Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Música

«Estoy limpio de cuerpo y alma»

Droga y aplausos. Entrevista con Alfredo de la Fe, uno de los más grandes violinistas de la música latina.

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Alfredo, el violinista de la salsa, el que tocó de tú a tú con Dizzy Gillespie, Chick Corea, Eddie Palmieri y Santana, ya se libró de su adicción a la cocaína, pero tiene una deuda con la vida. Por eso cuenta su historia, para que la lean los jóvenes, para que la piensen bien, para que no se hundan.

Era el dueño de los escenarios. No se bajaba del avión. Su música no salía de la radio. Pero la droga lo controlaba. Fue un adicto desde que tenía 11 años. Un día, el alcalde de Bogotá le pidió que tocara para el Papa. Pensó que si el Santo Padre le ponía su mano en la cabeza estaría curado. Y corrió a un bar para celebrar.

Cuando llegó la hora de tocarle al Santo Padre, estaba más borracho y drogado que nunca. Cuando se levantó, el Papa se había marchado. Se miró en el espejo y fue su confrontación. "Una rata sucia era mejor que yo. Mi rostro parecía muerto, mis ojos detrás de mi cabeza, pero lo peor era mi alma. Estaba interiormente destruido. Decidí luchar contra las drogas", confiesa Alfredo de la Fe.

Alfredo, el travieso que conformó la Típica 73 y fue director musical de Tito Puente's Latin Jazz y de Celia Cruz, el virtuoso que grabó con su propia agrupación más de veinte CD, ha vivido aprisa. A los siete años tocaba a Tchaikosvski. Fue el niño prodigio del conservatorio Amadeo Roldán de La Habana. Ganó una beca para estudiar en Varsovia.

La mesa puesta

Había crecido en la música. Su padre Alfredo, como él, fue un famoso tenor de óperas. En su casa, en el barrio habanero de Lawton, la mesa estaba siempre puesta para cuanto músico llegara: Rogelio, el de la Sonora Matancera (vivía a dos cuadras); Daniel Santos, Fernando Álvarez, Orlando Vallejo, venían a tomar el ajiaco con tasajo y viandas que cocinaba su madre. Su madrina Celia Cruz, no se perdía esos gloriosos sopones. Pero Cuba se derrumbaba con la revolución, las viandas escasearon y Celia, la Sonora y, el tenor De la Fe, con su familia, escaparon para Nueva York. Alfredo tenía apenas 11 años, cuando llegaron a Union City, del lado oeste del Río Hudson. Y a comenzar de nuevo.

A la edad en que todos los niños juegan, el pequeño inmigrante tuvo que competir con los adultos. Tocó los conciertos de Mendelssohn en el Carnegie Hall, obtuvo una beca en la prestigiosa Julliard School of Music, y fue el integrante más joven de la orquesta del Metropolitan Opera House. No era fácil, tenía que correr de los ensayos a la escuela, estaba en quinto grado de primaria y todavía pensaba en español.

El encuentro de Alfredo con el mítico flautista José Fajardo y el violinista Pupy Lagarreta marcó su vida. Abandonaría la música clásica. Ellos necesitaban un violinista para sus charangas. Entró a tocar, primero con Pupy, luego con Fajardo y sus Estrellas. En adelante, los ritmos cubanos serían su estandarte.

Los dos maestros le enseñaron las raíces del danzón, la rumba, el son y la guaracha, las imprescindibles claves. El apenas adolescente tenía habilidad para tocar. Era un virtuoso del violín. El ritmo lo llevaba en la sangre, pero la avidez la llevaba en el corazón.

"La primera noche que toqué en un baile", me cuenta Alfredo, "al terminar la tanda, todos los músicos se fueron y me dejaron solo en la tarima. Yo me pregunté: '¿Qué hice? ¿No les caí bien? ¿Qué habrá pasado? A la segunda noche me asaltó el complejo, 'esta gente no me quiere'. Pero a la tercera noche, me dijeron: 'ven con nosotros'. Y no es que no me querían. Es que se iban a tomar tragos, y a fumar marihuana... '¿Quieres?', me preguntaron, y... yo me llevé el cigarro a la boca. Para mí fue la forma de ser aceptado entre ellos".

"A fines de los años sesenta, consumir drogas era lo in, lo que estaba de moda. Comencé en las drogas a los doce años. Pero yo era alto, tenía una inscripción de nacimiento falsa que afirmaba que tenía 18 años. Me servían tragos en el bar. Y cogía mucha marihuana y cocaína. La vida nocturna no ayudaba. Los faranduleros querían estar junto a los músicos. ¿Y cómo se acercaban? Pues dándoles droga. Y no quiere decir que todos los músicos se drogaran, había muchos que eran sanos y que lo siguen siendo".

De Fajardo a Tito Puente

Alfredo reconoce a José Fajardo como su maestro, pero con ternura califica al genio de la flauta de dictador musical: "Me hacía tocar lo que estaba escrito en el papel". Y se aburrió. Tenía 19 años cuando se fue con Eddie Palmieri. Llegó al jazz de cuello y corbata y salió de blue jean. Alfredo era el único violín en la orquesta de metales de Palmieri. Gracias a la libertad del jazz se convirtió en el violinista estrella de la salsa. Grabó con Héctor Lavoe, Rubén Blades y con la Fania All Star.

Había días que hacía dos grabaciones en un día. Tito Puente lo llamó para dirigir su Latin Percusión Jazz Ensemble (piano, bajo, timbal, conga y violín), y con el grupo recorrió 40 países y los festivales de jazz del mundo entero. Conformo la Típica 73, tocó con Santana y, consagrado, formó su propia agrupación. Grabó su larga duración Alfredo, que fue nominado para tres premios Grammy. Su fama iba en ascenso. Pero cada día consumía más drogas. Ya era un adicto a tiempo completo. Y como tantos adictos, decidió escapar: "ay, si yo me cambio de casa me voy a rehabilitar". Se fue a Colombia por tres semanas y se quedó 14 años.

"Cuando llegué a Colombia, mi tema Somos los reyes del mundo tenía el número uno en la radio. Me convertí en el músico de élite, le tocaba al presidente. Grabé un éxito tras otro: Made in Colombia, Alfredo de La Fe Vallenato,Bailando en el trópico,Salsa y Charanga, entre otros muchos . Participé como músico y actor en la telenovela Azúcar, la más popular en Colombia. Pero mi adicción me llevaba cuesta abajo. Mi vida era un ascensor que se despeñaba. Podía bajarme en el piso que me diera la gana, pero no me bajé hasta que toqué fondo. Y fue el día que dejé ir al Papa, que me miré en el espejo y vi la muerte. Sin tocar mi cabeza, el Santo Padre había realizado el milagro. Llamé a una amiga, le pedí ayuda. Me dijo, todo el mundo quiere rehabilitarse los viernes. Si de verdad quieres rehabilitarte, te espero el lunes. Y fui a verla el lunes bien temprano", dice Alfredo.

El violinista admite que al principio fue muy difícil. "Me decía: 'por los próximos cinco minutos no me drogaré o emborracharé'. Muy pronto, los minutos se volvían horas y las horas se convertían en días y semanas, hasta que un día fui libre. Hace ya dieciocho años que limpié mi cuerpo y mi alma. Desde entonces lucho contra las drogas. Algunos piensan que con botar el cigarro de marihuana, romper la botella, o dejar de oler coca, ya están salvados. Eso es ser abstemio, pero estar sobrio es muy distinto. Es trabajar el carácter, la personalidad, superar los defectos, tratar de ser mejor".

El nuevo Alfredo

En el año 1992 representó a Colombia en la Exposición de Sevilla, donde le ofrecieron un contrato exclusivo para Italia. Juntó a los mejores músicos salseros de Europa. Y ahí es que comienza a acompañar a Celia Cruz.

"La conocía desde que nací. Cuando formé la orquesta en Italia, Celia quiso que yo la acompañara. Ni siquiera ensayaba. Mandaba las partituras, y me decía 'lo que tú hagas esta bien'. Trabajamos hasta más arriba de Finlandia (casi en el polo), en Suecia, Francia, Italia y hasta en Turquía. Pero ya estaba rehabilitado, debía volver a Estados Unidos".

En 2002, Alfredo regresó a un Nueva York distinto. La salsa no estaba en su apogeo. Había pocos clubes con orquestas salseras en vivo. Otros ritmos sonaban entre la juventud. Pero, el trono de ser el mejor violinista de la música tropical continuaba vacío. Y Alfredo, que tocaba el violín como un instrumento de percusión, volvió a sentarse en él.

Fue invitado al Cuban Jam del Lincoln Center, donde el público, de pie, le rindió una ovación. En Union City, donde vive su anciana madre, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad. Sus paisanos celebraron su rehabilitación: fue el Mariscal de la Parada Cubana de Bergenline Ave. Todos lo vimos en nuestros televisores, con lágrimas en los ojos, en el sentido homenaje a una Celia agonizante. Las notas de su mágico violín cortaron el aire despidiendo a su madrina, la Guarachera de Cuba.

Su lucha contra la droga

Alfredo, en su estudio de Nueva York, desbordado de computadoras, pianos, sintetizadores, consolas de audio, compone la música del filme Calle Caliente, la historia de la salsa en Cali, comedia donde interpretará uno de los personajes (no dice cuál): el cura, el alcalde gay o el coronel loco.

Al mismo tiempo, prepara las maletas. Mañana Roma, pasado Grecia, Miami o Bogotá. En Colombia lo adoran. Acaba de grabar con el legendario Fruco,el álbum La llave de oro, nuevos arreglos de éxitos de las charangas neoyorquinas. Pero el inquieto Alfredo (habla como una ametralladora), de vuelta de todos los aplausos, encuentra tiempo para luchar contra la droga:

"Debo devolverle a la sociedad, lo que le quité. Hice daño a los jóvenes que les gustaba mi música. Pensaban: 'si Alfredo lo hace, porque yo no lo voy a hacer'. Hoy debo advertirles del infierno en que viví y ayudar a los que arden en ese infierno a salir de él".

En Cartagena, colaboró con los planes de ayuda a los adictos de la alcaldesa María Mulata; en Nueva York, trabajó con Daytop, el centro de rehabilitación más antiguo de Estados Unidos, fundado por Monseigneur O'Bryan para elevar la autoestima de los pacientes, hacerlos sentir útiles a la sociedad.

"Me incorporé a Daytop para descubrir el talento musical de los internos. Cuentan con un estudio de grabación. Grabamos un CD. Uno de los temas se llama Profeta de Paz, que pregunta: '¿si Mahoma y Jesucristo se encontraran, de qué hablarían'. Hicimos dos versiones, una en góspel y otra en salsa. Trabajar con los internos es una terapia para ellos y para mí. Cuando les enseño música, cuando grabo con ellos, les estoy transmitiendo mi experiencia musical y mi experiencia como adicto. Y ellos me transmiten a mí, la felicidad del deber cumplido".


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El violinista Alfredo de la Fe.Foto

El violinista Alfredo de la Fe.

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