Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Cuba, Historia, Rafael Rojas

Entrevista a Rafael Rojas

“La ofensiva revolucionaria del año 1968 tuvo consecuencias nefastas para la economía cubana”, plantea Rafael Rojas en Historia mínima de la Revolución cubana

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Circula en librerías de Estados Unidos, España y México la más reciente publicación del historiador cubano, radicado en México, Rafael Rojas (Santa Clara, 1965): Historia mínima de la Revolución Cubana (El Colegio de México, Turner, 2015). Texto polémico en que el autor de Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (Premio Anagrama de Ensayo, 2006) repasa y pone al día circunstancias trascendentales de uno de los hechos históricos de la segunda mitad del siglo XX más debatidos en la historiografía latinoamericana contemporánea.

El doctor en Historia por el Colegio de México —profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE)— conversó con CUBAENCUENTRO sobre algunos aspectos cardinales de su libro.

¿Cómo nace esta Historia mínima de la Revolución cubana?

Rafael Rojas (RR): La “Colección Historia Mínima” de El Colegio de México está intentando extenderse a temas centrales de la historia mexicana y latinoamericana: la esclavitud, el sindicalismo, la población, la deuda externa, los populismos, la Guerra Fría o el neoliberalismo. A los responsables de la colección y a mí nos pareció que, en tanto episodio clave de la historia hemisférica en el pasado siglo, la Revolución cubana merecía un volumen.

En la Introducción plantea usted que “Esta es una historia mínima de un fenómeno complejo y cambiante...” ¿Acaso, todas las revoluciones no han configurado un viraje, muchas veces, instigador?

RR: Tienes razón, la Revolución cubana pertenece a la familia de las grandes revoluciones modernas. Tiene muchísimos elementos en común con las revoluciones haitiana y francesa, mexicana y rusa. Comenzó siendo moderada y, rápidamente, se radicalizó y a esa radicalización siguió una institucionalización del nuevo régimen que, en buena medida, canceló la fase más experimental y espontánea del proceso.

Establece usted diferencias entre una “oposición violenta” y otra “pacifica” en la lucha contra la dictadura de Batista. El régimen ha hecho poca referencia a esa “oposición pacífica”; incluso, en los manuales de historia se desdeña un poco el papel de la lucha en las ciudades, y se exalta la lucha de la Sierra Maestra. ¿Podría abundar sobre eso?

RR: Casi todos los opositores violentos al gobierno de Batista, incluido Fidel Castro, fueron inicialmente opositores pacíficos. Era lógico que así fuera dada la tradición jurídica republicana que intentaba arraigarse en Cuba, entre los años 40 y 50. La historia oficial, al actualizar los cultos heroicos del siglo XIX y enfatizar los valores de la intransigencia y el machismo, quiso deshacerse de esa herencia. No solo borró la oposición pacífica de origen “auténtico” u “ortodoxo” sino que, como bien dices, desdibujó las diferencias estratégicas y tácticas entre la Sierra y el Llano.

Dice usted que le interesa “repasar las líneas maestras del cambio económico, social, político y cultural que vivió la Isla entre los años cincuenta y sesenta del siglo pasado”. ¿Años cruciales y axiomáticos de esa Revolución?

RR: El libro no está enmarcado rígidamente entre 1956 y 1976 como sostienen algunos, sin haberlo leído. Arranco con una descripción del antiguo régimen, que se detiene en la Constitución de 1940, los tres gobiernos que le siguieron y el golpe de Estado de Fulgencio Batista en marzo de 1952. Y llego hasta hoy: doy por descontado que lo sucedido en las tres últimas décadas, en Cuba, forma parte de un “después de la Revolución”. Aplico un concepto de “revolución” similar al que predomina en otras historiografías, que busca no identificar lo revolucionario con sus íconos (Fidel, el Che, Camilo) o sus hitos (el Moncada, el Granma y la Sierra, a los que se ha aplicado un zoom simbólico), insisto en no confundir la Revolución con la historia contemporánea de Cuba.

¿Cuáles son las diferencias sustanciales de eso que usted define como “Primer gobierno revolucionario” y “Segundo gobierno revolucionario”?

RR: El “primer gobierno revolucionario” es el encabezado originalmente por el presidente Manuel Urrutia Lleó y el primer ministro José Miró Cardona en enero de 1959. A pesar de la salida de Miró y luego de Urrutia y del papel fundamental que jugaría Fidel Castro en el mismo; ese gobierno, compuesto en lo fundamental por líderes civiles del llano o, incluso, de la Ortodoxia y el Autenticismo, fue desmantelado entre fines de 1959 y principios de 1960. Para inicios del segundo año de la Revolución, con el Che Guevara, Osmany Cienfuegos y Raúl Castro en ministerios estratégicos, surgió un nuevo gobierno y, de hecho, un nuevo programa político de nación.

El “sectarismo” de Aníbal Escalante se produce en el tránsito de dos momentos cruciales del proceso revolucionario: Playa Girón y Crisis de octubre. Fidel Castro crea el Partido Unido de la Revolución Socialista Cubana (PURSC) que sustituye a la Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). ¿Inicio de la radicalización de esa Revolución?

RR: Creo que la radicalización se produjo antes, en el verano de 1960, como lo prueba la gran estatalización de la economía entre julio y octubre de 1960. El sectarismo y la microfracción, la destitución de Escalante, el caso Ordoqui y otras purgas similares en los 60 fueron resultado de la concentración del poder en el círculo más cercano a Fidel Castro y de la entronización de ese círculo como principal interlocutor de Moscú. La Revolución cubana produjo un nuevo tipo de comunismo, en Cuba y América Latina, que generó conflictos no solo con la izquierda liberal, cercana a la social democracia o la democracia cristiana, sino también con la izquierda comunista tradicional.

¿Qué papel juega Ernesto Guevara en estos episodios?

RR: Además de una figura clave de la insurrección, como se evidenció en la invasión a Occidente y, especialmente, en el control de Las Villas, donde había muchísimas tensiones entre los distintos grupos revolucionarios, Guevara fue, entre todos los nuevos comunistas cubanos, quien logró desarrollar un proyecto político propio. Si hasta la Crisis de los Misiles de 1962, había defendido la alianza con Moscú, a partir de entonces buscará una mayor autonomía geopolítica por medio del acercamiento a China y el apoyo a la descolonización africana y a las guerrillas latinoamericanas. A esa apuesta geopolítica agregó un modelo de planificación económica diferente al soviético e insinuó otra forma de enfocar la ideología, la cultura y la relación con los intelectuales, que tuvieron una enorme y poco conocida resistencia dentro de los círculos del viejo comunismo cubano.

¿La “Ofensiva revolucionaria” puede considerarse como uno de los grandes descalabros de esa Revolución?

RR: La “Ofensiva Revolucionaria” tuvo consecuencias nefastas para la economía y la cultura, que se reseñan en el libro. Pero ideológicamente ese fue, tal vez, el último momento de búsqueda de una autonomía geopolítica dentro del campo socialista. Fue también un momento de frágil aproximación a la Nueva Izquierda y al espíritu del 68, que, desde el punto de vista teórico, dejó algunos rastros atendibles. La revancha de la ortodoxia contra el “revisionismo de izquierda”, que vendría después, es una buena muestra de que, a pesar de haberse adoptado un modelo totalitario y de que Fidel Castro se impusiera como el eje de las lealtades, el poder político en Cuba no fue nunca ideológicamente homogéneo.

En el apartado “Un cambio cultural”, usted solo se aproxima a los hechos. Tomando en cuenta que se produce la mayor emigración de artistas cubanos al extranjero y se da inicio a la censura en todos los niveles artísticos, incluyendo la prensa escrita, la radio y la televisión con excepción parcial del cine, ¿podría precisar un poco más esa etapa?

RR: Lo que intenté en ese capítulo fue incluir los elementos dogmáticos o claramente totalitarios de la administración de la cultura, sobre todo a partir del 70, dentro del concepto sociológico de “cambio cultural”. Muchas veces, cuando se habla de la cultura se piensa exclusivamente en la literatura, las artes, la música y el cine, dejando fuera el contacto de la ciudadanía con esas esferas o la experiencia cultural de una sociedad en un sentido más amplio. Por eso me detengo en el aspecto más dramático de ese cambio que es el que tiene que ver con el paso de una población mayoritariamente católica al adoctrinamiento marxista-leninista y nacionalista revolucionario y con la introducción de nuevos mecanismos de exclusión social, racial, sexual y cultural que implicó la construcción del Estado socialista.

Su libro es una invitación para ahondar en el fenómeno de la Revolución cubana. ¿Qué lectura recomienda usted a los interesados?

RR: Al final del volumen se propone una bibliografía básica, donde figuran historiadores y académicos de la isla, como Arnaldo Silva, Sergio Guerra, Oscar Zanetti o María del Pilar Díaz Castañón; y estudiosos afincados en Estados Unidos como Louis A. Pérez Jr., Marifeli Pérez-Stable, Carmelo Mesa-Lago o Jorge I. Domínguez. Hay estudios clásicos sobre la Revolución cubana, no muy conocidos entre historiadores cubanos, como los los de J. P. Morray, Marcos Winocur y Antonio Annino, con los que sigo simpatizando. Dentro de la nueva historiografía destaco tres títulos de autores que están abriendo el campo de los estudios cubanos entre los años 50 y 70: El viejo traje de la Revolución (2007) de Sergio López Rivero, Cuba y Estados Unidos, 1933-1959 (2011) de Vanni Pettina y Visions of Power in Cuba (2013) de Lillian Guerra.


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