Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Filosofía

«No ignoremos el punto de vista del otro»

El profesor Jorge J. E. Gracia habla sobre la filosofía 'popular', el pensamiento latinoamericano y la comprensión del llamado 'problema cubano'.

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Salí solo, en el último ferry para West Palm Beach. Estuve en Miami un par de días y después me fui a Jacksonville, a vivir con los Inclán, porque era amigo y compañero de colegio del hijo, Alberto. Volví a Miami por un par de meses para aprender un poco de inglés y de allí al college en Wheaton. Los detalles de la historia son largos, pero esta es la versión escueta.

Da la impresión de que el joven Jorge J. E. Gracia iba a optar por el estudio de las artes. Su entrada en la carrera de Arquitectura y su matrícula en la Academia de San Alejandro así lo demuestran. ¿Qué le hizo entonces dedicar su vida a la filosofía académica?

En realidad, las artes no eran el punto clave. Tuve muchas dificultades decidiendo lo que quería hacer, porque me gustaban muchas cosas. Por venir de una familia en la cual la Medicina había sido la carrera preferida por varias generaciones, estaba programado que estudiara medicina. Y no fue hasta el año final del bachillerato que decidí en contra de ella.

Una visita breve a la sala de disección de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana me convenció que eso no era para mí. Y no tuvo que ver con la parte mórbida del asunto, sino con la presencia de la muerte y de lo que somos. Esos cuerpos desmembrados, pedazos de piernas y cabezas, torsos sin brazos, abdómenes abiertos… En fin, pensé que no podría sobrevivir mirando todos los días la miseria humana, las enfermedades, los cuerpos contrahechos, la tristeza de un fin cierto y sin vida.

Además, estaba el papel que juega la química en la Medicina. De nuevo, en mi familia, si no médicos, eran químicos o farmacéuticos. Pero Química fue la única asignatura que me dio trabajo en el bachillerato. Me gradué con sobresaliente en todas las materias, aun habiendo tomado Ciencias y Letras en el último, pero Química fue la única asignatura, junto a Francés, en la que no saqué sobresaliente. En efecto, me suspendieron inicialmente, cosa que para mí, con el récord que tenía, fue traumático.

Salí del paso con un notable, como en Francés, una mancha imborrable, pensaba en aquella época. Culpé a mi maestro en St. Thomas, un profesor de la Universidad al que tratábamos muy mal, con el apodo de Papo, un pobre infeliz que necesitaba el salario para compensar el de la Universidad y por lo que nos aguantaba todo tipo de malcriadeces. Lo del francés también fue traumático, considerando que tenía ascendencia francesa. Fue una suerte que mi padre no estuviera vivo, así no lo avergoncé.

Las otras ciencias, aparte de la química, me gustaban mucho, y especialmente las matemáticas (siempre consideré el álgebra un juego perfecto), la física y la psicología. Por un tiempo pensé en física, pero eventualmente me decidí por la psicología. Esa era una carrera que no se ofrecía en la Universidad de La Habana, así que me fui a la de Villanueva para matricularme. Pero una condición de la matrícula era tomar una serie de tests sicológicos. Y no los pasé. Me dijeron que tenía que ir a un psicólogo para resolver mis problemas.

Bueno, te imaginarás que siempre he tenido una facilidad para escribir e inventar. Así que cuando me dieron aquellas manchas de Rocha, escribí páginas y páginas de cosas que no tenían nada que ver con las manchas. El que leyó aquello pensó que estaba loco. Así era el dogmatismo y la estupidez que vivíamos en aquella época en psicología en Cuba. Si a Freud le hubieran dado esos tests con esos criterios…

Al mismo tiempo que todo esto estaba pasando, había comenzado a pintar. Mi madre tenía mucho talento artístico y musical (en música no tengo talento, aunque es algo que me priva desde que empecé a salir del cascarón). Y ese interés en arte fue lo que me llevó a matricularme en San Alejandro. Y poco a poco llegué a la conclusión de que la arquitectura combinaba justo el aspecto artístico, que tanto me gustaba, con el científico.

Hubiera sido feliz como arquitecto, y todavía tengo libros de arquitectura y leo sobre arquitectura. Justo carené en Buffalo, donde hay media docena de casas magníficas de Frank Lloyd Wright, uno de mis héroes, y quizás el primer rascacielos de Sullivan, una obra de arte. Entre los otros están Mies Van der Rohe, Niemeyer (Brasilia) y Le Corbusier. Y desde el primer momento que entré en arquitectura me fue superbien.


El filósofo y profesor Jorge J. E. Gracia.Foto

El filósofo y profesor Jorge J. E. Gracia.