Entrevista a la autora de “Las rosas de Stalin”
Monika Zgustova: “Escribiendo Las rosas de Stalin sobre la vida de Svetlana Allilúyeva encontré mi propia libertad, ella y yo hemos sido víctimas del totalitarismo”
Está a disposición de los lectores un texto de sorprendente alegato, desconsolado, pavoroso y, sobre todo, testimonio significativo de una de las tantas víctimas de Yósif Stalin (1878 - 1953), su única hija Svetlana Allilúyeva (1926 - 2011): Las rosas de Stalin (Galaxia Gutenberg, 2016), de la traductora, periodista y escritora Monika Zgustova (Praga, Checoslovaquia, 1957).
Se han escrito dos exitosas biografías de Svetlana Allilúyeva; sin embargo, la escritora checa, radicada en Barcelona, España, desde los años 80 del siglo pasado, prefirió conformar una biografía novelada en que prácticamente la figura del padre no aparece, más allá de la tenebrosidad del poder: el lector se adentra en los itinerarios de la hija del poderoso líder soviético, envuelta en vacilaciones, deseosa de libertad, pero indecisa en los pocos momentos que la consigue. Crónica de la existencia de una mujer marcada por el amor y las contradicciones, quien nunca tuvo intimidad. Tránsito suscrito en el deseo de independencia y búsqueda de la posible felicidad. Rebeldía y naufragio como signos de quebrantos.
“Me interesaba ver al personaje en sus gestos desde adentro, en su frágil intimidad, en las confesiones de sus cartas, en sus resquiebres amorosos. En una biografía me habría visto obligada a referirme a Stalin en muchas páginas, yo quería revelar los sentimientos y las sensaciones de una mujer con quien me identifiqué desde el primer contacto que tuve con su vida. Me importaba ella más que todo. Recurrí a la ficción: mezcle la vida real con las exaltaciones de la imaginación”, declaró, en entrevista para CUBAENCUENTRO la traductora del checo al castellano de Milán Kundera y Václav Havel.
¿Por qué optó por la tercera persona narrativa en que se percibe la presencia indirecta del yo?
Decidí conjuntar la tercera y primera personas de acuerdo a las circunstancias que se relatan. Narrador omnisciente para los acontecimientos, digamos generales; sin embargo, mantengo la oralidad de las cartas desde el uso del yo. Cuando el cronista se refiere a Svetlana lo hace apelando a un cruzamiento de tonalidades que se pasea por lo íntimo y lo exterior. Insisto que mis intenciones se encuadran en la ficción, no propiamente en la biografía y el testimonio.
¿Cronología de una mujer enamorada que busca en el amor la emancipación negada desde la adolescencia? El primer novio, un cineasta judío, Stalin lo confina a un gulag.
Sí, estoy de acuerdo. Svetlana se explica en cada enamoramiento. Parto del amorío que sostuvo con el intelectual de izquierda hindú, Brayesh Singh, a quien el régimen stalinista envenena poco a poco hasta asesinarlo. Se sigue enamorando, se casó varias veces, pero nunca concibió el amor como tal: la pasión sentimental era su ruta hacia la libertad nunca alcanzada en su totalidad. No es nada fácil tener esta tarjeta de presentación: ‘Mi nombre es Svetlana Allilúyeva. Nací el 28 de febrero de 1926. Mi padre murió en 1953. Se llamaba Yósif Stalin’.
Usted ha dicho que hay puntos de coincidencias de la vida suya con la de Svetlana...
Después de leer sus biografías percibí que esa vida me arropaba, que esas vivencias me atrapaban, me obsesionaban. Leía y releía todo lo que se ha publicado sobre ella: era necesario escribir esta novela para resarcirla y, asimismo, resarcirme yo misma. El exilio es siempre una marca penetrante. De igual manera que los destierros fueron punzantes y aciagos para Svetlana: a mí me sucedió lo mismo. Mis padres pertenecen a la misma generación de Svetlana, fueron jóvenes que sufrieron también los efectos de un gobierno totalitario.
¿Parafrasea usted a Flaubert: Svetlana Allilúyeva c’est moi?
Sí, en el sentido de la alucinación, a mis insomnios frente al personaje, suscribo al novelista francés. La diferencia está en que yo pude encontrar, quizás, espacios de libertad tras la salida de mis padres a Estados Unidos huyendo de los tentáculos del bloque soviético presentes en Checoslovaquia.
Parece que los dictadores corren la misma suerte con respeto, digamos, a los hijos incómodos. ¿Conoce usted el caso de Alina Fernández, la hija de Fidel Castro?
Sí, tengo algunas referencias de ella. En España la prensa le dio mucho espacio cuando logró salir de Cuba en 1993 con pasaporte falso, disfrazada de turista española. Creo que su caso coincide en algunas coordenadas con Svetlana...
Sí, ella también se caso muy joven, a los 17 años, en contra de la voluntad de Fidel Castro...
Mire usted las casualidades... Sé también del libro publicado, Alina: memorias de la hija rebelde de Fidel Castro, el cual molestó incluso a la hermana del líder cubano, Juanita Castro, quien entabló una demanda por difamación en contra de su sobrina. Al parecer Alina Fernández vive con cierta paz en Estados Unidos; Svetlana nunca tuvo sosiego ni en la India, allí pidió por primera vez asilo político, ni finalmente en Estados Unidos, lugar donde murió en 2011, a los 85 años de edad, lejos de su cultura y de su entorno: a los emigrados nos espera ese final.
¿Qué descubrió usted de la hija de Stalin? ¿Quién fue realmente Svetlana Allilúyeva?
Descubrí a una mujer que no supo ser libre, sostenida en constantes refutaciones de sí misma. Posesiva, atractiva físicamente: cuestión muy bien explotada por ella frente a los varones. Constantes ataques de ansiedad, dudosa de sus actos. Las pocas veces que gozó de libertad se ahogó frente a ese océano de posibilidades. Fue utilizada por la CIA y por la KGB. Sus contradicciones nacen de la rebeldía que la caracterizó desde el suicidio de la madre —provocado por el dictador soviético— cuando tenía 6 años. Svetlana fue una venerada de la Guerra Fría; pero, sobre todo una sacrificada —sí, una víctima— de su propio padre.
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