, con humildad, lo que nos sea deparado para estos duros finales

¿Alguna otra observación para CUBAENCUENTRO?

Por favor, quisiera que dieran a conocer esta lista que a continuación te copio y que resguardo desde hace medio siglo:

Número. Nombre y Apellidos, Lugar de Origen
1. Andrés Liriano Pérez, ¿?
2. Raúl Rodríguez Ruano, Santa Clara
3. Dámaso Toriza Montero, Caibarién
4. Venerando Grande Prieto, Caibarién
5. Rafael Verberena, Ranchuelo
6. Sergio Peñate Ruiz, Placetas
7. Rubén Rodríguez Suárez, Central Constancia (Encrucijada)
8. Luis Estrada Bello, Placetas
9. Ramón Rodríguez Cubela, Central Constancia (Encrucijada)
10. Pedro Iglesias León, ¿?
11. Manuel Llano Gómez (“Manolito”)†, Encrucijada
12. Armando Díaz Caro, ¿?
13. Vidal Vergara Rodríguez, Central Constancia (Encrucijada)
14. Juan Manuel Pérez Blanco, Encrucijada
15. Gilberto Luaces Larrondo, Encrucijada
16.
17. Justo Pérez Bucarano, Santa Clara
18. Gilberto Arrieta Martínez, Encrucijada
19. Francisco Santirso Quesada, Sagua La Grande
20. Pedro ___, Caibarien
21. Otto Pérez Jiménez (“Pinchajubo”), Encrucijada
22. Félix Luis Viera Pérez, Santa Clara
23. Gilberto López Kinson, Encrucijada
24. Jorge Blondín Iparraguirre, Central Washington
25. Luis Becerra Prego, Santa Clara
26. Roberto Quintana, Sagua La Grande
27. Jesús Soriano Pérez, Cienfuegos
28. Andrés Medina Hernández, Cienfuegos
29. Alicio Castillo Martínez, Encrucijada
30. Dagoberto Hernández Gómez, Encrucijada
31. Juan F. Bernia la Rosa†, Encrucijada
32. Osvaldo Hernández Gómez†, Encrucijada
33. Guillermo Jiménez Abreu, Ranchuelo
34. Sergio Álvarez Quirós, Santa Clara
35. Roque Leyva Cortés, Ranchuelo
36. Medardo Chaviano, Calabazar de Sagua
37. Carlos Bravo Sosa, Ranchuelo
38. Silvio Torres Hernández, Encrucijada
39. Rafael Díaz Mancha, Central Santa Lutgarda
40. Osvaldo Oramas Casanova, Santa Clara

“California” (una zona rural), traslado de la “compañía” el 23 de agosto de 1966, y nuevos ingresos.

5. Rafael ___, Santa Clara
10. Ricardo, Habana
11. Rafael Estrada Téllez, Santa Clara
15. Tomas Paret Bonachea, Santa Clara
19. Omar Rodríguez Sánchez, Santa Clara
20. Jesús Rodríguez Borrego, Güira (Habana)
21. Manuel Martínez, Habana
23. Luis M. Reyes Martínez, San Antonio (Habana)
26. Julio M. Sánchez Rivero, Santa Clara
36. Fernando Fernández del Cuadro, San Antonio (Habana)

Bueno, he respondido tus preguntas con nostalgia, dolor y amor.

Quisiera terminar con estas palabras:

“No hay medicamento que cure el dolor del alma, solo hay un anestésico llamado tiempo, que te enseña a no sentir dolor aunque la herida perdure…”

Y gracias, hermano “22”. Dios te bendiga a ti y a esta revista.


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