Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cuba, Ideología, Política

Cuba, vida cotidiana y ajiaco ideológico

En la actualidad se debaten varios proyectos en la Isla, tanto por parte de esa intelectualidad que con diversos matices mantiene cierta cercanía con la posición oficial como dentro de esa amplia gama que comprende a la disidencia, el activismo y la sociedad civil

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El gobierno de Raúl Castro ha logrado algo que parecía imposible durante la época de Fidel: echar a un lado o reducir al mínimo los fundamentos ideológicos y aplicar un pragmatismo que no significa adaptarse a la realidad, como han supuesto algunos, sino todo lo contrario: ajustar esa realidad al propósito único de conservar el poder.

Contrario a lo esperado por algunos, el agotamiento ideológico del modelo marxista-leninista no desembocó en un desmoronamiento del sistema.

Si quienes viven bajo las ruinas del socialismo cubano son sujetos moldeados por una época en que se produjo una amplia distribución de algunos derechos sociales —como tener un trabajo asegurado y el acceso gratuito a los servicios de salud y educación— que con los años experimentaron un cada vez mayor deterioro, son también ciudadanos con un precario entrenamiento para ejercer derechos civiles y políticos, o en general poco preparados para asumir riesgos a la hora de obtenerlos.

El gobierno de La Habana ha hecho todo lo posible por mantener esa condición, timoneando de acuerdo al momento pero sin soltar el control del rumbo.

En lo que se refiere al aspecto cultural e ideológico, en los años previos al mandato de Raúl Castro el régimen mantuvo dos maniobras para tratar de encaminar el deterioro ideológico: el nacionalismo posmarxista, adoptado como elemento fundacional del proceso, y la despolitización de escritores y artistas.

Luego, en los últimos años, ha sido capaz de prescindir de ambos o relegarlos al “departamento de asuntos sin importancia”.

Una maniobra puesta en práctica durante la última etapa de Fidel Castro al mando de los asuntos diarios del poder, pero que se vino a emponderar con el gobierno de Raúl y a partir de la “guerrita de los emails”, se ha caracterizado por la transformación definitiva del “intelectual orgánico” en un creador hasta cierto punto neutral, en lo que respecta a una militancia política activa, aunque fiel guardador de los “valores patrios”.

Al dar muestras de agotamiento el nacionalismo católico, a comienzos de este siglo, algunos de los portavoces de la ideología oficial iniciaron un desplazamiento hacia el llamado “socialismo del siglo XXI”, propuesto por el difunto presidente Hugo Chávez en Venezuela.

El problema con esos cambios oportunos —o menor, oportunistas— fue que, desde el punto de vista teórico y fundacional, carecían de solidez y solo sirvieron de espejismos al uso para justificar un acercamiento al poder o al dinero. A ello hay que agregar que, como el lugar que antes ocupaba la teoría lo comenzaron a llenar los medios masivos, el debate se ha permeado de mezclas absurdas.

De esta forma, el intentar montar en el mismo carro a Bolívar y Marx, en el mal llamado “socialismo del siglo XXI”, no ha resultado más que un disparate que solo unos pocos intelectuales han tratado de justificar.

Si bien para sostener estos ajiacos ideológicos, por momentos el régimen de La Habana ha necesitado tanto controlar la lectura como la escritura, también se ha percatado de la existencia de cierta permisividad inofensiva, que no afecta su capacidad de sobrevivir e incluso le brinda cierta publicidad adicional, sobre todo en el exterior.

Sin embargo, aunque se han producido avances en Cuba, al analizar los límites de la tolerancia no deja de imperar un panorama sombrío.

La razón de ello es que más allá de casos específicos, géneros mencionados y momentos históricos, aún el gobierno cubano fundamenta su política cultural en una administración territorial de la creación y en practicar una aduana política, que permite pasar a unos y a otros no.

La publicación de ciertos libros, temas y autores marginados no es lo suficientemente fuerte como para romper la lógica de la exclusión.

Frente a este desmembramiento cultural e ideológico.

En la actualidad se debaten varios proyectos en la Isla, por parte tanto de esa intelectualidad que con diversos matices mantiene cierta cercanía con la posición oficial —hablar de colaboracionismo en la mayoría de los casos es exagerado— como dentro de esa gama que comprende a la sociedad civil, disidencia, activismo y periodismo independiente, y cada vez es más amplio y complejo. Hasta el momento, todos estos proyectos no han logrado dar un paso más allá de cierta formulación teórica, en el mejor de los casos. El futuro de Cuba continúa debatiéndose entre una incertidumbre al parecer perpetua, una esperanza que no trasciende lo idílico y una apatía a la que no escapan ni gobernantes ni opositores.


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