Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Quinquenio Gris

«Podemos levantar la otra parte del edificio»

El poeta y crítico teatral Norge Espinosa habla sobre los debates posteriores a 'la guerra de los emails'.

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Obra/géneros. Crítica/aplausos. Públicos/instituciones…

 

Después de virar de un viaje al extranjero y toparme con los mismos problemas que había dejado en Cuba, tuve una especie de bloqueo. Pero yo sigo volviendo a Cuba porque creo que todavía tengo cosas que hacer aquí. Todavía tengo un sentido de contacto y riesgo con determinadas experiencias que, aunque todo sea muy difícil, me estimulan y me proponen nuevas maneras de entenderme como artista.

 

Por suerte he tenido la posibilidad de encontrar en el mundo del teatro un respaldo que en lo literario no he encontrado en tanto contemporaneidad. Dialogo muy bien con la gente de teatro y, cuando hablo con los escritores (metidos en sus pequeñas pugnas), puedo mirar sus problemas desde otra perspectiva.

 

Ezra Pound aconsejaba a los escritores que aprendieran una lengua más allá de la que dominaban por naturaleza. El teatro es mi segunda lengua, desde allí puedo hablar de la poesía y la cultura cubanas sin estar encerrado sólo en la literatura y la crítica. Esta lengua diferida me ha permitido, en momentos de crisis muy grandes, reponerme para seguir entendiendo otras cosas. A partir de ahí puedo conectarme y no sentirme tan solo.

 

¿Cuál ha sido el feedback del ciclo de conferencias Criterios, tanto dentro como fuera de Cuba?

 

Sospecho que para mucha gente afuera es tan importante como receloso que en Cuba se hable sobre problemas de este tipo. Para muchos, los límites todavía siguen bloqueados en el año en que tuvieron que abandonar Cuba. A la generación nuestra (y no es una posición mesiánica, sino una especie de deber-ser) le corresponde explicarse nuevamente el país, intentar imaginarlo bajo nuestras propias convicciones (que no tienen por qué estar completamente desligadas a lo que se fundó en un momento determinado, pero por supuesto tendrán que avanzar en una nueva dirección).

 

Deberíamos volver a cuestionarnos, como ha ocurrido durante este ciclo de conferencias, cosas que parecían muy sólidas y fijas. El exilio también podría hacer eso: cuestionarse desde los parámetros con que ellos han leído a Cuba, en qué disposición está nuestro país de replantearse las coordenadas de su definición y su órbita en tanto nación. Ya sabemos que no es lo mismo país que nación.

 

Puede ser que la nación en términos políticos no quiera discutir determinados temas, pero el país acumula una serie de paisajes donde el montículo que vimos ayer ya hoy no es el mismo, pues falta vegetación o son otras las personas que lo habitan. Cuba, pésele a quien le pese, adentro y afuera, ha cambiado su rostro en los últimos años de una manera muy veloz, al punto que a veces no sabemos en cuál vivimos exactamente. Me gustaría que nuestra generación pudiera encontrarse en función de un rostro particularizado.

 

Lo mismo podría decir de los que llegan a Cuba por terceros países, como estudiantes o académicos, a preguntarse qué está ocurriendo en el país. Desde el año 2002 se rompió el nexo con el mundo académico norteamericano, por ejemplo, y es mucho más difícil tener referencias directas para quienes desde allá estudian la cultura cubana. Hubiera sido ideal que a encuentros como el de hoy pudieran venir esos estudiosos (algunos muy respetables) y participar de hechos que afloran por primera vez y que aún no están escritos ni aquí ni allá.

 

Como no tengo acceso a muchas de las páginas web donde están los análisis más recientes al respecto, así como la bibliografía, no sé la medida exacta en que esta suerte de reacción o revancha contra los años setenta ha provocado ya otro tipo de pensamiento y otros estímulos para reinventarse el mundo que pudo haber sido aquella década. No poder acceder a determinados sitios digitales me impide saber si otros pensadores e intelectuales han comenzado a digerir las conferencias del ciclo Criterios para replantearse ellos mismos cómo leer a Cuba desde afuera.

 

La próxima generación, ¿corte o continuidad?

 

Es una generación latente y aún no descubierta (no la critico ni la culpo de nada, sólo la describo en tanto fenómeno), que tiene una relación muy distante con lo que pudo haber sido alguna vez una imagen del país. Probablemente quieran encontrar otra imagen, pero no han podido articularla, porque los discursos siguen en las mismas manos. De manera que ellos no han podido acceder a los medios en los cuales organizarse como toda generación que quiera verse refrendando (o no) ese país que han heredado y que alguna vez estará en sus manos.

 

Es una generación que tiene un desapego, para decirlo de manera rápida, o que viene contaminada de eso que Jorge Fornet ve como fórmulas de desencanto en la literatura cubana. Es una especie de rechazo casi automático a lo que los ochenta propusieron como imagen del país, como prisma. Siempre lo digo: si entonces la poesía de Lezama Lima fue para nosotros una especie de brújula, por su voluntad salvadora desde la palabra, la poesía de Piñera es hoy la que marca el no-va-más de cómo reflejar una determinada circunstancia de vida en Cuba: una poesía y una literatura áridas, donde ser escéptico es un valor mucho más importante que ser esperanzado y romántico, e incluso negando a Piñera, esta generación más reciente está muy en sintonía con él.

 

Así como Virgilio Piñera siempre tuvo detrás un trasfondo romántico, puede ser que tras su escepticismo la actual juventud encuentre un modo particular de volver al romance que alguna vez esta isla pudo haber sido. Entre ellos hay gente de talento y para mí es muy interesante ver cómo accionan o no, cómo leen o no. Trato de no perder la perspectiva y preguntarme en qué medida sus rechazos tienen que ver con los míos cuando yo tenía esa edad. Verme como un "viejo" me aterra (me miraré en el espejo y será fatal).

 

Por ahora quiero entenderme como alguien que está como un francotirador esperando los disparos de esta nueva gente para saber responderles. Piñera nunca se quiso entender como un escritor acabado, yo tampoco. Por suerte, sostengo con estos muchachos (por lo menos con los de la zona teatral) una relación que, no te lo voy a negar, tiene costados incómodos, pero en la cual vernos frente a frente nos sigue estimulando.

 

Todo esto me recuerda El color del verano, la novela de Reinaldo Arenas, donde por mucho que la gente intenta desbaratar la Isla, Cuba se multiplica en infinitas Cuba, a veces pobladas y a veces desiertas. Pero no imaginar un destino para el país sería lo más desesperanzado que pudiera tener cualquier ciudadano del mundo, y no nos quisiera ver en esa circunstancia. Quiero creer que el destino de la nación se reorganizará de alguna manera, tal vez no contando conmigo o incluso excluyéndome: que yo esté de acuerdo o no con ese destino ya es otra historia. Pero sin eso, no estaríamos hablando ni de Cuba ni de nada en este momento. Y creo que siempre habrá algo de qué hablar, incluso en el simulacro invernal de esta noche de enero que nos acompaña.


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