Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Cuba: ¿la pobreza irradiante?

La escasez no genera creatividad ni solidaridad, sino violencia y frustración.

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Si el caso Padilla provocó un cisma definitivo en la identificación de la intelligentsia de izquierda con el gobierno de Castro, la caída del Muro de Berlín, que significó el fin de la Guerra Fría a nivel internacional y el advenimiento del "período especial" en Cuba, ciertamente ha propiciado un nuevo brote de miradas rosseaunianas sobre la Isla. Convertido en último reducto del socialismo en el Occidente del "fin de la historia", el castrismo renueva su barroca representación del papel de Utopía en el teatro de la historia universal.

Buen ejemplo de ello es la tira que Bill Grifith, un exitoso autor de comics vinculado a los movimientos contestatarios de los sesenta y setenta en Estados Unidos, publicó luego de visitar la Isla a mediados de los años noventa. ("Cuba Uncovered", Zippy Quaterly, San Francisco, mayo de 1995). Mientras Zippy the Pinhead, prototipo del norteamericano inculto y alienado por el consumismo, echa de menos los McDonalds y Pizza Huts, Griffy, alter ego del autor, encuentra en Cuba "el único lugar del mundo no contaminado por el consumismo norteamericano".

En vez de la mezquindad de la televisión banal y publicitaria, una suerte de "inocencia pretelevisiva". En vez del intelecto, la emoción y la humanidad. En vez del consumo, la vida auténtica.

Conejillos de Indias

Hay quizás algo de ironía en la tira de Grifith. No hay, sin embargo, ni gota de ella en las observaciones del filósofo español Santiago Alba, cuya elocuencia merece la extensión de la cita: "Se camina por las calles arboladas del Vedado o por el barrio un poco pueblerino de Guanabacoa o incluso entre los soportales sudados de Habana-Centro y se siente enseguida un bienestar físico, el paso se ralentiza, la respiración se acompasa, la piel se suaviza, el oído se agudiza, el tacto avanza, la úlcera se calma, la migraña cede, la miopía se cura, e inseparable de esta milagrosa vuelta a la salud se percibe con sorpresa —como una floración— que aquí hay más hombres y más cosas que en otras partes del mundo: es sencillamente que no hay publicidad".

Y continúa: "Se sube a la azotea de una modesta casa de la calle Chávez, por encima de la ciudad adormecida, acariciada por una tímida luz amarillenta, y se siente enseguida, cabeza arriba, la fragilidad del compañero, la necesidad de cuidar a alguien, la fortuna de otra voz, la llamada de un argumento, la urgencia de narrar un cuento, la capacidad para inventar un teorema: es que se ha hecho realmente de noche. La Revolución, por así decirlo, ha liberado las caras y ha nacionalizado las estrellas" ("Medidas y cálculos: algunas razones para apoyarse en Cuba", Cuba 2005, Editorial Hiru, Hondarribia, 2005).

Más allá de la hipérbole en que el sentido figurado se confunde con la cursilería, la tesis es clara: la falta de publicidad proporciona automáticamente una vuelta a la salud y nos devuelve, con la noche, el mundo y la humanidad escamoteados por las luces artificiales del capitalismo post-industrial.