Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Artes Plásticas

«Lo que hago es en bien de la nación»

Entrevista a Roberto Ramos, dueño de una de las mayores colecciones de arte republicano y colonial, que se exhibe por estos días en el museo de Daytona Beach.

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Este hombre, de algo más de 40 años y complexión bastante atlética, fue soldado de élite en su Cuba natal antes de dedicarse al arte, la colección y el comercio de arte. De origen muy humilde, aprendió de su padre trabajador un natural sentido de la economía y los números, y con sólo ocho años le ayudaba en el asunto de vender y calcular las cuentas.

Se crió en Santos Suárez, junto a sus cinco hermanos, y al terminar el preuniversitario se fue a hacer el servicio militar en las Tropas Especiales del Ministerio del Interior, debido en mucho a sus excepcionales condiciones en el karate, en el que fue un campeón reconocido. De esa etapa militar heredó, sin duda, una extraordinaria disciplina y una capacidad de afrontar obstáculos con apenas el recurso de su inteligencia y una constante voluntad.

Tras varios años como miembro de la selecta tropa acuartelada alrededor del Punto Cero, donde aprendió de muy cerca la máxima orwelliana de la igualdad en la granja, se alejó rápidamente del ámbito castrense y se volcó de pronto en una actividad desconocida: la adquisición y colección de un particular sector de la pintura cubana, la academia republicana y colonial, acervo casi desconocido ante la desproporcionada jerarquía concedida a la llamada Vanguardia Cubana y a las rentables tendencias contemporáneas nacidas del Instituto Superior de Arte (ISA) y el Ministerio de Cultura.

¿Cómo comienza todo? ¿Por qué le da por comprar pintura y cuál fue el primer cuadro?

Cuando teníamos menos de veinte años, a mi hermano Carlos, lector incansable y devoto de la cultura en general, le regalaron un día una pequeña obra de Carlos Sobrino. Yo llegaba a casa cansado y medio atormentado por el acoso policíaco que sentía por tratar de ser un hombre de negocios en aquella sociedad, y recuerdo que al sentarme ante el cuadro, experimentaba una gran sensación de paz. Me di cuenta que lo que me hacía feliz era la espiritualidad. Le dije a mi hermano: vamos a vender este cuadro y nos fuimos a Bellas Artes a investigar quién había sido el autor. Mi hermano aseguraba que era un pintor famoso.

De Bellas Artes salimos a la Biblioteca Nacional y luego consultamos varios especialistas sobre el tema. Descubrimos que Sobrino había sido un artista excluido por sus ideas políticas, las que al cabo lo llevaron al exilio. A partir de ese momento nos apasionamos con el tema y nos enfrascamos en una investigación de artistas olvidados o desplazados que no hemos terminado todavía.

¿Coleccionó mucho en Cuba? ¿Cuándo salió de la Isla?

Comencé a coleccionar, pero cada día se me hacía más difícil. Corría cada vez mayores riesgos en la calle, adquiriendo y transportando obras que se les hacían sospechosas a las autoridades. Decidí salir del país y lo hicimos en una embarcación que llevaba camuflada en la proa lo mejor de mi pequeña colección. Nos quedamos a la deriva en el mar durante tres días y finalmente fuimos rescatados por la Guardia Costera y traídos a Islamorada, en enero de 1992. Al separarnos de nuestro bote, alguien saqueó mi colección de cuadros y tuve entonces que comenzar de cero, prácticamente.

Empezamos también entonces a rescatar libros y revistas, para documentar y entender la pintura que íbamos acumulando. Fui descubriendo a través de esas pinturas una Cuba muy distinta a la que yo había conocido. Al propio tiempo, la idea de enfocarnos en este particular sector del arte cubano podía frustrarse si lo comentábamos mucho en los medios del coleccionismo y el comercio de arte de Miami.

Investigamos mucho, a fondo, y obteniendo recursos con la venta de otras pinturas valiosas, nos concentramos de lleno en estos artistas olvidados, al tiempo que investigábamos incansablemente su historia. Buscamos todo el tiempo un académico que conociera con profundidad estos temas y en el camino concluimos, al final, que estábamos solos. No había especialistas conocedores del tema formados en los últimos cincuenta años.

¿Qué obra o personalidad cree que resalta en su colección?

Como obra, destacaría Idilio, de Antonio Rodríguez Morey, una de las más publicadas en la historia del arte cubano, en libros, catálogos, revistas, etcétera, y la preferida de su autor, que por modestia no quiso nunca integrarla a las colecciones del Museo Nacional, siendo él su director y curador durante cincuenta años. La rumba, de Antonio Sánchez Araújo, por ser un icono monumental que resume muchas características de nuestra identidad y la obra en general de Oscar García Rivera, a quien considero uno de los principales rescates de nuestro trabajo.

Individuos, autores, muchos destacan la precoz Borrero, el exquisito Miguel Ángel Melero, muerto en París a los 22 años, los hermanos Chartrand, Valentín Sanz Carta, el divino Eduardo Morales, Concha Ferrant, Emilio Rivero Merlín, Armando Menocal. Destacaría además la importante obra histórica La defensa de Saco en la Academia de literatura, pintada en 1834 por Camilo Cuyás, uno de los fundadores de la academia nacional.

¿Cómo ve el tratamiento de este tema por parte de las autoridades e instituciones cubanas, ahora y en el futuro?

Lo que hago es en bien de la nación cubana y no está ni a favor ni en contra de ninguna posición política. Espero que en el futuro las dos posiciones políticas, los de aquí y los de allá, agradezcan nuestro trabajo y a eso he dedicado mi vida, libre de patrocinios de ninguna índole y guiado solamente por mi pasión hacia la pintura cubana.

¿Cómo surge la idea de exhibir en el Museo de las Artes y las Ciencias de Daytona Beach?

Producto de mis investigaciones, conocía y admiraba la colección nacida de la donación de Batista a la ciudad de Daytona, en 1957, que dio origen al museo más grande de la Florida. Lo visité muchas veces y me llamó mucho la atención el hecho de que Batista hubiera tenido tal capacidad y sensibilidad como coleccionista, como para convertirse en el único presidente cuya colección personal es realmente museable. Anhelaba ver algún día mi colección en un lugar así. Durante una visita al museo, una de nuestras curadoras propuso establecer un contacto y el entusiasmo de ambas instituciones fue creciendo. Hemos trabajado en conjunto por más de un año. La cultura cubana en general debería agradecer este gesto de tan importante institución.


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