Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Literatura

Tras Capablanca

Antonio Álvarez Gil, autor de la novela 'Perdido en Buenos Aires', ganadora de la más reciente edición del Premio 'Vargas Llosa', conversa con CUBAENCUENTRO.com.

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Como se ha informado en diferentes medios de comunicación, el libro Perdido en Buenos Aires, ganador del más reciente Premio Vargas Llosa de novela, trata sobre la derrota del campeón mundial de ajedrez cubano José Raúl Capablanca ante el ruso Alexander Alekhine, en Buenos Aires. El autor, Antonio Álvarez Gil, me habló del libro hace ya tiempo, una soleada mañana en una terraza del río Manzanares, en Madrid. No sé si fue por deferencia o porque tenemos una amistad que nació en los talleres literarios de los 80 en Cuba, en nuestra provincia; o porque somos oriundos de esos dos pueblos unidos por una Melena, la de él, del Sur; la mía, la de Güira. El caso es que, prácticamente en silencio, Álvarez Gil me fue pasando capítulo a capítulo ese Perdido en Buenos Aires, convirtiéndome en una especie de jurado muy anterior al fallo del premio.

¿Por qué 'Perdido en Buenos Aires'?

La historia de la derrota de Capablanca ante Alekhine es bastante conocida. Incluso las personas ajenas al ajedrez saben que el cubano perdió el título en un match con el jugador franco-ruso, y que éste nunca osó concederle la revancha.

Cuando decidí escribir sobre este episodio de la vida de Capablanca, lo primero que me pregunté fue por qué éste perdió la primera partida, y por qué fue siempre a remolque, hasta la derrota final, ante un jugador que no le había ganado nunca antes ni tan siquiera un solo juego.

En mi opinión, la primera causa de la derrota de Capablanca fue su excesiva seguridad en sí mismo. La segunda, el deslumbramiento del cubano ante la vida que encontró en la ciudad porteña. En Buenos Aires se vivía por entonces una vida muy intensa, sobre todo de noche. Eran los primeros tiempos del tango y de los grandes cantantes y músicos del género. En mi novela, nuestro compatriota confía demasiado en su superioridad y cede ante la tentación de sumarse a la bohemia. Se pierde él mismo en Buenos Aires y pierde la corona del ajedrez mundial.

A pesar de estar relacionada con el Torneo, puede decirse que la novela usa el enfrentamiento con Alekhine para narrar relaciones humanas, amorosas, enemistades, pasiones furtivas.

Como en cualquier obra de ficción, los personajes deben estar diseñados en función de la trama. En esta novela hay tres tipos de ellos: los reales, como Capablanca, Carlos Gardel o el Príncipe Cubano; los que están basados en personas que existieron en Buenos Aires por entonces pero que aparecen en la trama con nombres ficticios y, finalmente, los que son del todo imaginarios. Yo traté de conjugar su participación en los hechos según éstos discurrían. Creo que de su mezcla surgió un grupo humano orgánico, un equipo de actores que me permitió conjugar las escenas pertenecientes a la historia real con las historias fabuladas, que son las que en definitiva le dan el carácter de novela a este texto.

El torneo ocupa espacios fascinantes, la lucha intelectual con tablero por medio se convierte en una batalla donde los contrincantes pelean por cada espacio. A su vez, también está el ambiente, la atmósfera que se vivió, la incertidumbre de los espectadores.

En esta novela hay dos planos de actividad humana que se manifiestan ya ligados, ya de manera totalmente diferenciada. Para mí, el mayor reto consistió en escribir un texto que, sin dejar de ser fiel a los hechos "ajedrecísticos" reales que acaecieron en Buenos Aires, dejara ver las incidencias de la vida no profesional de Capablanca durante el tiempo que duró en encuentro con Alekhine.

Tenía que reflejar, además, la tensión que planeaba siempre en el espacio entre los dos grandes maestros. El plano del ajedrez en sí fue, por supuesto, el más difícil de recrear. Para ello estudié todo lo ocurrido allí (y en otros torneos y encuentros anteriores de Capablanca) y la manera en que éste afrontaba el juego. Leí, casi siempre en inglés, los libros de ajedrez escritos por el maestro cubano y las crónicas, partido por partido, con las que él cubrió el evento para un diario local.

Pero como yo no soy ajedrecista, tuve que leerme también las opiniones de las decenas de expertos que opinaron —y opinan— sobre el desempeño de los contendientes en el match de Buenos Aires. Esa era la fase inicial, pero no la más difícil. Después de entender y ver lo que ocurrió en las partidas, seleccioné las que consideré decisivas y las traduje a un lenguaje más humano. Tenía que lograr que, quien leyera mi texto, viera que ocurría sobre el tablero con los ojos de Capablanca, que comprendiera lo que estaba sucediendo y sintiera las emociones que sentía el campeón. Y todo ello sin recurrir al idioma o los códigos usuales de los expertos en ajedrez. Fue el trabajo del indio, como se dice; pero, según los que han leído la novela, parece logrado.

Recreas además Buenos Aires, ese Buenos Aires de tango y de milongas, de la calle Corrientes.

Ése fue el segundo gran reto al que tuve que enfrentarme. Tenía que reconstruir el escenario de los hechos, es decir, la Buenos Aires de 1927, con sus cafés de tango, sus teatros de variedades, sus revistas musicales y, sobre todo, con el aluvión de músicos, compositores e intérpretes que poblaba por entonces la vida nocturna rioplatense. Y era una vida fascinante. Para entenderla mejor, buceé en la historia del tango, cuyo nacimiento en los arrabales de la ciudad era aún muy reciente. Durante varios meses oí tango y sólo tango, mañana, tarde y noche. Estudié la vida de los principales cantantes (hombres y mujeres) de los intérpretes de bandoneón, de los pianistas; les seguí la pista por las ciudades del Plata y por Europa; conocí a sus amigos, amantes y miserias humanas. Averigüé los programas de los principales teatros y los artistas que actuaban. Estudié los restaurantes, los cafés y confiterías que se ubicaban en las calles del centro, como Corrientes, por ejemplo. Conocí los cabarets y a los cantantes, las canciones que estrenaron por aquellos días. En fin, todo lo que se relacionaba con el mundo de la bohemia rioplatense.

Por otra parte, me leí la historia de la ciudad, del país y de los personajes principales de entonces. Pero estudié sobre todo el mundo de las relaciones humanas que rodeó a Capablanca durante su estancia en la ciudad. Y en medio de aquella intensa vida social, coloqué al protagonista de la novela, un cubano de una simpatía enorme, una especie de playboy de su época, un hombre de un magnetismo que electrizaba a la concurrencia en los sitios en que aparecía. La verdad, no me fue difícil concebir esta faceta de la actividad humana del Capablanca, ni verlo inmerso en toda aquella barahúnda porteña. Por otra parte, las gentes del lugar lo recibieron con expectación y durante su estancia en la ciudad lo rodearon con constantes muestras de cariño y simpatía.

Por último nos queda Capablanca, y ese narrador omnisciente que comparte todo con el personaje. ¿Crees que Capablanca hubiera estrechado la mano de ese narrador?

Cuando escogí el punto de vista del narrador de los hechos, tuve en cuenta mi intención de trasmitir las sensaciones, alegrías y sufrimientos del personaje central de la novela, es decir, de José Raúl Capablanca, que era quien, en definitiva, viviría la parte más dramática de la historia. Por eso quise ver y narrar los acontecimientos a través de la perspectiva del campeón que, tras un cierto número de peripecias vitales y aventuras bonaerenses, perdería el título de la máxima autoridad del ajedrez universal.

Esto me permitió acercar al eventual lector de la novela hacia lo que en realidad me interesaba, el sufrimiento y la frustración de quien pierde algo que le era muy preciado. Yo quería, ante todo, que la imagen que quedara de Capablanca fuera la de un hombre muy humano, sensible ante su propia tragedia; pero también elegante en la derrota, un hombre cuya leyenda, en lugar de extinguirse, crecería aún más en Buenos Aires, hasta convertirse, con los años, en una especie de mito no sólo entre los amantes del ajedrez, sino incluso entre miles de personas en el mundo que asocian su nombre con algo misterioso y romántico, con un hombre como los que ya no existen en nuestra civilización occidental.

No sé hasta qué punto Capablanca habría aprobado la versión de su persona que emerge de esta novela. Es difícil imaginarlo. Pero lo que sí puedo asegurar es que este texto fue escrito desde un respeto y admiración enormes por la estatura humana de uno de los más grandes cubanos de todos los tiempos.

'Perdido en Buenos Aires', de Antonio Álvarez Gil (fragmento)

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