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Cuba, Sucesión, Cambios

Cuba: sucesión y jerarquía

El castrismo no se generó con mentalidad de dinastía ni de cuartel, sino de pandilla urbana, que Fidel Castro adquirió en la Universidad de La Habana

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El análisis del poder político en Cuba se enrarece con el planteo cada vez más insistente de la alternativa sucesoria entre el hijo de Raúl Castro, coronel Alejandro Castro-Espín, y el Vicepresidente Primero de la República, teniente coronel Miguel Díaz-Canel.

Desde 2013 el castrismo tardío resolvió ya cómo continuar sin jefe de Estado y Gobierno de apellido Castro, al escoger Fidel y Raúl, confirmar el Buró Político, validar el Comité Central y elegir la Asamblea Nacional a Miguel Díaz-Canel, quien ahora mismo sucedería a Raúl Castro en caso de muerte o enfermedad por imperativo del artículo 94 de la Constitución. Como nadie sabe cuándo morirá Raúl, ni este ni Fidel se hubieran arriesgado jamás a pasar a Díaz-Canel por aquel triple filtro si no fuera el sucesor preconcebido.

La incomprensión del castrismo como sistema estructural-funcional y su reducción a cosa de familia lleva incluso a que el filósofo Alexis Jardines urda, incluso en especial para El Nuevo Herald, que restaurar el Capitolio como sede de la Asamblea Nacional y sacar a Ricardo Alarcón de su presidencia “explican por sí mismas las intenciones de Raúl Castro con su hija”, Mariela Castro Espín, quien desde 2013 es diputada, pero sin indicio racional de que su esfera de poder se ensanche más allá de la dirección del Centro Nacional de Educación Sexual.

Visibilidad del poder

Otro enrarecimiento estriba en rebajar la dictadura castrista a simple dictadura militar, con jueguitos lingüísticos como “el MINFAR es el que manda” y “el poder supremo radica en las fuerzas armadas”. El castrismo no se generó con mentalidad de dinastía ni de cuartel, sino de pandilla urbana, que Fidel Castro adquirió en la Universidad de La Habana y aplicó tanto a la guerra civil como al ejercicio dictatorial del poder sobre las bases de partido único, ideología oficial [aquella que viene en ganas], dirección centralizada de la economía, represión política y monopolio sobre las armas y los medios de comunicación masiva.

El foco de ese poder dictatorial es el Buró Político y aquí la diferencia entre generales y burócratas o tecnócratas es puramente funcional. El generalato no está al margen ni por encima del partido ni dispone de soldadesca profesional para levantarse como estamento con poder independiente. Imaginar como “la semilla del poder” venidero a pentarquías u otras jerarquías con hijos, parientes y protegidos de Raúl Castro equivale a ignorar que Fidel y su pandilla han tenido tiempo de sobra para planificar la continuidad del régimen dictatorial de partido único con la clásica división de funciones entre militares, burócratas y tecnócratas.

Reforma electoral

Sin enfoque sistémico-estructural, el análisis desemboca incluso en que la nueva ley electoral —anunciada desde febrero de 2015 por el X Pleno del Comité Central— entrañaría “un nuevo modelo de funcionamiento en el que se encuentran separadas las direcciones del partido y los gobiernos locales [y] este paso podría dinamitar el monopolio de poder que desde hace más de medio siglo ejerce el Partido Comunista, y facilitaría la elección de ciudadanos (no partidistas) al rango de diputados”, como vocea el jurista Juan Juan Almeida.

Aparte del grueso error factual —las direcciones del partido y los gobiernos locales siempre han estado y están bien separadas en el orden constitucional— es absurdo que el partido único, en y desde el poder, pergeñe una ley en contra de su monopolio político y facilite la elección de diputados sin militancia comunista —como ya los hay— en proporción inusual.

La nueva ley electoral racionalizará mecanismos para sostener la ilusión del tránsito “de la representación formal a la participación real”, como adelantó desde junio de 2014 el Dr. Daniel Rafuls Pineda —sindicado en el exilio como el agente “José”, fugitivo de la Red Avispa— en el número 78 de la revista Temas, pero su núcleo duro está cantado desde el VI Congreso del PCC (2011): “limitar a un máximo de dos períodos consecutivos de cinco años el desempeño de los cargos políticos y estatales fundamentales”.

Así, el castrismo tardío previene que ningún futuro jefe de Estado y Gobierno se crea otro Fidel Castro. La pauta fue dictada por el propio Raúl incluso antes de la sirimba intestinal de Fidel. En foro del Ejército Occidental, el 14 de junio de 2006, soltó que “el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana es uno solo y únicamente el Partido Comunista, como institución que agrupa a la vanguardia revolucionaria y garantía segura de la unidad de los cubanos en todos los tiempos, puede ser el digno heredero”.

GAESA y la economía

Desde luego que el folletín de la dinastía —aunque los hijos de Fidel no aparezcan por ningún lado— y del complejo-militar industrial resulta mucho más ameno que analizar el castrismo tardío en perspectiva lógico-histórica. Solo que así, con folletines, la bandería anticastrista pierde —no falsea a conveniencia, como hace el rival en el poder— la conexión a tierra que necesita para enfrentar a la bandería contraria.

Sin perspectivas de arrostrar invasión yanqui ni de intervenir en otros países, los militares cubanos se pintan como instrumentos de control sobre una gestión económica signada por la centralización autoritaria y la descentralización anárquica, pero nunca como estamento autónomo, sino fundidos en el partido único. No tiene sentido discernir entre cierto poder aparente del coronel Marino Murillo, Ministro de Economía y Planificación (MEP), y otro real del brigadier Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, director ejecutivo del Grupo de Administración Empresarial (GAESA) del MINFAR, ya que ambos son dos caras de la misma moneda: la economía de ordeno y mando.

Para evitar desvaríos, el análisis debe ceñirse a la certera definición del finado Robert Dahl (Universidad de Yale) en The Concept of Power (1957): “A tiene poder sobre B cuando consigue que B haga algo que de otra forma no haría”, como ilustra ejemplarmente Fidel Castro en su ejercicio autocrático del poder sobre el resto de la elite gobernante en Cuba.

Por el contrario, el brigadier Rodríguez López-Callejas, yerno de Raúl Castro, no tiene poder real sobre el MEP ni otro ministerio porque no puede conseguir con GAESA que el Consejo de Ministros (Gobierno) ni el Buró Político hagan algo que de otro modo no harían. Ese yerno brigadier es solo administrador de confianza. Ni siquiera puede dirigir GAESA a su antojo, porque el Politburó o el Gobierno (incluso el MINFAR) sí pueden conseguir que haga algo que de otra forma no haría.

Paralelismos

Alejarse del enfoque sistémico-estructural propicia también que se adviertan contradicciones donde solo hay mecanismos funcionales. Como el Presidente del Consejo de Estado encabeza el Consejo de Defensa Nacional, que dirigiría al país en estado de guerra o de emergencia, así como en movilización general o la guerra misma, el filósofo Jardines tacha de “franca contradicción” que ese presidente tenga “en condiciones excepcionales más poder que los militares y que el propio partido”.

Ante todo la constitución atribuye al Presidente del Consejo de Estado —que a la vez preside el Consejo de Ministros— la Jefatura Suprema de todas las instituciones armadas (Artículo 93.g). Así que tiene “más poder que los militares” no solo por excepción, sino por regla. Y el “propio partido” tomó la decisión cuerda de que, en condiciones excepcionales, la máxima autoridad corresponde a un órgano de índole operativa acorde a las circunstancias, el cual no puede tener jefe más apropiado que el propio jefe de Estado y Gobierno.

Igual déficit analítico arroja considerar que “el paso más visible” de Raúl para asegurar su tranquilidad y el éxito de sus hijos “ha sido la creación de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, [que] funciona como un gobierno paralelo”.

Tal comisión no se creó ahora, sino que tiene larga data en el Comité Central. Tras quedar fuera de servicio en el “período especial”, resurgió hacia 2006 con Fidel aún en forma y sin nada que ver con la vocación familiar de Raúl, sino con la mentalidad de pandilla que exige atajar la autodestrucción que Fidel advirtió el 17 de noviembre de 2005 en la Universidad de La Habana: “Esta revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.

Semejante advertencia se refuerza con que los hermanos Castros tuvieron en cuenta desde mucho antes la coyuntura estratégica que el jefe de la diplomacia estadounidense en La Habana, Jonathan Farrar, vino a notificar el 15 de abril de 2009 a Washington: “No es probable que el movimiento disidente tradicional remplace al Gobierno cubano (…) Necesitaremos buscar en otro lugar, incluso dentro del propio Gobierno”.

Nada más lógico que encomendar a un cuadro de absoluta confianza, como el coronel Castro-Espín, la misión de preservar la integridad funcional de la pandilla en dos sentidos: impedir que fructifique la búsqueda recomendada por Farrar y mantener la corrupción y los conflictos internos de poder dentro de límites soportables. Por ello Castro-Espín, además de coordinador de los servicios de inteligencia del MINFAR y el MININT, es asesor de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, que dista mucho de ser “gobierno paralelo [con] la misma estructura del antiguo Grupo de Apoyo del Comandante en Jefe”.

La anécdota de oídas que narra el jurista Almeida, sobre el coronel Castro-Espín tomando ya decisiones de política interna y exterior durante “los almuerzos de los domingos” en casa de y con el visto bueno de su padre, entraña el sinsentido de que el propio Raúl estaría plantado la semilla de la desintegración que desea evitar, al fomentar una dualidad de poderes en la cual el jefe de gobierno real, por detrás del gobierno formal, valdría tanto como ese otro Fidel que Raúl mismo descarta.

Un poder a la sombra del gobierno constitucional y del partido único solo atizaría conflictos en detrimento de la susodicha integridad pandillera. Suponer que Castro-Espín concentre un poder a la sombra pasa por alto que ni él ni nadie tiene ni podrá tener en tiempos de paz el pedigrí dictatorial de Fidel Castro, que simplemente derivó de haber ganado las guerras. Si el propio Raúl desactivó aquel grupo rimbombante tras quedar el Comandante en Jefe fuera de servicio, no cabe que venga a reactivarlo de otro modo al servicio de su hijo coronel.

¿Y el partido qué?

Pues seguirá siendo la clave de continuidad del castrismo, que como todo régimen de talante totalitario excluye la oposición parlamentaria. No importa si en abril de este año el VII Congreso del Partido Comunista sostiene a Raúl como primer secretario y en febrero de 2018 este deja de ser jefe de Estado y Gobierno. Solo esta doble jefatura es constitucionalmente indisoluble y el foco de poder seguirá siendo el Politburó con su amalgama de generales, burócratas y tecnócratas en división funcional de una y la misma dictadura de partido único.

Ni siquiera importa adivinar quién sería Vicepresidente Primero si Díaz-Canel ocupa dicha doble jefatura sin tener que ser primer secretario del partido. Cuba se aboca ya a la profecía que Fidel profirió el 21 de enero de 1959 con Raúl: ¡detrás de él vendrá otro, y detrás otro, y detrás otro y detrás otro! Entretanto las aproximaciones al castrismo como cosa de familia y allegados no ven que ya se transita de manera sistémico-estructural a régimen dictatorial sin jefe de Estado y Gobierno con apellido Castro. Esa transición pacífica genera no solo un país hecho leña, sino también muchos legatarios que buscarán realizarse en diversos espacios de poder con el mismo entusiasmo que la vieja guardia castrista.

Y como la alternativa política son votos o balas, pero los opositores no buscan ir avanzando penosamente por la vía electoral, seguiremos esperando por que el drama cubano acabe de resolverse con golpe palaciego, colapso económico, revuelta popular o intervención divina.


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