«Lo que más me gusta del capitalismo son las tiendas llenas de cosas»
Entrevista con Wojciech Jaruzelski, el último gobernante comunista de Polonia.
El general Wojciech Jaruzelski duerme cada noche con dos soldados a la puerta de su casa y casi un centenar de muertos en su conciencia. El último líder comunista de Polonia genera enorme controversia por la ley marcial que instauró en 1981 para aplacar las revueltas de la oposición. Fue un comunista duro, pero también una de las manos que desmontó el régimen después.
En 1990 abandonó voluntariamente el poder para permitir la celebración de los primeros comicios libres, que ganó Lech Walesa. Los intentos de que un tribunal le haga pagar por medio centenar de muertes documentadas y decenas de miles de detenidos han caído en saco roto por culpa de su edad. Polonia celebra este año sus 20 años de democracia, pero Jaruzelski no se arrepiente de nada.
La imagen que queda de usted es la de un militar anunciando ante las cámaras la supresión de derechos de forma cautelar. ¿Qué pasaba por su cabeza en esos momentos?
Fueron horas muy difíciles para mí, antes de dictar la ley marcial incluso pensé en suicidarme. Sabía que tenía que tomar una decisión y hasta hoy estoy pagando el precio. Pero no lamento haberlo hecho, porque a la larga Polonia salió ganando. El mundo estaba dividido en dos bloques antagónicos y mi país estaba en una zona estratégica.
Usted siempre se ha escudado en la necesidad de evitar una intervención rusa como la que padeció Checoslovaquia. ¿Puede citar alguna amenaza directa de intervención por parte de la URSS?
La desestabilización de Polonia habría roto el equilibrio entre los dos bloques, como ocurrió en Cuba en 1962 con la instalación de misiles soviéticos. La URSS estaba dispuesta a intervenir y había una coyuntura de rumbo peligroso: la anarquía de los líderes sociales y los disturbios hacían imposible que la gente pudiese vivir y conducían a la catástrofe. La ley marcial evitó esto. Fue el mal menor, pero mal al fin y al cabo.
Usted intentó reformar el comunismo desde dentro. ¿Cree que esa ideología puede aplicarse en un sistema democrático?
En los años 60, y no en Europa del Este, sino en EE UU y Occidente, nació la idea de convergencia de los dos sistemas, tomando lo mejor el uno del otro. Fue imposible, pero los intelectuales se movían en esta dirección. En todo caso depende de lo que entienda por comunismo: si tomamos la definición de Marx, entonces sólo lo encontramos en los kibutz de Israel.
Los otros procesos políticos, el estalinismo entre ellos, no hacían sino partir de esta bella idea como base. Desde luego que si se toma la versión más radical el resultado es impracticable. Pero es posible transformar el comunismo de manera pacífica, como en Polonia. Un ejemplo de esa simbiosis está en países escandinavos como Suecia: sobreviven ideas de Marx, como el preocuparse por las personas, pero manteniendo el libre mercado.
¿Fueron los polacos los menos comunistas de Europa?
Aquí el anticomunismo está alimentado por nuestra propia historia: la partición del país por los zares. Y a partir de ahí, como el comunismo nació en Rusia, la actitud antirrusa devino en anticomunista. Las amenazas soviéticas a nuestra independencia en 1920 fueron otro elemento que nos hizo impermeables al comunismo.
Usted fue criado en una familia católica y pudiente, e incluso fue deportado a Siberia por los soviéticos. ¿Cómo acabó de líder comunista?
R.- Yo fui educado en este sentimiento anticomunista, especialmente fuerte en los años más duros del estalinismo. Existe un dicho polaco: sólo las vacas no cambian de opinión. Nunca dejé de evolucionar y pensar en cómo el comunismo podía acabar con las desigualdades.
Y ahora se define como un socialdemócrata, y hasta le parece bien que su país esté en la OTAN. Es un viaje largo desde el comunismo.
Lo mismo ocurre con la socialdemocracia: yo fui un hombre del sistema anterior, eso que usted llama comunismo, pero que yo creo que es mucho decir. Gradualmente la realidad me ha hecho socialdemócrata.
Después de tratar con líderes soviéticos como Breznev, ¿cuándo se dio cuenta de que Gorbachov era algo distinto a todo lo anterior?
Breznev reflejaba la vieja manera de entender el mundo, era el equivalente a un fósil. Gorbachov empezó una nueva era. Desde el principio él y yo estuvimos de acuerdo en que había que hacer reformas profundas y hallamos resistencia.
¿Cree que Gorbachov fue víctima de sus reformas?
Como líder de la URSS recibió críticas porque supuestamente los polacos íbamos muy rápido en nuestros cambios, y eso que no habíamos llegado a las negociaciones de la famosa Mesa Redonda. También puso en marcha una política muy impopular de reducir el tamaño del Ejército. El final de la Guerra Fría nos ayudó a continuar con las reformas, y aquí el papel de Gorbachov fue inmenso en un momento muy complicado: tuvo que afrontar muchos problemas económicos y mantenerse firme contra la escalada armamentística. Podría haber escogido otro camino, como el de China, y no lo hizo. Creo que su obra es un éxito.
¿En qué momento se dio cuenta de que el modelo que usted había impuesto no iba a durar mucho?
Creo que fue después del referéndum que organizamos en 1987. Se nos consideraba un país totalitario, ¿pero qué régimen totalitario organiza un referéndum? ¡Y los resultados fueron adversos para nosotros! La pregunta era si reformar el comunismo pero a costa de varios años dolorosos, y no nos apoyaron. Entonces entendí que no puedes lograr un apoyo importante si no te respaldan ampliamente bastantes líderes políticos. Y eso sólo es posible en democracia. Esas reformas, muy dolorosas, se hicieron en 1990 y en 1991, con una caída enorme de los salarios y del empleo. Y la gente lo aceptó, porque la democracia actuó como anestesia de esa intervención.
¿Qué es lo que más le gusta del capitalismo?
Las tiendas llenas de cosas.
El presidente Kaczynski ha dicho que hay que depurar a los comunistas. ¿La sociedad polaca está tan dividida como sus políticos?
La sociedad estuvo, está y estará dividida. Los historiadores tampoco se ponen de acuerdo sobre hechos mucho más lejanos en la historia de mi país, ocurridos hace siglos. El alzamiento contra los alemanes provoca distintas opiniones. Con la ley marcial que instauré ocurre algo similar, pero creo que la mayoría de la gente cree que está justificada. Pero al final, la biología hace su trabajo: siempre hay menos viejos que vivieron eso y más jóvenes que no fueron testigos. Y así se está llegando a una versión que no es favorable para mí a través de la propaganda.
¿Y qué pensará de usted la gente dentro de 100 años?
No lo sé. Y no me importa.
* Entrevista publicada en el diario español El Mundo.
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