Costos y beneficios
Obama podría demostrar a la opinión pública que el guante de seda es más efectivo que el de boxear.
Tras muchas expectativas e interrogantes, el carismático Obama ha dado el primer paso en el desmantelamiento de ese artefacto legal y político que en la Isla llaman "bloqueo" y en el resto del mundo denominan embargo.
El nuevo presidente ha eliminado algunas restricciones dictadas por el rayano George W. Bush, colocando el asunto tal y como lo dejó Clinton hace una década. Y es posible que avance en otros temas, de manera unilateral, como el de los viajes de los norteamericanos a Cuba, un tema propio de las libertades individuales en ese país.
Con estos pasos, Obama ha pagado tributo político a los liberales que lo acompañan, a los gobernantes latinoamericanos y a los propios cubanoamericanos, que apoyan el embargo pero desaprueban las restricciones agregadas por Bush. Pura ganancia sin costos; pero, al menos por el momento, no puede seguir avanzando unilateralmente y ha pedido a La Habana algunos gestos compensatorios.
Obama, más allá de su vocación íntima, tiene que atenerse a un cálculo de costos y beneficios que siempre acompaña a la política, y en particular a la política en Estados Unidos. Al final, él no dirige una congregación de frailes mercedarios, sino un imperio.
El sabor del mes
Existen dos maneras de redituar una acción de esa naturaleza. La primera es económica. Es decir, que la apertura de Cuba al mercado norteamericano pueda generar a corto plazo oportunidades consistentes de negocios, lo cual no parece que sea el caso, si tenemos en cuenta la postración de la economía insular.
No hay dudas de que el levantamiento de la prohibición que pesa sobre los norteamericanos para viajar a Cuba producirá una afluencia considerable de turistas, pero sólo mientras Cuba sea el sabor del mes. Cuba es interesante como novedad, pero muy incomoda. Y no parece que sus hermosos edificios derruidos, sus estrechas vías con baches, sus caros e ineficientes autos de renta y sus ásperos perros calientes puedan atraer sostenidamente a los turistas americanos.
Tampoco su mercado es particularmente atractivo para los productores norteamericanos, exceptuando franjas muy específicas que han logrado vender sumas anuales muy por debajo del comercio de un día con Canadá. La única opción real sería la aparición de petróleo en el Golfo de México, pero, hasta el momento, es sólo una posibilidad.
Por tanto, el rédito más probable que Obama puede esperar del proceso de desangramiento del "bloqueo" sería político; es decir, demostrar a la opinión pública americana que con un guante de seda se pueden conseguir progresos en materias de derechos humanos, libertades y democracia, que antes no se conseguían con el de boxear.
La Habana (las "reflexiones" del comandante incluidas), por su parte, se ha movido en un diapasón de posiciones: desde reclamar una unilateralidad absoluta hasta reconocer que es posible conversar sin mayores compromisos.
Sobre el asunto embargo, podemos coincidir con el gobierno cubano en el plano ético —es ilegal e ilegítimo y debe ser eliminado sin condiciones—; pero disentir en términos prácticos. Sobre todo, si tenemos en cuenta que es un gobierno que no ha logrado consagrar las tres comidas como uno de sus proclamados éxitos. También, la manera cerrada y autoritaria de conducir la política obliga a creer que reclama una legitimidad que no está comprobada.
En otras palabras, en términos de realismo político hay que negociar, pues la solución de este diferendo es vital para el futuro de la Isla y sus naturales, un alto porcentaje de los cuales viven en Estados Unidos.
Lo dudoso es si La Habana puede negociar sin morir en el intento. El sistema político cubano es una mole autoritaria muy eficaz en el control político, pero muy rígida, tan hierática, que invita a pensar que si se mueven algunas piezas claves, la mole se derrumbaría.
Los límites del régimen
El gobierno cubano puede, por ejemplo, bajar los onerosos precios que cobra por los permisos para viajar a los de adentro y a los de afuera; puede liberar a dos decenas de presos políticos, quitar a los dólares la penalización del 20% y abolir la pena de muerte. Pero no podría reintegrar a los cubanos sus derechos a viajar al exterior y a regresar a su patria libremente, ni podría liberar a todos los presos políticos ni encarcelar a nadie más por sus ideas.
Tampoco desmantelaría el sistema de control y represión en el que ha encajado la pena de muerte. Y sólo a duras penas —y con muchos candados— podría permitir que las familias beneficiadas con las remesas inviertan ese dinero en pequeñas empresas de servicios.
Hacer todo lo anterior significaría desmantelar el propio sistema y poner en peligro la reproducción del proyecto de poder de la élite postrevolucionaria. Y ninguna élite se suicida, al menos que causas mayores se lo impongan. Y en un caso así siempre lo haría suavemente, garantizando un retiro apacible. Hasta donde vemos, nadie lo impone en la Isla; no por convicción, sino por inercia.
Como acostumbramos a decir en Cuba, aquí se trata de distinguir la heterogeneidad del arroz con pollo. Aunque Obama está dispuesto a conceder el pollo del arroz con pollo, La Habana sólo puede dar arroz, y el trueque sería muy desigual.
Aún así, los pasos dados son muy importantes. De inmediato los cubanos podrán recibir más ayuda de sus familiares, las familias podrán reunirse con mayor frecuencia y bajará el clima agresivo que justifica la permanente invocación de un enemigo externo, a veces real, a veces ficticio, pero siempre útil para la reproducción autoritaria del sistema.
Y la élite cubana, incluyendo al comandante con sus "reflexiones", tendrá que acostumbrarse a gobernar en un nuevo contexto con el enemigo difuminado. Esto es como decir, para los fines de cómo se ha hecho política por cinco décadas, sin el pollo del arroz con pollo.
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