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Arte, Pintura, Pintura cubana

Un tríptico de Arturo Rodríguez

“Aparte de dividir mi obra en espacios, también me gusta complicar el espacio en diferentes formatos”, expresa el pintor cubano radicado en Estados Unidos

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Desde que su obra apareció en el milieu miamense entre finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, Arturo Rodríguez (Ranchuelo, 1956) ha sido uno de los pintores más audaces dentro del exilio cubano. También es uno de nuestros pocos artistas visuales cubanoamericanos (junto con Cruz Azaceta, María Brito, Teresita Fernández, Demi, Juana Valdés, Geandy Pavon, Dayron González y unos pocos más, por mencionar los mejores) que se sale del ghetto y puede competir internacionalmente. Su compromiso con la pintura al óleo implica no solo un dialogo crítico con una tradición abrumadora; también la deliberada decisión de trabajar la figuración y la narrativa sin elementos ilustrativos o anecdóticos. Los blues y el jazz, la poesía y el cine, son tan importantes en su formación como las telas de Giorgione y Goya, Velázquez y Turner. En los 80, debido al surgimiento del neo-expresionismo, su obra recibió la atención de importantes revistas de arte y exposiciones. Desde entonces, creo que su obra ha sido injustamente ignorada o bloqueada, por ciertas pandillas del mundillo del arte. Su trayectoria me recuerda aquellas líneas de Machado en su Juan de Mairena: “Los novedosos apedrean a los originales”. Nada de esto le ha importado al artista; él se levanta todos los días y pinta, dibuja, hace collages. Piensa, siente y respira su arte cotidianamente. En años recientes ha estado obsesivamente explorando la vida nocturna de su casa —él, su mujer y los objetos, los ángeles y fantasmas caseros— en la serie de dibujos y lienzos La escuela de la noche/The School of Night. La editorial Island Project (magnífico proyecto del documentalista y mecenas Jorge Moya) publicó un bello tomo con los dibujos y textos de poetas en 2014. El pintor terminó recientemente un poderoso tríptico, el cual nos sirvió de excusa para esta breve entrevista.

¿Cuándo comenzaste a trabajar en el formato de tríptico y por qué?

A través de mi obra siempre me ha gustado concebir la obra en secciones. Por ejemplo, tengo un cuadro dedicado a Diane Arbus de 1980 que está dividido en 3 pedazos, pero verticales. También hay un homenaje a Celine de 1979, que está dividido en varios pedazos. Porque aparte de dividir mi obra en espacios, también me gusta complicar el espacio en diferentes formatos. Por supuesto esto es la influencia de Matthias Grünewald (el altar de Isenheim) y de la pintura primitiva italiana. Es decir, todo lo que sea o utilice la estructura de altar pictórico, hasta Max Beckman y Francis Bacon.

Toda tu serie La escuela de la noche me evoca un mundo fílmico. ¿Cuán importante ha sido el cine en toda tu obra?

Para mí el cine es esencial en mi obra. Como vengo de un pueblo pequeño de la provincia de Las Villas, donde no había abundancia de museos, yo llegue a ver un cuadro en vivo solamente cuando llegue a Madrid, donde fui directamente al Museo del Prado y le pregunté a uno de los guardias donde podía encontrar a Goya. Ya lo he dicho antes; fue como un joven virgen en una casa de putas, donde se pierde la virginidad visual. Entonces en Ranchuelo solamente había un cine, y una de las pocas cosas que le agradezco al régimen castrista es que quitó las películas de Juan Charrasquiado, los cuplé de Sarita Montiel y toda la morralla adyacente y empezaron a poner películas de Kurosawa (mi director favorito), Fellini, etc., etc.

Eso quizá me haya influenciado en contar una historia de lo que me rodea, de los sueños y de lo que no entiendo, pero siempre desde un punto de vista pictórico. También podemos agregar a esto la música, la poesía y la literatura hasta cierto punto. Pues creo que es un poco dañino para el artista plástico tratar de pintar una historia. También la filosofía la considero extremadamente nociva para el artista plástico. La filosofía me interesa enormemente, pero nunca la incluyo en mi arte, pues acabaría siendo un conceptualista de mierda, y ya hay bastante de ellos.

Sé que eres un pintor intuitivo pero enraizado en el rigor y la tradición. Este extraordinario tríptico es personal y universal, poético y anti-ilustrativo. ¿Estás consciente de que logras esto?

Yo nunca me preocupo de nada cuando empiezo un cuadro. Siempre hay una idea muy vaga, pero recientemente con los años y la madurez uno empieza a verse a sí mismo. Pero también nunca me gusta hacer afirmaciones y en realidad una de las cosas que a mí me ha hecho sentir con energías, de cierta manera han sido las dudas y la autocritica. O sea, que a veces, y creo que en mucho sentido son los mejores días, es cuando te paras frente a tu obra y no sabes qué hacer con ella. Y para mí el reto es: recurrir a la formula (lo que tú has hecho por muchos años) o a nuevos errores. Yo siempre escojo lo último, pues no me interesa mantener una imagen que siempre sea identificable.

Este tríptico se titula Nocturnal State/ Estado nocturno. ¿A qué horas y por cuánto tiempo trabajaste en este poderoso cuadro?

Esta obra me llevo un año y medio pintarla. Por supuesto seguía pintando otras cosas, pues yo creo que los cuadros hay que apartarlos por un tiempo, pues la complejidad es muy jodida. Y siempre tenemos la duda, como dijo Valery, sobre cómo acabar o abandonar una obra de arte.

¿Por qué pintas en óleo, que es al fin y al cabo un medio “cargado” de la tradición occidental, y un medio con el que hay que amarrarse los pantalones?

Siempre ha sido mi medio favorito, pues todos los pintores que admiro, desde Tiziano a Auerbach lo usaron. Especialmente me gusta porque es un medio que actualmente no está a la moda, y hay una razón para eso: el trabajo de aprender la artesanía o la alquimia de mezclar colores, experimentar con medios, tratar que la obra perdure, pues es muy peligroso como uno pinta, pues la obra puede caerse en pedazos. Hay que tener paciencia y estar consciente de cómo vas a lograr los efectos pictóricos, sin tener la culpa que eventualmente, la obra se pierda físicamente. Una de las cosas de las que siempre estoy consciente es el barnizar la obra que ya está terminada.

¿Has concluido la serie de obras (dibujos y oleos) de La escuela de la noche con este tríptico? ¿Tiene alguna conexión o es una obra independiente?

No. Este tríptico se llama Nocturnal State y siempre he creído que la obra se acaba a sí misma y no tengo nada que ver con esto. De cierta manera los cuadros empiezan a sugerirte otras cosas, pero no es algo que tú conscientemente decides. Siempre respeto mucho la parte inconsciente de mi mente, quizás mucho más que la parte consciente a la hora de trabajar.

La casa del pintor

La tela Nocturnal State (Estado nocturno) representa la casa del pintor y su mujer Demi. Visualmente el lienzo se abre como si fuera un acordeón, que revela en secciones lo fantástico dentro de lo cotidiano, y lo ordinario de lo trascendente. Una rica paleta, fundada en grises y verdes azulados, permite que los toques de rojo, naranja y rosa pálido creen una sinfonía espacial, donde nuestra visión se pasea por las zonas pictóricas: del patio a la bañera, de esta al mar, por donde el artista flota dentro de una canoa y examina un largo dibujo, cuyo papel se pierde en las aguas. El dibujo es orgánico y económico: dice mucho con muy pocos elementos. Arturo y Demi se aparecen y desaparecen dentro de este enorme cuadro (44x221 pulgadas): sentados, durmiendo, leyendo, soñando, cambiando de proporción. A veces nos miran y otras nos ignoran. Y las máscaras y muñecos de madera los acompañan; un diablito, un caballo, un águila, un niño negro vestido de blanco, etc. Una gigantesca mano y su sombra entran al cuadro en tres ocasiones, parece como si fuera a apoyar una figura o eliminar un objeto. Nocturnal State evoca en sensibilidad un mundo complejo y multifacético, que tiene más en común con el cine de un Fellini o Pasolini que con la última película salida de Hollywood. Nocturnal State, como todo gran arte, nos plantea las preguntas esenciales: ¿de dónde venimos? ¿Quiénes somos y a dónde vamos? Aquí no hay espacio para la frivolidad. Arturo Rodríguez apuesta por gran pintura con tema de substancia. Estoy seguro que gana.


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