Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Literatura, Literatura cubana, Exilio

Entrevista al escritor Raúl Ortega Alfonso

“Ojalá y la violencia que padecemos hoy, fuera resultado de una amenaza a punta de palabras”

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Y si hay un poeta que resume una década, la de los ochenta, una Dassein (esencia), al decir de Heidegger, una transgresión y una honradez, ése es Raúl Ortega Alfonso, quien más alto ha puesto a la mujer cubana de los peores años, quien ha visto el cuerpo femenino como un templo y no como un performance, a quien la realidad lo obsesiona, y por eso incorpora su pérdida, la reitera para agotarla definitivamente, la funda en la ausencia, porque él sabe que no se escribe porque se está en un sitio, sino porque ya no existe un sitio posible donde escribir.
Elena Tamargo (1954 - 2011).

Circula en España la antología poética personal, A punta de palabras (Efory Atocha, Ediciones, 2015) del cronista, poeta y novelista cubano Raúl Ortega Alfonso (La Habana, 1960) con prólogo de Rita Martín. Alfonso publicó en Cuba un solo poemario (Las mujeres fabrican a los locos, Editorial Abril, 1992), y salió, definitivamente, de la Isla en julio de 1995: meses antes, junto a Raúl Rivero, le fue negado el permiso por parte de las autoridades migratorias cubanas para su participación en un encuentro de escritores en Berlín. La selección de los poemas de los otros cinco libros (Acta común de nacimiento, Con mi voz de mujer, La memoria de queso, Sin grasa y con arena, El caballo no tiene zapatos), que integran esta recopilación, fueron publicados en México y Estados Unidos, países donde el poeta ha vivido durante su exilio.

Sin intenciones de desarrollar el examen de una poética que he seguido con gran interés, en esta primera muestra, integrada por buena parte de su trabajo lírico, advierto una obsesión al galope. Si en sus versos iniciales el desenfado era el protagonista, en este cuaderno “el chorro de ácido que corroe la realidad” devela una escritura en que las miserias y la decadencia definen “esa cosa a la que llaman hombre”.

Con motivo de la publicación de este compendio —que ya circula en librerías de Madrid, Barcelona, Latinoamérica y en días próximos en Miami—, y gracias a las ventajas del correo electrónico, Cubaencuentro conversó con el poeta, quien actualmente vive con su esposa, la poeta mexicana J. Amada Hernández, y su hija Izumi, en un pequeño pero luminoso apartamento de la Riviera Maya en el Caribe mexicano

“Ante todo, me gustaría agradecer. El mundo está más jodido de lo que está porque hemos olvidado agradecer. La violencia nos acosa y nos olvidamos de dar gracias. Ojalá y esa violencia que padecemos fuera a puntas de palabras”, me dice cuando le pregunto qué significa la publicación de este manual en España. “El ego es tan dañino como el cáncer: le hace creer al hombre que lo merece todo. En medio de una crisis que se extiende sin la esperanza de tener un final y contra todo el sentido práctico que conlleva sacar adelante un proyecto que se dedique a promocionar la literatura; el poeta y editor cubano Santiago Méndez Alpízar, Chago, se ha empeñado en hacerlo: la nómina de la Colección Atocha de Literatura Hispanoamericana está conformada por la obra de Damaris Calderón Campos, Odette Alonso Yodú, Sigfredo Ariel, Almelio Calderón Fornaris y Octavio Armand, entre otros, que yo integre ese catálogo me llena de satisfacción”, abunda el autor de la novela Fuácata (2012).

¿Hubo algún criterio en especial para seleccionar los poemas que integran A punta de palabras?

Raúl Ortega Alfonso (ROA): Por parte del editor, no. Él me dio un voto de confianza para que hiciera la selección entre los seis libros incluidos; por mi parte, sí: siempre en un poemario hay poemas flojos, que rellenan, o redondean la idea principal que uno se propuso desarrollar. Todos esos poemas malos de juventud los eliminé. Aunque debo decir en mi favor, sin querer afirmar que sea un buen poeta: hace mucho tiempo que no escribo poemas malos. El criterio de la vejez no me lo permite. Simplemente, cuando siento que va saliendo algo que no me gusta, me detengo y no sigo. Remedio santo contra la mala poesía. Sería maravilloso que uno pudiera ser un “viejo poeta” cuando escribe sus primeros libros. Por desgracia, y por suerte en la historia de la poesía, sólo hay un Rimbaud.

Sin embargo, considero que Las mujeres fabrican a los locos, tu primer cuaderno publicado en Cuba, es un buen libro.

ROA: Agradezco tu opinión, pero no hay que olvidar que lo publiqué con 32 años, cuando los poetas de mi generación tenían editado dos o tres libros. Ya antes había tirado a la basura dos poemarios. Todavía recuerdo con horror que se salvaron dos o tres poemas que publiqué en algunas revistas de la época. Pero para terminar de responder tu pregunta, además de este criterio que tiene que ver con la calidad, con el respeto que uno le debe al lector cuando se trata de publicar, debo confesar que al reunir los libros publicados me dio por pensar que todo resumen --en este caso esta colección lo es-- tiene que ver, de cierta manera, con la llegada al final del camino. Sin ponerme ridículo ni sentimental (dos atributos de la ancianidad), debo decir que esa porción de cinismo que por naturaleza todos llevamos dentro, no me permite que le agradezca al tiempo la vejez.

¿Volverías a publicar tus libros en Cuba si alguna editorial te lo pidiera?

ROA: Definitivamente, no. Yo no salí de la Isla por hambre —ya sabemos lo que puede hacer una madre cubana para que su hijo no se acueste sin comer—, sino porque no tenía libertad. Pero en Cuba nada ha cambiado y las editoriales siguen en manos del poder.

¿Crees que de verdad nada ha cambiado en la Isla? ¿Qué piensas del acercamiento entre Washington y La Habana?

ROA: Otra jugada de los Castro para mantenerse en el poder; un negocio jugoso para ambos gobiernos, donde todos se benefician, menos el pueblo de Cuba. ¿Dónde están los cambios? ¿Qué nuevos derechos les han concedido a los cubanos? ¿Levantar las rodillas del suelo? Cada vez más se acrecienta la represión contra aquellos que piensan diferente. No creo que se hayan suscritos, con anterioridad en la historia de Cuba, páginas tan vergonzosas como las que imprime a diario el régimen castrista en la continuidad de la administración de la finca. Todavía hay personajes dentro, y sobre todo fuera de la Isla, que critican a las Damas de Blanco. Señor mío, hay que tener bien puestos los ovarios para marchar por las calles, domingo tras domingo, con una flor en la mano, pidiendo la libertad de los presos políticos. El mundo entero se tapa los ojos para afirmar que en Cuba sí hay una apertura. ¿Qué diferencia existe entre estas mujeres y aquellas que entierran hasta el cuello para que después sus propios familiares y vecinos las maten a pedradas? ¿O será esto a lo que todo el mundo llama socialismo? La gente siempre olvida que Stalin mandó matar a más gente que el mismísimo Hitler. Lo único que ha cambiado en Cuba es que, hasta hace unos años, la dictadura asesinaba y muy poca gente lo sabía. Ahora, no: sobran los videos y los testimonios, y el que no quiere escucharlos y verlos es porque no quiere escucharlos y verlos.

¿Has regresado a Cuba en estos veinte años?

ROA: Sí, yo también he tenido que pagar parte de la cuota de humillación que me tocaba. Cuando murió mi madre, para ir a despedirla, no solo tuve que arrodillarme sino también pagar el permiso que me permitía entrar al país en donde alguna vez nací. Admiro y siento cierta envidia por aquellos que han resistido, que no han tenido que poner la otra mejilla.

¿Qué nuevos proyectos literarios trae entre manos Raúl Ortega Alfonso?

ROA: Acabo de terminar un poemario que se llama La novia de Andy Murrray, y una novela titulada Servidor público —así nombran en México a las putas y a los políticos.

Nos regala un poema de A punta de palabras para compartirlo con los lectores de CUBAENCUENTRO.

ROA: Por supuesto, ahí va.

Paseo I

En el zoológico de Chapultepec mi hija le hace mueca a uno de los simios, que apenas, sin moverse, ni siquiera la mira. Y me viene a la mente el mono Pancho, allá en La Habana: cagaba y le tiraba la mierda a la gente que pasaba por delante de su jaula.

Qué envidia yo sentía: tantos años preso sin atreverme a nada.


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