Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Literatura, Exilio

Manuel Sosa, Atlanta

“Trabajaba como profesor de educación superior y sin embargo vivía en un albergue medieval”

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Manuel Sosa, poeta, nació en Meneses (Las Villas, Cuba), en 1967. Se graduó de Licenciatura en Lengua Inglesa y ejerció como profesor de Fonética y Estilística en el instituto Pedagógico de Sancti Spíritus hasta 1998, año en que salió definitivamente de Cuba. Vivió sucesivamente en Toronto, Charlotte y desde 1999 en Atlanta, Georgia. Su primer libro, Utopías del Reino (1992), fue Premio David de Poesía y Premio de la Crítica 1994. Ha publicado además los poemarios: Saga del tiempo inasible (1995), Canon (2000), Todo eco fue voz (2007) y Una doctrina de la invisibilidad (2008). De 2007 a 2010 coordinó el blog La Finca de Sosa, y el año pasado recogió algunos textos de ese blog en el volumen Contra gentiles. En la actualidad es integrante del proyecto musical “Alejandro & The Third” junto al guitarrista y cantante Alejandro Valdivia y el percusionista Joel Brene, ambos cubanos.

¿Por qué decidió vivir fuera de su país?

Manuel Sosa (MS): Llegó un momento en que todas las puertas se cerraron. Mi sentido práctico no me alcanzaba para sobrevivir bajo aquellas circunstancias. Comía poco y mal, hablaba demasiado, y nada garantizaba un futuro con un mínimo de dignidad. Trabajaba como profesor de educación superior y sin embargo vivía en un albergue medieval. No podía obtener empleos mejor remunerados porque me consideraban una persona poco confiable y apática. Tenían razón, de cierta manera: evitaba las reuniones de sindicato, donde se disputaban bicicletas de fabricación nacional; huía de los operativos militares, que consistían en correr hacia algún refugio improvisado y conjurar ejércitos que nunca vinieron; me ausentaba de las concentraciones donde se aplaudía al orador de turno; y así por el estilo. Mi posible tesis de doctorado fue vetada con objeciones agrícolas (de nuevo la apatía al trabajo voluntario y la resistencia a limpiar campos de caña); mis clases eran mal evaluadas por decanos que no veían el contenido político-ideológico por ninguna parte (sobre todo en la asignatura de Fonética Inglesa, amén de que ellos no hablaban esa porfiada lengua); mi vida privada se convirtió en la obsesión de dos o tres agentes policiacos que nunca pudieron agarrarme en nada ilícito o peligroso. No veía la manera de saltarme todo aquello. Y así, en el momento en que ya había perdido toda esperanza, pude salir.

¿De qué manera salió de Cuba?

MS: Solicité una beca al Banff Centre, en Canadá, que me concedieron al cabo de dos años de gestiones. Viajé a Toronto y entré en Estados Unidos seis meses después. Se dice fácil, pero no lo fue. Luego de solicitar visas a varios países centroamericanos (para tomar algún vuelo que hiciera escala en Miami) y de que me fuera negada repetidamente por el simple hecho de ser cubano, decidí cruzar uno de los puentes sobre el Niágara: Torrente prodigioso, calma, calla / tu trueno aterrador; disipa un tanto / las tinieblas que en torno te circundan…

¿Le ha resultado muy difícil adaptarse al sitio en donde reside hoy?

MS: Me resultó relativamente fácil, pues por suerte hablaba el inglés desde niño. Si alguna vez escribo mis memorias, llevarán ese título: “Recuerdos de un adiestramiento anglosajón”. La lengua extranjera como resistencia y evasión. ¿Cuántos cubanos no han buscado ese consuelo? Pero es muy gracioso comprobar que todo lo aprendido se va por la borda cuando se conversa por primera vez con un sureño, o con una negra de Atlanta. Son dejos y acentos casi irreconocibles para quienes crecen con la norma británica, como era usual en aquella época. Uno termina por acostumbrarse, por suerte. Poco a poco nos vamos integrando a esta realidad: no elevamos tanto la voz, mentimos menos, reconocemos nuestros errores, aceptamos las opiniones contrarias… La parte más ardua es aprender a insertarse en el mundo real, con todos sus retos e imposiciones. Y por último, aprender a reconciliarnos con el ser cubano.

¿Cuál ha sido su trayectoria artística en su actual lugar de residencia?, ¿qué logros ha obtenido?

MS: Dos términos que evito: trayectoria y logros. He podido publicar, sin apuro ni pretensiones, libros y textos que ya no podía retener. Aproveché aquel período de apoteosis virtual de revistas y blogs, que creo ahora en franco declive, para mantener una bitácora e imaginarme en un ágora cultural y política donde podía alimentarme de afines y contrarios a la vez. Ahora trato de llenar mis lagunas como lector, buscando libros y autores que las sucursales apartaron en su momento, tomando notas y acopiando extrañeza. Creo que si hablara de “logros” desde la distancia, tendría que agradecer el haberme zafado (en parte al menos) de la retórica insular que sigue atrapando aquella literatura. Son muchas las ventajas de escribir entre extraños; no existen obligaciones ni deudas, no hay nada perentorio en el horizonte ni argumentos para deberse a grupos o generaciones. Pero en sentido general, el haber vivido sin país me ha obligado a buscarle sentido a tanta idealizada pertenencia. No nos debemos a un territorio, sino a un tiempo. No hemos perdido espacio, sino el conocimiento de ese espacio. Fuera de Cuba aprendí lo que era Cuba, a reconocer sus lados secretos. Ya ves, el entusiasmo anglosajón se va disipando en el sepia de un país irrecuperable. Pero ahora mismo, si renunciara a todo lo que he adquirido, no tardaría en idealizarlo, pues nuestro sino es aspirar a la otredad. Vamos de “las palmas deliciosas” de Heredia al Casal que buscaba “…más que el olor de un bosque de caoba, / el ambiente enfermizo de una alcoba”.

¿Qué opina de la sociedad de la que ahora forma parte?

MS: Siempre me han cautivado la generosidad y la sinceridad del estadounidense común. También su capacidad para someterlo todo a duda. Son cosas que acostumbramos a pasar por alto. Este país, tenga problemas o no, se deja reconocer y enjuiciar sin trabas, y solo recoge ganancias con ello. Vivir entre tanta diversidad de opinión es un gran regalo. No lo aprovechamos al máximo porque seguimos atados a símbolos y demarcaciones. El cubano del futuro tendrá que alejarse del discurso provinciano, del mármol heroico y la profusión sentimental. Tendrá que buscar la risa en otras cosas que no sean tropezones o chillidos. Ya tenemos algo adelantado: nunca hemos sido ingenuos, y hoy mucho menos.

¿Alguna otra observación para los lectores de Cubaencuentro?

MS: Ojalá que nunca nos falten las diferencias. Muchas gracias por esta oportunidad.


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